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En plena pandemia, encerrado en casa ordenando y restaurando antigüedades de sus antepasados, José Alcalá decidió dejarlo todo y empezar de cero. Encerrado en un desván familiar se encontró un antiguo cuadro de su abuela y comprendió lo que tenía que hacer para ser feliz: dejar su trabajo como maitre en un hotel de Fuengirola para montar un anticuario, su verdadera pasión, con la imagen y el nombre de su antepasado.
Dicho y hecho. José, que llevaba 15 años trabajando en el sector hostelero y había compartido cocina con chefs de la talla de Paco Roncero y de Martín Berasategui, decidió reinventarse para dar vida a sus sueños. «Tuve un punto de locura, pero es la mejor decisión que he tomado en mi vida», resume ahora, ya con su nuevo proyecto en marcha.
El nuevo emprendedor llevaba toda la vida coleccionando antigüedades como hobbie. De pequeño, recuerda, le 'robaba' figuritas a su abuela y corbatas a su abuelo que guardaba con gran meticulosidad. Y así, poco a poco, se fue haciendo con una enorme colección de artículos de todo tipo que fue con los que comenzó su negocio.
La tienda en cuestión se llama Mamá Anza, que es el apodo con el que todos conocían a su abuela, y cuyo cuadro -el que se encontró en aquel desván- preside la entrada. Ella, Esperanza Hernández, era un personaje queridísimo en el barrio de Lagunilla, donde ha abierto sus puertas el local.
El anticuario cuenta con numerosas reliquias y en apenas un año se ha convertido en lugar de peregrinaje habitual para vecinos, coleccionistas y decoradores de toda la ciudad. Entrar en la tienda supone realizar un viaje al pasado, tanto que muchas de las personas mayores que la visitan terminan llorando. «Muchos clientes se han echado a llorar porque algún artículo les ha hecho recordar a su madre o su abuela», asegura. Al principio le daba cierto pudor cuando ocurría, pero ahora le llena de orgullo despertar esos sentimientos.
Entre los numerosos artículos cuidadosamente colocados y expuestos en la tienda se encuentran joyas como lámparas Fase, mobiliario de Gastone Rinaldi o figuras de Manises. Aunque no es un local excesivamente amplio, cuenta con un poco de todo: discos de The Beatles, cintas de cassette de Lola Flores, colecciones de cromos de diferentes épocas, cintas de Lola Flores, una barra de bar, ...
José también restaura mobiliario antiguo y colabora de forma habitual con diseñadores, decoradores de apartamentos turísticos y tiendas cercanas, que se dejan cautivar por su buen gusto y los originales artículos que consigue alrededor del mundo. «Siempre intento buscar objetos que nos lleven a nuestra época de juventud y a casa de nuestras abuelas», reconoce.
–¿Cuántos artículos tienes?
–Uf, no sé, incontables
El emprendedor abrió la tienda hace apenas un año y de momento asegura estar muy agradecido con el recibimiento que le ha dado el barrio. Allí -apunta- siempre han querido mucho a su familia y por eso desde el primer momento tuvo claro que ese era el lugar idóneo para montar su propio negocio pese a que las calles se encuentren un poco decadente. «Empezó como un hobbie, pero es una gozada trabajar en lo que a uno le gusta y venir cada día con una sonrisa», sostiene.
La de José ha sido siempre una historia de superación. Tras abandonar los estudios al finalizar el Bachillerato comenzó a trabajar en un chiringuito poniendo cervezas y trabajando de verano en verano. Posteriormente estuvo en Canarias y en Ibiza, y allí se dio cuenta de que la formación era fundamental para seguir subiendo escalones. Aunque por aquel entonces ya llevaba 12 años sin coger un libro, decidió apuntarse a la escuela de hostelería de Archidona, «una de las más reconocidas en ese momento» y volvió a los estudios.
Tras los dos años de parada técnica, este hostelero volvió con más ganas si cabe. Estuvo haciendo prácticas con Paco Roncero en La Terraza del Casino de Madrid (restaurante con dos estrellas Michelín) y con Martín Berasategui en Lasarte de Barcelona (tres estrellas Michelín). Después estuvo en Puente Romano y Sotogrande antes de surgirle la oportunidad de trabajar en Fuengirola, ya cerca de su casa.
En la localidad costasoleña era el encargado de un equipo de cerca de 30 personas, debía organizar eventos, las bodas, controlar los dos restaurantes y, en definitiva, estar conectado y atento al teléfono las 24 horas. Por eso tras el parón que supuso la pandemia le daba ansiedad regresar a ese tipo de actividad frenética. Y entonces se le apareció su abuela, y con ella despertaron sus sueños de toda la vida. Todo esto es gracias a su Mamá Anza.
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