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Un arquitecto apasionado por la historia de Málaga. Unos promotores que quieren construir un bloque de apartamentos turísticos en el Centro Histórico. Y, como vértice ... de esta historia, el gran protagonista: Nuño Gómez 17, un edificio plurifamiliar de apariencia destartalada que no contaba con ningún tipo de protección arquitectónica, pero escondía un sorprendente pasado ligado a la Málaga agrícola y comerciante del Siglo de Oro. Tras una rehabilitación que ha durado cinco años (la mitad en estudios y trámites y la otra mitad en la obra) y ha costado un millón y medio de euros, el inmueble exhibe orgulloso las huellas de la historia: desde la almazara descubierta en la planta baja hasta su cubierta barroca o unos altillos construidos con tablas de cajas procedentes de ingenios de Cuba.
El edificio abrirá sus puertas próximamente con 14 apartamentos turísticos decorados por la interiorista Mariate Lario. Sus promotores, que son el economista y abogado malagueño Javier Font, su hermano Carlos y un socio vasco, no imaginaban cuando compraron el inmueble todo lo que éste escondía en su interior. «Es el segundo edificio que rehabilitamos en el Centro. Ya cuando lo visitamos por primera vez intuí que esa fachada tan sencilla era engañosa y que el edificio había sido más importante de lo que parecía. Había pistas: los techos de la primera planta eran muy altos; las escaleras, grandes y majestuosas; las columnas del patio, que estaban semiocultas por una celosía...», relata Javier Font.
Lo mismo pensó el arquitecto, Antonio Díaz Casado de Amezúa. Curtido en muchos proyectos de rehabilitación en Málaga, sabe que cualquier edificio «de cien o doscientos años tiene algo que contarte». Pero en cuanto entró y empezó a rascar en los múltiples añadidos e intervenciones que han transformado el inmueble a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, entendió que allí había «algo importante». «Era un edificio que aparentaba ser del XIX y ha resultado ser del Siglo de Oro. Y tiene una explicación: cuando Málaga vive el boom económico del XIX se genera un cambio de gusto y la ciudad quiere modernizarse. El Ayuntamiento emitió una ordenanza para que las casas se demolieran o se adaptaran a los nuevos cánones. Por eso tenemos 'casas travestidas', que son barrocas pero se visten del XIX», explica.
La suerte, añade Antonio Díaz, es que las reformas que sufrió sucesivamente el edificio no destruyeron lo anterior; sólo lo taparon, «quizá porque el edificio estuvo permanentemente habitado, por falta de presupuesto o simplemente porque antes no había este afán de ahora por tirarlo todo». Así, fueron saliendo a la luz tesoros escondidos. Encontraron una antigua armadura de cubierta de cuatro aguas que estaba tapada por falsos techos, pero intacta en tres cuartas partes (conserva incluso el cuadral). Una estructura barroca que la propiedad decidió recuperar, pese a que había permiso para demoler la cubierta.
El hallazgo más sorprendente estaba en la planta baja: lo que primero pensaron que era un lagar de uva y ahora, según los expertos que lo han estudiado, parece ser una almazara. «Es un hallazgo que nos está hablando de una producción agrícola-industrial. Es un hecho muy singular que aparezca dentro del casco urbano una instalación de este tipo», destaca el arquitecto. La almazara se ha catalogado y recuperado; puede verse en uno de los apartamentos.
El edificio siguió teniendo actividad comercial a lo largo de los siglos, como demuestran los altillos añadidos en el siglo XIX bajo la cubierta, que están hechos con tablas de cajas provenientes de ingenios azucareros de Cuba. ¿Cómo se sabe? Porque cuentan con sellos a fuego: Güinia de J. Cantero, del valle de los Ingenios en Trinidad, Mola o Jáuregui son las marcas mas reconocibles.
«Todos estos elementos indican que la casa tuvo fachada a la ribera del río y estuvo ligada a una notable actividad agrícola, industrial y comercial, por lo que tuvo que ser la casa de unos comerciantes que hicieron crecer y evolucionar el inmueble a lo largo de varios siglos», explica el arquitecto, quien confiesa que, después de estos cinco años de trabajo, le gustaría que un historiador le ayudara «a conocer la historia de esta familia».
Díaz reconoce la «paciencia infinita» y la sensibilidad de la propiedad ante todos estos hallazgos. Su voluntad de conservarlos y ponerlos en valor ha complicado y encarecido el proyecto. Se han recuperado las losas de mármol de la escalera; se han vuelto a cubrir las columnas con marmoleado; se ha perdido superficie útil para recuperar la dimensión original del patio... «En algún momento habremos dicho: ¿dónde nos hemos metido? Pero ha merecido la pena», reflexiona Javier Font. «Es una alegría poder devolverle algo a Málaga que no sabía que tenía», añade Díaz. La misma satisfacción muestra la interiorista Mariate Lario, que ha trabajado desde el inicio del proyecto de la mano del arquitecto. «He buscado una decoración actual y elegante sin perder la esencia de lo que fue el edificio. Por eso he mezclado algunas piezas antiguas con otras actuales», afirma.
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