Radiografía del MIR en Málaga
La residencia curte profesionalmente a los nuevos médicos, pero es también un baño de realidad: sueldo mileurista, largas guardias y un futuro incierto
Se han dejado la piel para ser médicos. Una andadura larga, con muchos sacrificios y poco tiempo libre; con renuncias irrecuperables y un desgaste físico y emocional renovado a diario a base de vocación. Son brillantes. Lo demostraron para acceder a una carrera que exige más de un 13 sobre 14 de nota en Selectividad (13,32 este curso en la Universidad de Málaga), cuando se graduaron con los mejores expedientes académicos y al competir con más de 8.000 candidatos en una prueba nacional y obtener la puntuación suficiente para poder elegir la especialidad deseada y el hospital donde mejor formarse durante los cuatro o cinco años de residencia. Algunos se incorporaron como Especialistas Internos Residentes (EIR) a los distintos hospitales de Málaga en el mes de mayo; otros ya han cruzado el ecuador y, los más afortunados, acaban de terminar.
El vértigo de los primeros es aplomo en los veteranos; inseguridad frente a sentido común; emoción frente a serenidad. «La residencia es una montaña rusa», resume Javier Luna (Ciudad Real, 1995), que a sus 29 años acaba de terminar su residencia en Medicina Intensiva en el Hospital Regional. «Al principio recibes miles de estímulos, te alucina todo, pero luego te das cuenta de que no sabes tanto, que te enfrentas a situaciones que no has visto en la carrera y es cuando aterrizas de verdad». Luna podía haber elegido cualquier otro hospital de España, «menos 'el 12 de octubre'», se apresura humildemente a matizar. La nota se lo permitía, pero las «buenas referencias» de la unidad y las bondades de la ciudad, entonces más asequible que ahora, lo trajeron hasta Málaga. En estos cinco años ha echado raíces y se ha curtido como médico. Ha ganado experiencia con el paso de los años, no sin altibajos y a base de enfrentarse cada vez a más responsabilidades y con menos supervisión de sus tutores. Su balance es positivo. Echa la vista atrás y cree que sale «muy bien» formado. «Estoy tranquilo cara al futuro», indica.
275 médicos residentes
se han incorporado este año a los hospitales de Málaga: Regional (128), Clínico (75), Antequera (19), Vélez-Málaga (11), Ronda (12) y Costa del Sol (30).
1.800 euros
puede cobrar un residente de primer año tras hacer varias guardias. Si no, apenas supera los mil euros .
Pero no todo es oro lo que reluce. «En Urgencias se tira mucho de residentes en los dos primeros años y aunque se pregunta todo, creo que es mejorable». Este médico se refiere a la enorme carga asistencial que soporta este servicio y que asumen sin tener ni la experiencia ni los conocimientos suficientes para aliviarla; tampoco el tiempo para buscarlos y asimilarlos. «He hecho guardias sin comer ni ir al baño en horas y cuando he tardado más de dos o tres en atender a un paciente le he animado a que pusiese una reclamación».
Su mayor miedo fue siempre no tener la personalidad idónea para desarrollar bien esta especialidad, que exige mantener la calma y un control extremo por las complicaciones que pueden derivarse en un paciente ingresado en la UCI. «Hay que ir un paso por delante y tener un plan A, B y C», apostilla. «Aunque estamos muy relacionados con el proceso de la muerte, nunca te acostumbras a perder a un paciente».
Es también el mayor miedo que tiene Silvia Carpente, una malagueña de nacimiento (2000) que tras criarse en el municipio coruñés de Narón, vuelve a sus raíces para formarse como enfermera en Obstetricia y Ginecología tras aprobar el EIR este año y lograr una plaza de especialista residente en el Materno Infantil. Lo hace a su segundo intento (la primera vez trabajaba a tiempo completo y no logró la nota necesaria) y su emoción traspasa el hilo telefónico. Llega con ganas de aprender, de comerse el mundo, de desarrollarse como profesional de forma que algún día «alguien me recuerde porque en ese momento tan importante de su vida la ayudé a traer a su hijo al mundo». Ahora sólo quiere absorber conocimientos y prepararse para el futuro. Por eso hizo el EIR y eligió el Materno Infantil. «Es un hospital grande y eso me permitirá abordar más casos y salir mejor formada», aventura.
Ella acaba de llegar, pero otros, como Javier Luna, ya han recogido bártulos. Su horizonte ahora es incierto. El 27 de mayo acabó su residencia, pero no tiene trabajo, porque el MIR (Médico Interno Residente) no es una 'oposición' convencional. Superarla no da derecho a una plaza en el Sistema Nacional de Salud; sólo da acceso temporalmente a un programa de especialización en unidades docentes acreditadas por el Ministerio de Sanidad, cuyas plazas (este año se ofertaron 8.772 en España) se adjudican a partir de la calificación obtenida en un examen con las mismas 200 preguntas para todos. Quienes terminan emprenden un penoso peregrinaje por empleos temporales a la espera de un contrato estable y, ya a largo plazo, una plaza en propiedad. Eso, en el mejor de los casos, si antes no se marchan fuera del país a trabajar. Aunque como apostilla Fernando Cabrera, cardiólogo y jefe de estudios en el Hospital Clínico de Málaga: «Trabajo no falta en la actualidad, aunque no siempre está donde a uno le gustaría».
A Javier Luna se le iba un tercio de su sueldo mileurista el primer año como residente en pagar el alquiler. Y eso que ya era un problema hace un lustro es una pesada losa para los médicos que apuestan actualmente por Málaga para hacer su residencia.
Lo corrobora Pedro Angullo (Jaén, 1999). Estudió en la Universidad de Granada, pero apostó por el Hospital Clínico para formarse en la especialidad de Medicina Interna, donde empezó el pasado 7 de mayo. El sueldo mensual neto de algo más de mil euros este primer año se le va prácticamente en el alquiler de la vivienda, «si quiero comer, tengo que hacer guardias», advierte este MIR, que puede realizar entre cuatro y seis al mes y elevar la cuantía de su nómina hasta los 1.800 euros. No es hasta el quinto año cuando el salario se eleva hasta los 2.500 euros.
Múltiples especialidades
Cuando entró en Medicina siempre pensó que acabaría siendo cirujano, «pero después te enamora lo que estudias». «En este mundo con tantas especialidades, lo que más se puede parecer a la medicina más clínica es la de Familia o Interna», asegura. Fue su primera y única opción, no había otra que le gustase tanto. La familia le advirtió que se pensase dónde se metía, «pero ¡ojalá me hubiese gustado otra!», expresa este recién llegado a la realidad hospitalaria. Reconoce que las incertidumbres son muchas, pero que todo lo que se ha encontrado ha sido para mejor.
Tras años de facultad, «la mejor etapa» de su vida, afronta otra que sigue exigiendo dedicación, pero de la que espera tener más tiempo para él. Está satisfecho, pero no oculta que hay cosas que mejorar. «Acabo de llegar y no me gusta quejarme de las condiciones, pero fuera de la medicina es inadmisible que una persona tenga que estar trabajando 24 horas seguidas. Los médicos gozamos quizá de una posición privilegiada, pero hay situaciones que deberían cambiar. Se refiere a la distribución de la carga de trabajo para que sea más eficiente y a la falta de estabilidad laboral futura. «Mi primera semana cotizada ha sido con 25 años, habiendo empezado a trabajar lo más pronto que era posible», lamenta.
Angullo no tiene reparos en reconocer que se ve «muy verde» y que el miedo a equivocarse siempre está. «Durante los dos primeros años, las guardias las hacemos principalmente en Urgencias, que suelen estar colapsadas. Se tira de residentes para sacar el trabajo adelante y debemos mostrar una actitud autónoma, aunque en realidad tengamos muchas dudas y haya otros médicos a quienes preguntarles. La dificultad no es la carga de trabajo en sí, sino que para hacerle frente tienes que correr para que no se acumulen los pacientes, tomar decisiones rápidas, bajo presión y que te frustran porque podías haberlas tomado mucho mejor si hubieses contado con más tiempo», expone.
Su compañera de especialidad en el Hospital Clínico, Elena Carreño (Salamanca, 1996) asiente con la cabeza con las afirmaciones de su compañero recién llegado. Conoce bien los entresijos de la unidad y pese a ser residente de tercer año coincide con sus compañeros en que uno de sus mayores miedos es no saber actuar en ciertas situaciones, tomar decisiones sin tener los conocimientos, «aunque con el tiempo te das cuenta de que siempre hay un plan B, bien porque hay un médico adjunto o un compañero más veterano a quien preguntarle o tiempo para estudiar el caso», explica esta especialista, consciente de que los supuestos son tantos que siempre hay que seguir aprendiendo. «La diferencia quizá con respecto a alguien que empieza es que aprendes a gestionar esa inseguridad», aclara. Lo mismo ocurre con los casos más graves. «Ahora dejan de impresionarte; no te anestesias a la hora de tratar a un paciente, simplemente aprendes a no llevártelo a casa».
Carreño se muestra crítica con la organización de la labor docente. «Es lo que más me ha decepcionado», confiesa. No se refiere ni a una falta de voluntad ni de preparación por parte de los médicos adjuntos que los supervisan, sino a «unas circunstancias que no fomentan que esto sea un ambiente formativo ni docente», en clara alusión a la carga asistencial que tienen sus supervisores.
Falta de orientación
«Desde el principio he echado en falta una orientación, un acompañamiento, alguien que te diga 'mírate este manual u otro' y que después hiciese un seguimiento. Sobre el papel están definidos los objetivos docentes, pero al final eres tú quien tienes que buscarte la vida. Cada año tenemos un tutor, pero es más una figura administrativa». Reconoce que siempre que ha acudido a otros médicos ha encontrado en ellos apoyo y una explicación pertinente, «pero creo que su sabiduría está desperdiciada y que los residentes podríamos aprender más de ellos si tuvieran menos carga asistencial y pudiéramos dedicar más tiempo a comentar los casos».
En este sentido, el cirujano torácico del Hospital Regional, Carlos Giraldo, admite que los hospitales carecen en la actualidad de aulas donde llevar a cabo la formación de los residentes, incluso, de existir, podrían servir para que los estudiantes de Medicina dieran clase en ellas. «Les damos un título y tienen los conocimientos, pero no las habilidades para que recién llegados sepan desenvolverse por las áreas hospitalarias, tal y como se les pide», admite este facultativo, para quien el tutor debe ser un «mentor» que fomente la proyección profesional del residente y una persona en la que apoyarse para que cumpla con los objetivos científicos y humanísticos.
Por su parte, Elena Espinosa, facultativa de Medicina Nuclear y tutora de residentes en el Hospital Regional, entiende la «desprotección», incluso el «desamparo» que en ocasiones sienten los especialistas en formación. Ella lo vivió en su día y ahora trata de apoyarlos desde el Sindicato Médico de Málaga (SMM), donde es vocal de los residentes. «Son profesionales muy preparados, con gran capacidad de trabajo y que llegan motivados, pero hay que pararse a veces a escucharles». En este sentido, no niega que haya tutores que están más encima y otros que lo están menos y eso, reconoce, puede generarles cierta decepción y estrés. Pero la receta para curar ese desajuste la tiene clara: la incorporación de más facultativos.
La difícil tarea de formar buenos médicos
El sistema de Especialista Interno Residente (EIR) permite formar profesionales en el ámbito de las ciencias de la Salud (Medicina, Enfermería, Farmacia, Psicología, Química, Biología y Física) sin evaluaciones ni exámenes de por medio. ¿Cómo se comprueba entonces que el residente ha alcanzado los conocimientos que se le exigen? «La formación está garantizada porque cada tutor hace un seguimiento diario, cercano y directo de sus residentes, que no suelen ser más de cinco, con entrevistas trimestrales y seguimiento del libro del residente, donde deben constar todas las actividades que desarrolla este médico en formación, desde en cuántas intervenciones ha estado, a qué pacientes ha intubado o cuántas fracturas ha reducido, según la especialidad», explica Fernando Cabrera, cardiólogo y jefe de estudios del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria de Málaga desde hace ocho años (dos mandatos) y encargado de garantizar que se cumplen con todos los programas formativos de todas las especialidades. «Somos una especie de notarios, que damos fe de que el residente cumple con los requisitos que exige el Ministerio de Sanidad». Ni su cargo ni el del tutor tienen remuneración económica; solo un reconocimiento administrativo con una puntuación mínima en caso de oposición. «Pese a este hándicap, nunca han faltado tutores». En cuanto al perfil, los describe como buenos médicos, que deben saber transmitir el conocimiento e implicarse en la docencia, algo que conlleva sacrificar tiempo. Frente a las quejas de los residentes sobre la presión que soportan en Urgencias, admite que es un «territorio hostil», en el que todos están «descontentos» pero que entre sus metas está mejorar ese «escaparate» y dimensionar el número de residentes. Tampoco esquiva otra cuestión no menos comprometida: -¿Son los residentes la mano de obra barata del SAS? «Sin duda es más barata que la del médico adjunto, que es el que supervisa y asume la responsabilidad final. Más barata, pero también menos cualificada y menos experta, por tanto, no se puede pretender que cobre igual que él. Otros profesionales pagan por hacer un máster; ellos reciben dinero por la formación. Podría ser mejor, pero podría ser un formación sin retribución también.
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