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Juan Cristóbal Morente se incorporó al colegio nada más terminar la carrera, en septiembre de 1981. Migue Fernández
Juan Cristóbal Morente, la virtud de la educación

Juan Cristóbal Morente, la virtud de la educación

Tras 43 años como profesor y ocupando cargos directivos en el colegio Cerrado de Calderón, deja la docencia con la satisfacción del «deber cumplido»

Domingo, 19 de mayo 2024, 00:47

Han pasado 43 años desde que un mes de septiembre de 1981 un recién licenciado en Filología Hispánica tuviera su primer contacto con las aulas y los alumnos del que ha sido su colegio durante toda su carrera profesional, el Cerrado de Calderón. En junio le llegará la hora de la jubilación y Juan Cristóbal Morente dejará el que ha sido mucho más que su lugar de trabajo con algo de miedo e incertidumbre, pero con la ilusión de emprender una nueva etapa en su vida y la satisfacción de un deber cumplido, empeñado en transmitir a sus alumnos, además de formación, educación.

Juan Cristóbal Morente dejó su Antequera natal para estudiar Filología Hispánica en la Universidad de Granada. Terminados sus estudios, y como la mayoría de los recién licenciados, se dispuso a preparar oposiciones, aunque al mismo tiempo presentó solicitudes de trabajo en varios colegios. «Don Pedro –como se refiere al fundador y director general hasta su fallecimiento en 1999, Pedro Lanzat Ríos– me llamó para trabajar y aquí he estado 43 años», comenta. Recuerda que llegó al colegio en septiembre de 1981 «cargado de ilusión», pues ser profesor había sido su objetivo desde que estudiara la carrera. Ya entonces Cerrado de Calderón «era un gran colegio, como lo es ahora, con unas instalaciones envidiables y un plantel de profesores de gran categoría, que marcaban la diferencia con el resto de centros. Era así un colegio muy aconsejable para iniciarme en la docencia y empezar a coger experiencia», recuerda.

Aunque en los primeros años de carrera profesional aún intentó presentarse a las oposiciones «sin mucho empeño», pronto descartó la opción del funcionariado. «Aquí había mucho trabajo y la verdad es que me considero una persona fiel a mis obligaciones y responsable y el colegio era lo primero», dice.

Con su esposa, Pepi, ha construido una familia de la que forman parte Pablo, maestro también en el Cerrado de Calderón, y Juan Miguel, ingeniero que trabaja en la factoría de Airbus en Getafe. De su hijo Pablo ya tiene un nieto, Cayetano, que acaba de cumplir dos años.

El colegio Cerrado de Calderón se inauguró en 1971, por lo que cuando Juan Cristóbal Morente se incorporó al claustro de profesores llevaba una década en funcionamiento. Ha sido así testigo de su evolución y en parte artífice del crecimiento y consolidación de un proyecto educativo que cuenta hoy día con más de 1.600 alumnos matriculados en todas las etapas educativas, desde primer ciclo de Infantil a Bachillerato. «El colegio ha ido evolucionando con los años, mejorando gracias al trabajo de su equipo directivo y docente e incorporando mejoras en sus instalaciones, que les llevó a conseguir en 2018 una certificación de calidad. Además de profesor, Juan Cristóbal Morente ha desempeñado cargos directivos: jefe de seminario, jefe de estudios y después, durante más de veinte años, director técnico de Secundaria y Bachillerato, puesto que dejó en 2021 al pasar a la jubilación parcial.

Sobre los alumnos, comenta que se han producido cambios y una evolución acorde con los tiempos y la irrupción de las nuevas tecnologías. «Siempre hay una tendencia a considerar lo anterior mejor, pero no es así. No son mejores ni peores, son diferentes. Sí es cierto que ahora los cambios se precipitan tanto que no da tiempo a digerirlos. Los peligros les acechan, sin tiempo para prepararse, por lo que profesores y sobre todo las familias debemos hacer un esfuerzo mayor para inculcarles una serie de valores».

Como profesor de Lengua y Literatura a lo largo de su carrera profesional, le preocupa que cada día los jóvenes lean menos, lo que les genera problemas de comprensión lectora y una pobreza léxica que termina pasando factura a los estudiantes.

Juan Cristóbal Morente y el director gerente del colegio, Pedro Luis Lanzat, se buscan en una orla del centro. Migue Fernández

A un mes de dejar el trabajo es momento de echar la vista atrás y analizar el camino recorrido. Preguntado si le ha quedado algo por hacer, Juan Cristóbal Morente responde con seguridad que «poco o muy poco», porque «he tenido la suerte de hacer casi todo lo que quería, el trabajo, mis lecturas, mis aficiones y mi familia». Estos últimos tres años de jubilación parcial también le han servido para tener más tiempo e ir haciéndose a la idea de esta nueva etapa vital.

Tampoco recuerda un suspenso injusto. Es más, dice que «no he sido profesor de muchos suspensos, quizás al revés, de algún aprobado no merecido». Aunque por encima de una calificación numérica «están las personas, valorar sus circunstancias», afirma.

La jubilación la afronta con una triple sensación: de miedo, «porque vamos cumpliendo años»; de incertidumbre, «porque no sabes qué te deparará la vida», pero también «de ilusión, porque tendré tiempo para todo aquello que no pude hacer por el trabajo». Y descarta la añoranza de la docencia, porque, afirma, «es normal que nos dé miedo dejar algo que has estado haciendo durante años, pero es lo mejor que nos puede pasar para no caer en el ridículo», bromea. Ya en serio, reconoce que temía que llegara el día en el que decir adiós al colegio, temor que desapareció cuando «te haces a la idea de que es lo propio, un proceso casi natural, el descanso que necesitas y la puerta que se te abre para poder hacer otras cosas. Y no podemos olvidar –añade, desde una perspectiva filológica– que 'jubilación' deriva de 'jubilare', que en latín significa alegría».

Lápiz y goma

Como en todas las profesiones, los docentes se han tenido que formar en las nuevas tecnologías. Juan Cristóbal recuerda cuando planificaban los horarios «en un papel, con lápiz y goma». La adaptación a las nuevas tecnología «ha ido mejor de lo que esperaba», casi «natural», dice, algo más complejo «para un hombre de letras, como yo» por ese miedo natural a lo desconocido.

Se confiesa entusiasta de la literatura clásica, pretende ahora releer a los autores del Siglo de Oro y no reniega de los contemporáneos, como Juan Manuel de Prada, Rosa Montero o Paul Auster.

Sus alumnos y compañeros le conocen como el 'profe de la Vespa roja', que continúa aparcando en la zona del equipo directivo. Con amigos 'vesperos' de un club de estas motos clásicas hace rutas los fines de semana. También es un apasionado del senderismo, que ahora podrá practicar con mayor intensidad, con la satisfacción de marcharse con «el deber cumplido», una vida entregada a la educación de sus alumnos.

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