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La tumba de Senna en el cementerio de Morumbi, en Sao Paulo, siempre tiene flores.
Ayrton Senna, «el rey» de Sao Paulo

Ayrton Senna, «el rey» de Sao Paulo

En la sepultura del piloto nunca faltan flores. El goteo de fans es continuo y algunos le cantan ‘Simply The Best’, el tema que Tina Turner dedicó al piloto de F-1. «Todavía lo echamos de menos»

MARCELA VALENTE

Lunes, 5 de septiembre 2016, 01:07

Es, sin duda, la tumba más visitada de Brasil. Cada año cientos de peregrinos llegan hasta el cementerio de Morumbi, en Sao Paulo, y se inclinan ante la sencilla placa de bronce que indica que allí descansan los restos de Ayrton Senna, el piloto de Fórmula 1 que fue tres veces campeón del mundo y que tuvo una muerte trágica a los 34 años durante el transcurso del Gran Premio de San Marino, en Imola (Italia), en mayo de 1994. La última morada del deportista está en una colina, bajo la sombra de un ipé amarillo, junto a otras sepulturas sin lápida y muy parecidas. La de Senna se distingue por el tumulto. Como si tuviera un imán, el sitio atrae a las visitas. «Nada puede separarme del amor de Dios», reza la placa con su nombre y las fechas de su nacimiento y su defunción.

La tumba del piloto considerado por colegas y expertos en automovilismo como el mejor de todos los tiempos tiene visitas siempre, pero más en noviembre en vísperas del Gran Premio de Brasil en el circuito de Interlagos de Sao Paulo. Por el camposanto han pasado aficionados y profesionales. Entre estos últimos, el alemán Michael Schumacher, que lleva más de dos años tratándose de recuperar de un accidente de esquí, el canadiense Jacques Villeneuve y el inglés Lewis Hamilton, actual líder de la competición.

Para los brasileños, la parada en la célebre tumba es un clásico si se va al cementerio por algún otro funeral. Otros muchos llegan directos desde el aeropuerto. Son testigos de ello, y así lo cuentan, los cuidadores del lugar, orgullosos del tesoro que custodian. La agencia Blue Turismo organiza el Ayrton Senna Tour, que recorre el camposanto y el cercano circuito de Interlagos, donde el deportista obtuvo una victoria épica. «Además de ser el mejor piloto de todos los tiempos, tenía una pasión contagiosa. No era el dinero o la fama lo que le motivaban, sino el deseo de ganar», señala Gino Osti , uno de esos fans que ha contratado el paseo.

Cada aniversario de su muerte se reúnen en torno al túmulo decenas de fans, algunos con su nombre tatuado en los brazos. Dejan flores, cartas, banderas, muñecos, cascos amarillos como el del piloto... También cantan Simply The Best, el tema que Tina Turner le dedicó en 1993. Los más sombríos creen que allí está enterrado lo mejor de Brasil. «Corríamos con él cada domingo y con sus triunfos nos devolvía la autoestima», suspiran.

Senna nació en 1960 en Sao Paulo, en una familia acomodada. A los 18 años comenzó a competir en Europa y a los 24 ya corría en la Fórmula 1. Pasó por las escuderías Toleman, Lotus, McLaren y Williams. Y fue tres veces campeón del mundo: en 1988, 1990 y 1991. Era el más veloz, como si no supiera que es el miedo. Aunque sí que lo sabía:«Me fascina. Cada piloto tiene un límite, el mío está un poco más arriba de los otros», repetía el campeón cuando le preguntaban.

Para los paulistas, «el rey» era él, no Pelé. Una encuesta de Datafolha reveló que, en la megalópolis, Senna es el deportista más admirado de Brasil con el doble de votos que el legendario astro del fútbol. Verlo conducir era un espectáculo adrenalínico. Eran memorables sus duelos con el francés Alain Prost, su rival hasta límites temerarios. Tras su muerte, Prost reconoció que «sin Senna la Fórmula 1 jamás volverá a ser la misma». Y así fue. La seguridad en los circuitos cambió y nunca más se vio a un auto «volar» en las curvas.

Con Dios de copiloto

«Yo vengo casi todas las semanas», comenta junto a la tumba un mecánico de coches de Sao Paulo. «Todavía lo echamos de menos», asegura y evoca esos domingos en los que los motores rugían en el corazón de todos y Senna hacía historia. La victoria más recordada la logró en Sao Paulo. Se había jurado ganar en su país y lo hizo de manera heroica. Se le trabó la marcha cuando le faltaban pocas vueltas pero a fuerza de una tensión muscular extrema llegó primero. «¡No lo puedo creer!», gritaba desaforado dentro del habitáculo. Al cruzar la bandera a cuadros, bajó del monoplaza y casi se desvaneció. «Dios me permitió ganar, estoy agradecido», repetía como iluminado.

Algo parecido le había sucedido en Japón, cuando pasó de la posición 14 a la primera lloviendo a cántaros. «Sentí la presencia de Dios», reveló. El piloto era muy creyente. En sus éxitos siempre había un componente celestial, hasta que El Divino le dijo basta. El 1 de mayo de 1994, en el Gran Premio de San Marino, el coche de Senna se topó con un muro a 300 kilómetros por hora en la curva de Tamburello del autódromo Enzo y Dino Ferrari. Intentaron reanimarlo en vano. Una vara de la suspensión del bólido atravesó la visera del casco y se incrustó en la base de su cráneo.

El funeral fue con los honores de un jefe de Estado. Tres días de duelo. El cuerpo fue velado en la Asamblea Legislativa de su ciudad. La caravana móvil que lo acompañó con el ataúd sobre un camión de bomberos ocupaba cien kilómetros. Los brasileños, conmocionados por el abrupto final de su ídolo, lloraban mientras esperaban largas horas para pasar junto al féretro y rendirle un homenaje póstumo.

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