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fernando miñana
Viernes, 8 de enero 2016, 00:30
El juego barroco de Zinedine Zidane enamoró de manera unánime a los amigos del fútbol. Pero contaba el arquitecto de los famosos Joaquín Torres, afín a las líneas simples sobre el plano, que el futbolista quiso trasladar este estilo también a su mansión. Así que chocaron. El francés, según Torres, «deseaba un petit château» en medio de La Finca, esa urbanización pija de Pozuelo de Alarcón donde uno debe ir tropezándose con jugadores del Real Madrid cada vez que sale a tirar la basura, de tantos que moran por allí. Y ahí, en ese entorno tan exclusivo, en la Zona 1 de La Finca, viven los Zidane, la familia que ha formado el flamante entrenador del Real Madrid, su mujer de origen almeriense y sus cuatro hijos, todos futbolistas, faltaría más. Y todos, técnico y jugadores, en el club blanco.
Zidane (Marsella, 1972) conoció a Véronique Fernández en la discoteca de un hotel de París en 1989, cuando él solo era una promesa de 17 años y ella una bailarina en ciernes de 19. Como contó una de sus primas a una publicación rosa, «nada más verla, supo que tenía delante al amor de su vida». Acertó: 26 años después siguen juntos.
Su palacete de La Finca es cosa del presente, porque ambos crecieron con muchísimo menos. Los padres de Zizou, Smail y Malika, dejaron Aguemune, la aldea cabileña donde vivían, tierra de bereberes, poco después de que Argelia se independizase de Francia (1962). Se mudaron a Marsella, al barrio de La Castellane, repleto de refugiados argelinos de la guerra. Allí tuvieron cinco hijos. Al tercero le pusieron de nombre Zinedine Yazid, que a los 14 años se marchó a Cannes para jugar al fútbol. Tan cerca y tan lejos. De un mundo de escasez a una de las capitales del lujo. Como si el guión de la vida le fuese marcando los pasos.
Los padres de Véronique son de El Chive, una pequeña villa del municipio almeriense de Lubrín, donde los vecinos orgullosos prefieren llamarla Verónica o la Vero. No es una tierra rica. Y menos en aquellos años 60 en blanco y negro. Ese paraje lleno de chumberas está a 40 kilómetros del desierto de Tabernas. Poco de donde rascar en tiempos de escasez, lo que empujó a Antonio Fernández y Anita Ramírez a emigrar a Francia. El matrimonio recaló en Rodez, en el departamento de Aveyron, donde nacieron las dos chicas: Véronique y su hermana pequeña, Sandrian. El primer empleo de Antonio fue en un matadero. Al principio dormían en una viejo hospital abandonado sin mantas ni ventanas.
Véronique comenzó a hacer de majorette como si fuera un juego, pero su pasión le llevó a conseguir una beca para estudiar danza y baile moderno en París. Una noche, un amigo le presentó a un bisoño futbolista de la Associacion Sportive de Cannes y conectaron de inmediato.
Al principio unieron sus sueños. La chica de origen español y el deportista de raíces argelinas comenzaron a vivir juntos. Él jugaba al fútbol en el equipo de la ciudad y ella encontró un filón en la escuela de danza de Rosella Hightower, una notable bailarina estadounidense que se había instalado en Francia. Pero el talento de Zidane acabó eclipsando el entusiasmo de Véronique, que dejó de lado su profesión para acompañarle en su ascenso a la gloria. Primero a Burdeos, para jugar en el Girondins, y luego a Turín, a los pies de los Alpes, donde recaló gracias a las liras de los Agnelli, los potentados de la Fiat.
Hasta que un buen día de 2001 apareció Florentino Pérez con 11.500 millones de pesetas (70 millones de euros) y se llevó a la joya de la Juventus. Un suculento contrato por 900 millones de pesetas (5,4 millones de euros) limpios por temporada fue un gran cebo, pero en Turín caló la idea de que se marchó influido por la ilusión de Véronique de vivir en España.
Zidane ya era una estrella. En 1998 condujo a Francia a la conquista de la Copa del Mundo y, de paso, se llevó el Balón de Oro. Luego llegó su tan conocida singladura en el Real Madrid y esa famosa rúbrica para la historia, su tanto antológico en Hampden Park, en Glasgow, un 15 de mayo de 2002. Una volea a la escuadra tan bella como una pincelada de Monet. Un gol que llevó la novena Copa de Europa al Bernabéu.
Decía Albert Camus, franco-argelino como él, que encontró en el fútbol el sentido estético de la vida. Zidane, en otro guiño de la historia, acabó quitando el título de bailarín a su mujer. El 10 de Francia superó si cabe la elegancia de su admirado Enzo Francéscoli, el uruguayo al que, embelesado, veía jugar en el Olympique de Marsella. Y en honor al Principito le calzó a su primogénito el nombre de Enzo.
Luego llegaron tres niños más. Todos chicos. Todos futboleros. Todos esquivos con el pesado apellido paterno gracias a una treta del Real Madrid. El club, para esquivar a periodistas fisgones y aficionados fetichistas, inscribía a los hijos de Zidane con el apellido Fernández, el de la madre. Y así se ahorraban preguntas y una atención excesiva.
Porque Enzo está hacienco carrera en el fútbol. El mayor de los Zidane debutó en noviembre de 2014 en el Castilla que entrenaba su padre. En su segundo año ya es uno de los capitanes y ha llegado a entrenar con el primer equipo. Enzo, que tiene 20 años, es fiel a sus orígenes y no dudó en elegir la camiseta de Francia, país al que ha representado en la selección sub 19. Los impacientes aseguran que ha heredado algo de la finura del padre y hasta hay un documental (Dans les pas de papa) que parte la pantalla para comparar los movimientos de uno y otro.
Modelo casional
Sus hermanos no han sido más originales y también juegan al fútbol en los equipos de las categorías inferiores del club merengue. El segundo, Luca, 17 años, al menos tiene la particularidad de hacerlo de portero. Y parece que con buenas manos. Quién sabe si algún día alcanzará el estatus de su admirado Íker Casillas. El tercero, Theo, 13 años, se decanta por Cristiano. Y el pequeño, Elyaz, solo está dando sus primeros balonazos.
Los Zidane suelen realizar una visita a El Chive cada verano para ver a la familia de Véronique. Allí juegan al fútbol en la calle o cogen el coche y las toallas y se marchan a darse un baño en la playa de Garrucha. Él también ha rastreado sus orígenes y en 2006 se emocionó cuando viajó con sus padres a Argelia, donde le recibió el presidente, y pudo adentrarse en la Cabilia para visitar Aguemune.
Véronique puede acompañarle donde quiera: habla francés, español, italiano e inglés. Lo que no está tan claro es si ha influido en su forma de vestir. Zidane gasta fama de elegante y algunas firmas le han contratado como imagen. Es esbelto y posee una mirada enigmática. Para Louis Vuitton jugó al futbolín con Pelé y Maradona en la cervecería madrileña Casa Maravillas. Aquel encuentro de leyendas fue retratado por la mismísima Annie Leibovitz. También colaboró para Y-3, que le llevó a dar toques con un balón sobre la pasarela de la semana de la moda de Nueva York. Y más recientemente ha posado para Mango.
De todas formas, no todo ha sido tan chic en su vida. Tan famoso como sus giros con el balón controlado es su triste cabezazo sobre el pecho de Marco Materazzi en la final del Mundial de 2006 que Francia perdió contra Italia. Una fea acción que dio la vuelta al mundo. Una mancha en su camisa blanca.
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