Viaje al corazón artístico de Chicano
El estudio del artista fallecido hace un año sigue intacto, con su última obra sin terminar y sus enseres a la espera de un museo dedicado a su vida y su obra
La plumaria sigue como si nada, hojas verdes y tronco pelado, buscando el sol de mediodía en esta mañana de noviembre. «Se la regaló Paco Giner de los Ríos y la he conseguido salvar, menos mal. Pero se me han perdido el olivito y el granadillo...» y se quiebra la voz de Mariluz Reguero. Porque la pérdida es más honda y callada, porque va para un año de la pérdida de Chicano y su estudio sigue como la plumaria, como si nada. Apenas el calendario detenido en un día 12 y el reloj con la hora cambiada, como todos quienes quieren y añoran al artista, al gestor, al compañero y al amigo.
«Nunca empezaba un cuadro si tenía algo: una intervención, un viaje, un texto largo que entregar. Pero es que aquella operación parecía tan poca cosa...». Y de nuevo el relato ahogado, la emoción retenida por un dolor estoico y cabal. Aquella operación se terminó complicando y Eugenio Chicano fallecía el 19 de noviembre del año pasado.
Dejaba un solo cuadro sin terminar: ese cartel para la Hermandad del Carmen de Sevilla que sigue colgado en su estudio, con la silla negra modesta justo enfrente. Es la punta del iceberg, el pico más visible del Chicano menos conocido que aflora en su estudio victoriano, mantenido este tiempo casi a diario por su compañera de vida. Vida y obra la espera de un equipamiento cultural dedicado al baluarte pop de la vanguardia artística malagueña del siglo XX y XXI, al primer director de la Fundación Picasso, al mascarón de proa de la reivindicación 'La Aduana para Málaga', al socio fundador del Ateneo y la Peña Juan Breva.
Aquí esta todo eso, reunido en un caos sólo aparente, medido al milímetro por quien sabía que el arte «se escapa» si no lo atas en corto con disciplina y entrega. El rigor de las nueve tijeras alineadas sobre el archivador para la obra sobre papel, el orden improbable de más de veinte botes con pinceles reunidos según el calibre y el espesor de las cerdas, los 25 relojes abrochados a un cilindro de cartón, las innumerables postales y fotografías, el frasco lleno de tapones de botellas de agua –siempre rojos– que usaba para preparar los colores, las cintas de flamenco escogidas porque los discos se estropeaban con las manos llenas de pintura.
Tres lienzos ya listos para pintar, tumbados en la pared que da paso a la sala de dibujo, coronada por la luz natural de este otoño que coquetea con la primavera. Allí el ordenador y el escáner, pero también las reglas, escuadras y cartabones colgados en la pared, en perfecto estado de revista. La mesa de madera blanca con el contrapeso de piedra que Chicano se llevó a Verona en los años 70 y que trajo de vuelta con la fidelidad que dedicó a sus pasiones, la terraza trasera con algunas de sus cerámicas, como en la parte delantera siguen observando a las visitas las esculturas de escayola que hizo en sus tiempos de estudiante.
«Lo que estaba en su estudio era lo que más quería», brinda Reguero. Ahí está la foto con Gabriel Alberca junto a la mesa de trabajo, la estampa del brazo de Manuel Alcántara nada más entrar al taller, trufado de retratos de la propia Reguero. Y entonces la viuda de Chicano cambia de tercio, se desmarca de la trampa sentimental para recordar a Chicano como artista, para repasar algunas de las facetas menos conocidas de un autor presente en las colecciones del Louvre, el British Museum, el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York y la Biblioteca Nacional, por citar algunos ejemplos. Recuerda Reguero, por ejemplo, el mural pintado sobre cristal en el zaguán de la casona de La Cónsula. Una pieza «desconocida y preciosa», a la espera de encontrar mayor reconocimiento por parte del público y de los especialistas.
El Chicano menos conocido
Lo mismo esperan los bocetos, más de 80, que Chicano realizó de los paisajes andaluces que luego convirtió en una de las series más imponentes del tramo final de su trayectoria. Trabajos inéditos, «magníficos, vibrantes, hechos de primera», lanza Reguero con la rienda firme en la emoción. Pero hay más. Siempre hay más con Chicano. Porque su prolífica labor como cartelista quizá solapó otra faceta vinculada al diseño dentro de su amplia producción: la creación de logotipos. La Fundación Málaga, la Cónsula, la Sociedad Económica de Amigos del País, la plataforma La Aduana para Málaga... todas obras del artista fallecido a los 83 años. «Cada aniversario de Juan Breva, que la peña celebra con la Moraga, regalaba el cartel y hay muchos, uno al año», ofrece Reguero antes de glosar piezas como aquella en la que convirtió la Alcazaba en fuego de espeto.
«Fue una vida dedicada a pintar de manera generosa y altruista, con su ciudad como objetivo», comparte Reguero, pieza clave también de la exposición que el Museo de Málaga prepara sobre la obra de Chicano, punta de lanza del movimiento ciudadano que impulsó la consecución del palacio de la Aduana como sede del museo provincial de Arqueología y Bellas Artes. Un inmueble que estrenará su sala de exposiciones con la obra de Chicano, que también dará nombre a estos esperados espacios destinados a completar la oferta cultural del museo provincial.
Un Chicano desconocido, o casi, también espera en otro equipamiento de la ciudad: el Teatro Cervantes. El recordado Antonio Garrido Moraga encargó al artista un telón para el primer escenario de la ciudad, rememora Reguero, quien detalla la existencia de un boceto de más de dos metros a la espera de ver la luz.
Una luz como la que sigue buscando la plumaria de la terraza del estudio, intacto un año después, como esperando a que Chicano vuelva a cruzar la puerta y gire a la izquierda para enfundarse las zapatillas blancas de estar en casa y el mono oscuro, todavía manchado de pintura.
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