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ANTONIO PANIAGUA
Lunes, 10 de abril 2023, 02:00
«El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí». Así comienza 'La historia de los vertebrados' (Random House), un híbrido entre ... la novela y el ensayo de Mar García Puig (Barcelona, 1977), un libro en el que cuenta cómo tras someterse a un tratamiento de fertilidad y alumbrar mellizos, la ansiedad nubló su mente. García Puig fue madre y diputada a la vez, el mismo día. Editora y parlamentaria de En Comú Podem, García Puig entrevera su experiencia personal con la historia de otras muchas mujeres que a lo largo de la historia experimentaron la ligazón entre maternidad y delirio.
-¿Se sintió culpable por no vivir la maternidad de una manera feliz?
-Sí, y es una de las cosas que más pesa a las madres. Aunque mis hijos fueron prematuros, estaban sanos. Todo iba bien, pero yo no sentía esa euforia que percibía a mi alrededor. Al contrario, me vino una angustia para la que nadie me había preparado. Es una cadena de la que es tan difícil salir que mucha gente finge.
-¿A qué atribuye su brote psicótico?
-En mi caso lo atribuyo a una crisis de ansiedad agravada por los tratamientos de fertilidad, pero hay otros factores. Está el hecho de que mis hijos dependían de mis cuidados. Además, dejaba atrás una vida y empezaba otra: el día que parí era elegida diputada, a lo que se sumaban la falta de horas de sueño, el peso de la responsabilidad, la culpa de no estar a la altura, el miedo, el cansancio, el vaivén hormonal.
-Evita llamar a su mal «depresión posparto».
-Los términos médicos se dejan fuera muchas cosas. Reivindico las palabras locura, malestar, delirio incluso. Y es que cuando se habla de depresión posparto parece que todo remite a las hormonas, y hay mucho más que eso. Hay un componente humano, cultural, filosófico e histórico.
-¿Por qué dice que se sentía perteneciente a una hermandad de locas?
-Hay todo una historia de mujeres que dieron a luz y enloquecieron. Sus casos han sido silenciados. Emma Riches, por ejemplo, cada vez que tenía un hijo, y tuvo cuatro, era ingresada en el manicomio de Bedlam de Londres. Algunas mujeres de la época victoriana contaban lo que les pasaba de una manera muy fantasiosa: veían bolas de fuego y demonios.
-¿La historia de la medicina es misógina?
-Salvo algunos casos, la psiquiatría ha querido domar a la mujer para meterla en el carril adecuado de la normalidad de lo doméstico.
-¿Cuáles eran las expresiones extremas de su crisis?
-Sufría la pulsión de llevar a mis hijos continuamente al médico y de ir yo misma a la consulta, fruto de una obsesión por la muerte y lo imprevisible. Dudé si incluir el episodio de la tricofagia [ingesta del propio pelo], pues era un capítulo algo crudo que no me dejaba en buen lugar, pero lo hice porque es importante que la gente sepa que hay cosas de las que se puede salir, aunque yo intenté mantenerlas ocultas.
-¿No teme ser estigmatizada?
-Sí, me lo planteé, pero las personas que tenemos voz pública hemos de aprovechar que hay cierta apertura ahora mismo, la gente quiere hablar de salud mental. Igual que me arriesgo al estigma diciéndolo, también contribuyo un poco a quitarlo.
-¿Se ha preguntado si el sistema económico, el capitalismo, se conjura para producir una sociedad enferma de locura?
-Es uno de los factores. Freud decía que la salud mental es la capacidad de amar y de trabajar, y el capitalismo nos define así: tener una familia, criar a unos niños y trabajar. Pero ¿cuánto de locura hay en trabajar 12 horas al día? La salud mental es la capacidad de trabajar, pero muchas veces ese trabajo es el que provoca la propia locura.
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