La poesía transparente de Juan Ignacio Díaz Leiva
Literatura ·
El abogado malagueño firma con 'Alambres y tulipanes' su primer libro de poemas, publicado por la selecta editorial CalamburMás que una espina, a Juan Ignacio Díaz Leiva quizá se le haya quedado clavada la rama en un almendro de sus años de trabajo vinculado al sector de la construcción. Porque siempre proponía plantar almendros en las promociones que desarrolla su empresa, pero nunca tuvo demasiado éxito. A menudo le preguntaban por qué esos árboles, pelados, ajenos al utilitarismo reinante, que por no dar, no dan ni sombra. Él solía encogerse un poco de hombros y respondía: «Porque son modestos». Y además, una vez al año, cuando todavía no asoma del todo la primavera por la hoja del calendario, brindan el espectáculo callado de su floración blanca y radiante.
Porque a Díaz Leiva le gustan los almendros y los jilgueros, cuando la atención de la mayoría suele posarse en especies más vistosas. Y al conocer la anécdota personal parece cerrarse el círculo imaginario abierto por el poema titulado justo así, 'Almendros'. Está dedicado a José Antonio Muñoz Rojas y va dentro de las páginas de 'Alambres y tulipanes', el libro recién publicado por la selecta editorial Calambur que representa el estreno literario de este abogado malagueño.
Fundada hace justo tres décadas, en el cuidado catálogo de Calambur despuntan dos Premios Nacionales de Poesía: el concedido en 2010 a 'Cuadernos (2000-2009)' de José María Millares Scall y el fallado un año antes a 'La casa roja' de Juan Carlos Mestre. Figuran en el fondo de Calambur autores como Leopoldo María Panero, Francisca Aguirre o el malagueño Rafael Pérez Estrada, con dos de sus libros capitales: 'El levitador y su vértigo', publicado el mismo año de su muerte (2000) y 'Bajo el cielo impreciso', que un lustro más tarde reunía las composiciones que había dejado inéditas el abogado, dibujante, narrador y poeta.
En esa exquisita nómina se inscribe ahora Díaz Leiva (Málaga, 1961), cuyos 'Alambres y tulipanes' empezaron a brotar en un terreno en apariencia tan poco propicio para la poesía como una reunión telemática de trabajo durante lo más oscuro del confinamiento. «El despacho organizó un 'webinar', pero no para hablar de leyes o decretos, sino que se 'gastó' ese tiempo en reflexionar sobre cómo creíamos que iba a afectar la pandemia a la gente. Allí escuché de uno de los ponentes la previsión de que las personas iban a gastar su tiempo de forma diferente, que iban a dedicarse más a su pasión», relata Díaz Leiva antes de callar un instante y repetir como un mantra: «Su pasión...». Y él tenía clara la suya: la escritura.
Así que cogió los apuntes que mantenía guardados en un archivador de aire administrativo y reunió una primera docena de poemas, los dio a leer a gente cercana y la respuesta le animó a continuar. Al principio sólo eran versos de amor, pero un poeta le planteó escribir de otros asuntos. Y así alumbró 'Alambres y tulipanes', «de lo que está hecha la vida», como apostilla Díaz Leiva, en alusión al vaivén de alegría y pesar, goce y dolor, que compone cualquier biografía.
Nutrirse de la vida
También su libro, que «no es un poemario existencialista, sino poesía existencial que se nutre de la vida, con su carga de incertidumbres y dones, fiascos e inesperados hallazgos, quimeras y decepciones», como escribe el filósofo y escritor Rafael Narbona en el prólogo de 'Alambres y tulipanes'.
Admite Díaz Leiva que, cuando leyó las palabras de Narbona, se sintió «transparente». Lejos de aflorar el pudor, llegó cierto poso de serena conformidad: «No me importa sentirme transparente». Y la sentencia del autor malagueño puede aplicarse a él mismo, pero también a sus poemas, alérgicos al artificio, cabales y recios como rama de almendro. Ahí está, casi a modo de santo y seña, el poema que abre el libro, 'Malas lecturas', cerrado así: «Malas lecturas, así no funciona la vida. / Estudiaste para domador y el examen fue / de equilibrista».
Guarda ese poema inaugural otra clave fundamental en la manera de Díaz Leiva de entender la poesía y la vida, si acaso ambas no sean la misma cosa: su atención por los héroes sobre los que no se posa el foco de la Historia. Lo ilustra con el caso de Michael Collins, el único de los tres tripulantes del 'Apolo 11' que no puso un pie en la Luna: «Se la jugaron los tres, pero él se sacrificó para que los otros dos pudieran dar ese paseo famoso».
Lo cotidiano
Esa atención por el camino menos trillado del relato histórico parece enlazar en la poética de Díaz Leiva con su querencia por los versos y los autores centrados en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana. Surge aquí el nombre de Ángel González, «maestro» al que dedica el malagueño 'Sol de invierno', abierto de este modo: «No debería ser un premio / a los perros les basta con / tumbarse. El Sol de Invierno figura en la / Declaración Universal de los Derechos del Hombre...».
O la vertiente social despuntada en 'La cola', nacido a partir de la visión de una hilera de vecinos de un barrio guardando su turno para recoger comida en un comedor benéfico: «Nadie impacienta / –no hay queja / el silencio manda– / ni esperanza, acaso miedo, / a que no quede nada, a llegar a casa; / a la sonrisa, / a la pregunta, / inocentes ambas: / ¿quedaba chocolate, mamá?».
Y más que chocolate, queda un pequeño temblor, una sacudida íntima, callada y modesta. Como una rama de almendro.
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