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Sr. García .
Paul Morphy, orgullo y tristeza del ajedrez

Paul Morphy, orgullo y tristeza del ajedrez

Cuentos, jaques y leyendas ·

El campeón mundial oficioso, genio del juego ciencia, tuvo orígenes malagueños

manuel azuaga herrera

MÁLAGA

Domingo, 1 de marzo 2020, 00:01

Nueva Orleans, una tarde de verano, mil ochocientos cuarenta y pocos. El juez de la Corte Suprema de Luisiana, Alonzo Morphy, y su hermano Ernest, un fuerte jugador local de ajedrez, llevaban varias horas delante del tablero. Los dos buscaban dar el jaque mate definitivo, pero la lucha acabó finalmente en empate y comenzaron a recoger las piezas. En aquel instante, el hijo de Alonzo, el pequeño Paul, que tenía seis o siete años y había seguido la partida en silencio, intervino: «Tío Ernest, podías haber ganado». Ante el asombro del padre y del tío, el niño pidió permiso para colocar en el tablero la posición exacta en la que habían pactado las tablas. Dispuso cada pieza en su lugar, sin error, y entonces argumentó: «Aquí, mira. Puedes dar jaque con la torre, entonces el rey tiene que capturarla, pero el resto ya es fácil». Paul Morphy llevaba tiempo observando las partidas de ajedrez que los miembros de su familia jugaban en casa y, en su condición de testigo, sin que nadie lo supiera, iba rumiando los principios básicos y estratégicos del juego. Su padre y su tío Ernest contemplaron de nuevo el tablero y cruzaron miradas de incredulidad. El niño estaba en lo cierto, había sido capaz de calcular más allá que los dos juntos. Ninguno de ellos podía imaginar que estaban delante de uno de los mayores genios de la historia del ajedrez. Aunque su tío Ernest quizás lo sospechara.

Los Morphy eran oriundos de Irlanda. A finales del siglo XVIII, Michael Morphy, bisabuelo de Paul, viajó a Madrid. Tras unos años como capitán en la Guardia Real, se trasladó a Málaga, donde ejerció cargo diplomático como cónsul de los Estados Unidos, una nación que en aquellas fechas estaba en fase de construcción. Resulta muy emocionante leer la correspondencia que Michael Morphy mantuvo con Thomas Jefferson, Secretario de Estado del primer presidente estadounidense, George Washington. Michael (quien aparece en muchas fuentes bibliográficas como Miguel) firma sus cartas con el apellido castellanizado (Morphy), pero Jefferson siempre le responde con la grafía inglesa (Murphy). Un dato poco conocido es que el hijo de Michael Morphy, Diego, abuelo paterno de nuestro protagonista, nació en Málaga. Años más tarde se convirtió en cónsul español en Nueva Orleans, donde fijó residencia. El periodista e historiador valenciano José Antonio Garzón me habló hace un tiempo de los orígenes malacitanos de Morphy. «Es gracioso, pero si Luisiana no hubiese sido en aquellos días una gobernación española, probablemente la familia habría permanecido aquí y quién sabe si Paul Morphy hubiese sido malagueño».

Volvamos a la historia central. Su tío Ernest confesó que «cuando Paul era niño, dejaba de repente el cuchillo y el tenedor en la mesa, colocaba sobre el mantel de cuadros un problema [de ajedrez] imaginado y usaba las aceiteras, los saleros y los servilleteros como si fuesen piezas». De regreso de la ópera (la madre de Paul fue mezzosoprano), era capaz de tararear o silbar, de principio a fin, la representación que acababa de presenciar. Su talento era prodigioso. En 1846, el general Winfield Scott pasó por Nueva Orleans y pidió jugar con el rival más fuerte de la ciudad. Cuando le pusieron delante a un mocoso que aún no había cumplido nueve años, Scott se tomó aquella escena como una mala broma. La cosa empeoró cuando, a la vista de los presentes, Morphy le ganó la primera partida en solo diez movimientos. Y la tragedia llegó en la revancha: después de la sexta jugada, Paul le advirtió de un jaque mate inevitable. El general salió de la sala dando un portazo, rumbo a la frontera con México, donde, furioso, capitanearía a las tropas estadounidenses en otro tipo de frentes. Y con mejor resultado.

A partir de este episodio, la fama de Morphy como niño prodigio del ajedrez se propagó con rapidez. El húngaro Johann Lowenthal había huido de su país y, en mayo de 1950, pasó por Nueva Orleans. Era uno de los mejores jugadores de Europa, sobre todo desde que derrotó al alemán Adolf Anderssen, al que muchos consideraban el auténtico campeón del mundo, pese a que por entonces no existiera tal distinción. El tío de Morphy invitó a Lowenthal a casa de su sobrino para que pudiera conocerlo y, por qué no, jugar alguna partida. Nada más ver a aquel chico de doce años, Lowenthal quiso darle una pieza de ventaja, pero le hicieron comprender que lo justo era que jugaran en igualdad de condiciones. Existen algunas versiones contradictorias sobre el número de partidas que jugaron y su resultado. Está muy extendida la idea de que Morphy se adjudicó un pleno de tres victorias. Lo cierto es que jugaron dos y que Morphy ganó el primer encuentro y sacó tablas en el segundo. El propio Lowenthal así lo publicó en 1860 en su libro sobre las mejores partidas de Morphy. Y la obra cuenta con el consentimiento del propio Morphy, quien siempre mantuvo una relación de sana admiración y respeto con el húngaro.

Con la victoria sobre Lowenthal la ilusión se desbordó alrededor del pequeño Morphy. Su tío envió la partida a los periódicos y la hizo llegar también al 'Illustrated London News', al otro lado del océano, donde Howard Staunton, jugador extraordinario, escribía en su sección de ajedrez. Sin embargo, Alonzo no quería que su hijo desperdiciara su vida y volcara su enorme talento solo en el tablero. Le prohibió jugar más partidas, con la excepción de los domingos, y procuró que estudiara Derecho en Spring Hill College, una institución jesuita en Mobile (Alabama). Los recortes de prensa de la época señalan que el alumno Morphy ganó dos veces el Premio de Buena Conducta. También sabemos que jugó al ajedrez, en especial con su gran amigo Charles Maurian, a quien enseñó nociones de apertura, es decir, cómo empezar una partida. Morphy nos mostró (no solo a Maurian) la importancia del concepto del 'desarrollo': poner en juego tus piezas antes que las de tu rival te da ventaja, aunque para ello debas sacrificar alguna en el camino. Por eso muchas de las partidas de Morphy son lecciones magistrales para cualquier jugador novel, unidades didácticas maravillosas para su estudio en clubes o escuelas.

Morphy se graduó como abogado, pero no podía ejercer legalmente hasta los 21 años, así que decidió participar en el primer Congreso de Ajedrez Americano que se celebró en Nueva York (1857). Un poco antes de aquello, su padre murió. Se cortó un ojo con el ala del sombrero de un conocido y la infección se complicó tanto que le provocó un derrame cerebral. Esta pérdida fue muy dura y estuvo a punto de desbaratar sus planes, pero finalmente Paul acudió al torneo y lo ganó con una facilidad insultante: 14 victorias, 3 empates y una sola derrota. La sexta partida que jugó contra Louis Paulsen, ya en la fase final, es una obra de arte, poesía en el tablero. Búsquenla y disfrútenla con lo que sigue. En la jugada número 16, Morphy (con negras) sacrificó su dama a cambio de un alfil. La sorpresa entre el público fue mayúscula y uno de los presentes comentó en voz alta su deseo de que a Morphy lo ingresaran en un manicomio, solo por haber realizado una jugada tan extraña. Sin embargo, unos movimientos más tarde, el sacrificio de dama cobró todo el sentido: Morphy remató la partida de forma magistral mediante una combinación que nadie más había vislumbrado, solo él, tal y como había hecho tantas veces en el mantel de cuadros con los saleros y las aceiteras.

Tras su triunfo en el Congreso, el club de ajedrez de Nueva Orleans dirigió una carta a Howard Staunton para acordar las condiciones de una partida entre él y Morphy. La gente necesitaba saber si Morphy era el mejor jugador del mundo, no solo de los Estados Unidos. El club invitó a Staunton a cruzar el Atlántico, pero este fue muy claro en su respuesta: «…la idea de jugar una partida en un país extranjero, a muchos miles de kilómetros de aquí, sólo es admisible en un sueño». Además, argumentó que llevaba un tiempo retirado del ajedrez, por lo que el juego no estaba dentro de sus prioridades. Por su parte, Morphy también recibió una invitación para participar en un torneo, en Birmingham, en el que Staunton iba a tomar parte, así que decidió poner rumbo a Europa y «…lanzar el guante a todos los que vengan».

Las andanzas de Morphy en el viejo continente darían para varios tomos enciclopédicos, por lo que resumiré la historia con la voz narrativa de un cuento. O la de un telegrama. El torneo de Birmingham se aplazó, entonces Morphy desafió a Staunton, pero éste puso todo tipo de excusas. A veces pedía una prórroga de meses, o más dinero en apuestas, y otras alegaba estar ocupado en una edición de parte de la obra de Shakespeare, pues era un experto en la materia. Mientras esperaba el momento más oportuno para Staunton («…les haré saber la fecha exacta dentro de unos días», dijo el inglés), Morphy se marchó a París. Allí frecuentó el Café de la Régence, la meca del ajedrez europeo. Derrotó a los mejores jugadores, dio simultáneas a la ciega y, con el dinero que obtuvo, sufragó el viaje de Adolf Anderssen hasta la capital parisina. En este cuento, sépanlo, Anderssen es el personaje bueno. Porque él sí aceptó jugar para saber quién de los dos era el mejor ajedrecista del planeta. Morphy despejó cualquier duda: ganó siete partidas sobre un total de once, a pesar de que jugó bajo los efectos de una gripe intestinal y de que lo trataron con sanguijuelas, remedio que le hizo perder mucha sangre durante aquellos días. Solo le faltaba jugar contra Staunton, pero ya se lo imaginan: no hubo duelo. Así que, en este cuento, Staunton es el malvado.

Apenado, Paul Morphy regresó a los Estados Unidos. Lo recibieron como a un héroe, pero él no podía olvidar el desaire que había sufrido. Tras ofrecer algunas exhibiciones en varias ciudades, decidió abandonar el ajedrez. Años más tarde, su comportamiento se volvió extraño y hostil. Se cuenta que estaba convencido de que todos los barberos de la ciudad querían degollarlo. Y si alguien pronunciaba la palabra «ajedrez», enfurecía. La prensa echaba más leña: «El Sr. Morphy está loco, se ha vuelto demente».

El 10 de julio de 1884, a los 47 años, Paul Morphy murió de forma repentina mientras se daba un baño de agua fría. Su madre lo encontró inconsciente en la bañera. Entre los que portaron el féretro estaba Charles Maurian, su amigo del alma, la única persona con la que Morphy todavía jugaba al ajedrez. Quizás Maurian pensaba en el concepto del 'desarrollo' y en cómo, a veces, para obtener ventaja, debías perder alguna pieza por el camino.

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