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Brigitte Bardot acabó aquella noche en la playa. Burlando con nocturnidad y alevosía la ley de vagos y maleantes: borracha y bañándose en el mar completamente desnuda. No estaba sola, la acompañaba Paco Manoja, memoria viva de aquel Torremolinos. «Vino a cenar al bar, estuvimos bailando y acabamos en el mar sin ropa», cuenta el artista y empresario con sonrisa traviesa. Su historia se parece mucho a las juergas ibéricas de Ava Gardner, cuyos fugaces amantes corrían a contarlo después. Pero llegados a este punto, nuestro narrador se calla. Pero si ya ha prescrito, le replico. Aumenta el dibujo socarrón de sus labios y prolonga la pausa dramática, pero no suelta prenda, tal vez porque aquella noche las perdió todas. Y como un torero con oficio, cambia de tercio y saca precisamente el nombre de Ava, a la que se encontró otra noche algo perjudicada e intentando volver a casa, tras un sarao en El Dorado. «No recordaba ni donde paraba, pero yo sabía que estaba en la Finca La Verdad del periodista Jorge Fiestas, así que le busqué un taxi y la mandé a casa», zanja con cortesía el hombre que no se perdía ninguna fiesta.
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Propietario del Bar Central, «el lugar más 'chic' en Torremolinos», como lo bautizó el cronista de la Costa del Sol Paco Lancha, Manoja sigue en guardia y nos abre su casa, sus álbumes y su privilegiada memoria que, a sus 94 años, funciona como un reloj. Los urdidores de este encuentro son otra histórica de calle San Miguel, Remi Fernández Campoy, propietaria de la mítica tienda de discos Misol, y el dramaturgo Carlos Zamarriego. Nos acomodamos los cuatro bajo un gran cuadro que lleva la firma del propio protagonista y que atrapa un paisaje veneciano plagado de globos aerostáticos. Metáfora perfecta para este 'influencer' del siglo XX que ha sobrevolado mil y una noches desde su múltiple actividad como hostelero, empresario de moda, pintor, anticuario y artista de la vida. Méritos a los que hay que sumar un intangible como el carisma, que no tarda en aparecer en su deliciosa conversación salpicada de actores, cantantes y 'celebrities' que pasaron por la barra de su bar y con los que acabó de cena, copas y confidencias.
Sus recuerdos están protagonizados por estrellas de Hollywood, como Elizabet Taylor, Eddie Fisher, Melvyn Douglas, Peter Lorre, Diana Dors y un par de extranjeros que hicieron fortuna en Sunset Boulevard y acabaron refugiados en Málaga, el húngaro Paul Lukas y el ruso Mischa Auer. También la pionera April Ashley, la primera mujer trans; la 'drag queen' Danny La Rue; la pianista Pia Beck y aristócratas como el abdicado rey de Inglaterra Eduardo VIII por el amor de Wally Simpson en la fiesta «más aburrida» que recuerda. Y, por supuesto, paisanos: Imperio Argentina, Paquita Rico, Antonio El Bailarín, y la pareja formada por la flamenca Lola Medina y el aviador Américo. Con este último no acabó bien por culpa de aquel baño con B.B. Su don de gentes es evidente, aunque Paco se atribuye otro mérito en aquella Málaga de los 50 y 60 que despertaba al turismo: «Yo era uno de los pocos que entonces hablaba inglés».
Esa fue la razón por la que acabó haciendo de banderillero del cantante norteamericano Eddie Fisher. Bueno, eso y unos cuernos. «Me llamó la dueña del hotel en el que se alojaba para que lo llevara a los toros y le explicara todo, pero a mitad de la corrida me dijo: 'Vamos a tomar unos martinis'. Y acabamos en calle Larios de copas», cuenta divertido el hombre que compartió brindis con el personaje más buscado en aquel momento por los paparazzis, después de que el polémico artista abandonara a su mujer, la actriz Debbie Reynolds, por su mejor amiga, la estrella Liz Taylor. Y para poner tierra de por medio con aquella mediática infidelidad, ambos abandonaron el ambiente cargado de Hollywood por el despejado horizonte de Torremolinos. «Eddie vino aquí con Elizabeth que estaba rodando 'Esencia de misterio', la primera película con olores que fue todo un fracaso», cuenta Manoja sobre su frustrada tarde de toros con Fisher que, siguiendo el ejemplo de su mujer, cambió aquella tarde la muleta también por los olores. Bueno, por los olorosos.
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Pasando fotos del álbum no tarda en aparecer el mítico futbolista Bobby Moore, capitán de la selección de fútbol de Inglaterra que quedó campeona del mundo en 1966. Y la foto que publicó SUR del cóctel que organizó Manoja en Torremolinos en homenaje a la estrella del balón, al que asistieron el presidente del Club Deportivo Málaga, Juan Moreno de Luna, y el entrenador del Manchester, Malcolm Allison. «Bobby venía a mi casa y yo a la suya cuando iba a Londres», deja clara la cercanía entre ambos, de la que también da fe la siguiente foto en la que el futbolista regala al malagueño su camiseta de la selección británica con el '6' a la espalda y el recorte del periódico inglés 'Daily Express' que informaba que Moore le había prometido a Manoja que si ganaba el Mundial le daría su emblemática equipación. «La vendí por 3.000 libras», suelta de pronto haciendo gala de su espíritu empresarial. Genio y figura.
«¿Sabes lo que vale mucho dinero?», pregunta, mientras pasa página y saca un documento de buen gramaje en el que se ven una decena de firmas con mensajes cariñosos al «amigo» Paco, el «spanish fly». «Este es el menú de la cena conmemorativa de Inglaterra en la Copa del Mundo y lo tengo firmado por todos los jugadores», muestra con orgullo su tesoro el malagueño, como si nos acabara de meter un gol. «Esto vale oro porque no han vuelto a ganar otro campeonato», abrocha con la exclusiva tarjeta de la comilona en el Hilton de Londres.
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Manoja no solo habla inglés con soltura, sino que su acento de Torremolinos tiene un deje anglosajón. Tirando a norteamericano. De la etapa en la que vivió seis meses con vistas a la costa de Málaga y otros tantos, a la de Satellite Beach (Florida) en los años 80 y 90. Y por eso dice «penthouse» para referirse al ático de un amigo en el que se queda desde que perdió su apartamento en una caída. Se rompió la cadera y al pasar por el hospital le detectaron un problema de corazón y le pusieron también un marcapasos. «No tenía seguro en EE UU, así que fue una ruina. Tuve que vender la casa. Se la llevaron los médicos», cuenta con algo de resignación, aunque no ha perdido su conexión americana. «Mi amigo se queda aquí cuando viene y yo voy a su 'penthouse'», relata Paco Manoja que ya intercambiaba casas antes de que las webs vacacionales lo pusieran de moda.
Todo esto lo cuenta sentado en su sofá, muy cerca de un marco con una foto firmada por otro actor. Aunque también tiene el sello presidencial de la Casa Blanca y se lee «Ronald Reagan». «Por el secretario de su mujer, Nancy, supe que el presidente de EE UU tenía un museo del caballo y, cuando en una tienda de antigüedades encontré un bronce de una silla de caballo español, lo compré y se lo regalé. Y de vuelta me mandó dos fotos dedicadas», muestra orgulloso Paco Manoja, cuya casa es también un museo. No solo por las fotos, los recuerdos y su exótica colección de figuras talladas chinas, indias y persas. En sus paredes hay desde un exclusivo y pequeño cuadro del paisajista decimonónico inglés George Turner a sus propios óleos en los que también practica las vistas. Desde esa Venecia aérea a su particular mirada de la calle San Miguel de Torremolinos cuando era la vía central de una barriada de Málaga salpicada de casas mata.
En el álbum aparece un catálogo de la Bodley Gallery de Nueva York del año 1961. Se trata de la exposición 'Paintings of Andalusia' y el autor no es otro que Paco Manoja. «Aquí expuso cuatro años antes un tal Andy Warhol», apunta como metiendo otro gol el ahora pintor. Efectivamente, el artista que revolucionó el pop art exhibió sus primeras individuales en esta galería de Manhattan, que el mismo año que anunció al malagueño también acogió una muestra de Max Ernst y, el anterior, de Roberto Matta. Suena a que es todo un gol. «La primera exposición de Paco fue junto a Palmira Abelló en el Bar Central y fue magnífica», recuerda Remi Fernández Campoy, que no puede resistir el apunte que rescata también a la célebre pintora y amiga.
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De vuelta a la barra del bar, Manoja da con una foto setentera de unos guiris en la terraza de su local que ilustraba el suplemento dominical de 'ABC' de 1972. «El Central era el 'meeting point' de todo el mundo», asegura el empresario, sacando a pasear otro anglicismo perfectamente pronunciado, que le hace recordar a Remi que Paco también fue un pionero de la moda en Calle San Miguel. «Puse una boutique, especializada en artículos de piel, y como en tiempos de Franco no se podían poner nombres extranjeros a las tiendas le puse Oscar porque el actor Paul Lukas me regaló su estatuilla de Hollywood y la exponía en la tienda», relata el emprendedor, que lucía en el escaparate el legendario galardón que el húngaro arrebató al mismísimo Humphrey Bogart de 'Casablanca' por la hoy olvidada película 'Alarma en el Rhin' (1943), que como aquella denunciaba el nazismo.
El Oscar se lo ganó Manoja por amistad y fidelidad a Lukas, aunque lo perdió por un accidente a toda velocidad. «Estrellaron un coche contra la tienda y se llevaron todas las pieles, pero lo que más me dolió fue que me robaran el premio», cuenta el comerciante, que cuando cumplió 50 años regentaba el bar Central de plaza Andalucía, pero también el restaurante La Mañana, tres «boutiques» –una en Marbella y las de Torremolinos, Adam y Oscar–, una peluquería, una agencia de viajes y una finca en Cártama. Su olfato para los negocios le precede. Un don que también lo llevó a Brigitte Bardot, en cuya historia volvemos a insistir.
«Vino buscándome porque su hermana, que había pasado por Torremolinos, le dio mi dirección. Llegó y me pidió una botella de whisky pero de verdad, porque entonces aquí nada más que había Dyc y resulta que a ella le descomponía el estómago», revela Paco Manoja, mientras Remi y Carlos estallan de la risa al imaginar la escena. El hostelero compraba botellas de 'scotch' de estraperlo a las azafatas que llevaban a los turistas británicos a Gibraltar, pero salían cargadas de allí con más 'escoceses' de los que habían entrado. Esto ocurrió fue durante el rodaje de B. B. de 'Los joyeros del claro de luna' en la Costa del Sol y, botella tras botella, la cosa acabó en la playa bajo esa misma luz del título de la película.
«Nos hicimos buenos amigos», afirma en un nuevo pase torero. Entonces señala el álbum y cuenta que no le queda ninguna foto de la Bardot porque un día su amigo Américo, en un ataque de celos, le tiró al fuego de la chimenea todas sus instantáneas con la protagonista de 'Y Dios creó a la mujer'. «No me quedó ninguna, pero a él no le volví a poner un café en el bar», cuenta todavía con enfado. ¿Entonces hubo idilio? Y como si ya nos hubiéramos tomado unos cuantos güisquis de los que guardaba bajo la barra, esta vez contesta. «Es que no hubo tema porque estábamos demasiado borrachos los dos», responde recuperando su sonrisa traviesa, mientras mira por la ventana de su apartamento con vistas al Bajondillo. A esa misma arena en la que hace setenta años se bañó desnudo y acompañado. Sin consecuencias, pero también sin que les diera el alto la policía.
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