
En la noche del miércoles, tras un recital, Benjamín Prado lanzó su último libro de poemas, una recopilación titulada 'Acuerdo verbal', al patio de butacas de un teatro en Granada «como quien tira una púa». Pasada la apoteosis, se dio cuenta de que era el único ejemplar que tenía. «Ahora no sé qué leeré en Málaga». Y lo prefiere: «Me gusta dar cabida a la improvisación». El poeta madrileño, discípulo de Alberti y Ángel González, inaugura esta tarde en La Térmica el espacio Poesía SUR de La Noche de los Libros, programado en colaboración con este diario y donde también intervendrán Elena Medel, David Leo García, Ángelo Néstore, Violeta Niebla y Luz Prado.
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–Trabaja como analista político, novelista, conferenciante, autor de canciones… ¿Tan mal está la poesía?
–A veces me presentan como un artista multidisciplinar y siempre respondo que prefiero que me llamen pluriempleado, que es más nuestro. Tengo la necesidad de contar historias, aunque cuando más disfruto es recomendando libros. Me pagan por algo que seguramente yo pagaría por hacer. Y la política me interesa desde que Alberti me enseñó que los poetas debemos tener por lo menos uno de los dos pies en la realidad.
–¿Qué le aportan las colaboraciones con cantantes y músicos?
–Me dan la posibilidad de formar parte de algo que me gusta mucho. La poesía que más me gusta es la que tiene una gota de rock and roll, como la que hacían Gil de Biedma o Neruda, y a su vez las canciones que más me gustan son las que contienen versos que robaría para un poema.
–¿No será que en realidad siempre ha querido ser una estrella del rock?
–Si hubiera querido serlo creo que lo habría sido, porque soy muy perseverante. Sabina dijo en una entrevista que soy una estrella del rock sin ningún disco. Me reí mucho con esa definición. A lo mejor eso cambia dentro de poco, quién sabe.
–No sé si tomármelo como una noticia o una amenaza.
–Más bien como una amenaza (risas).
–¿Genera adicción el aplauso?
–Sin ninguna duda, pero no todos los aplausos son iguales. El aplauso a un poema es muy emocionante. Se parece a un abrazo. Es bonito que leas un poema sobre tu madre, a quien echas mucho de menos, y veas a la gente quitándose las lágrimas a manotazos. No lloran por mi madre, sino por la suya. Es la magia de la poesía. Agradezco mucho ese aplauso. Aprendí ese agradecimiento también de Rafael (Alberti), que era un ser casi mitológico. Una vez le dije: «Nunca lees tus mejores poemas, sino los más aplaudidos». Y me respondió: «Claro, es que esta gente tiene cosas que hacer y mi obligación es entretenerlos también». Nos hemos olvidado de la raíz noble del entretenimiento.
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–De Alberti destacaba su capacidad de detectar la belleza en lo sencillo. ¿Cree que la ha heredado?
–Creo que lo hemos heredado todos los poetas de nuestro tiempo. Baudelaire ya nos descubrió que se podía escribir un poema a los bajos fondos, como hizo en 'Las flores del mal'. Pero sobre todo hemos luchado por erradicar el exceso de solemnidad, por limpiar el lenguaje de la poesía de los tópicos a los que estaba sujeto. Parecía que había que escribir «crepúsculo» cada tres versos. Lo único que me inquieta ahora es que ha habido un cierto regreso a la cursilería.
–Al verso de carpeta.
–Sí, a decir cosas muy bonitas. Yo me desmayaría si alguien dijera de uno de mis libros: «Me ha parecido muy bonito». Es un piropo envenenado. Es lo único reprochable a la poesía actual. Hay que pelear contra ello.
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–¿Hay algo de impostura, de postureo, en Benjamín Prado?
–Me encantaría pensar que no, que me parezco mucho al idiota que se sube a los escenarios, aunque tienes que representar a un personaje en cierto sentido. Hay algo teatral en eso. Estamos contaminados por los políticos; ves a un tipo soltando un discurso sobre la honradez y al día siguiente lo pillan robando. Eso ha hecho pensar que todo el mundo es hipócrita, pero creo que los escritores actuales no estamos endiosados.
–¿Seguro?
–No, no tenemos ese punto patético de entrar en un sitio con gafas de sol a las once de la noche. Al contrario: a veces me dicen que soy excesivamente amable. Creo que a la gente hay que tratarla bien, porque a mí me gusta que me traten bien.
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–¿Sentirse solo es peor que estarlo?
–Sí. Tengo amigos muy célebres, de los que van por la calle y la gente les para hacerse fotos, que están muy solos. La soledad es como la procesión: va por dentro. A veces muestras una cara muy sonriente pero por dentro no tienes razones para reír. Somos bichos muy complicados, con cables que nunca sabes qué hacer con ellos, si cortar el rojo o el azul.
–La última vez que estuvo en Málaga habló sobre la Sección Femenina de la Falange ante un auditorio repleto de mujeres mayores de cincuenta años. ¿Necesitamos que nos recuerden nuestra propia historia?
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–Con la República, las mujeres alcanzaron cierta igualdad. De ahí salieron María Teresa León, Rosa Chacel, María Zambrano, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín o Maruja Mallo, entre otras muchas. Pero llegó la dictadura y las mujeres fueron enviadas a casa para servir a sus maridos, como si fueran seres inferiores. No podían tener una cuenta en el banco o un pasaporte sin permiso de sus maridos. Yo lo contaba en las charlas y algunos detalles generaban risa por su barniz de patetismo, pero una vez una señora se levantó y dijo: «Mire, le aseguro que en la realidad no tenía ninguna gracia». Y nos dejó a todos chafados porque tenía razón.
–En la novela que publica la próxima semana, 'Los treinta apellidos', vuelve a bucear en el franquismo.
–El título surge de una frase de un empresario que dijo que, entre ellos, al Ibex-35 lo llamaban «Ibex-30 más 5» porque había cinco que entraban y salían pero los otros treinta correspondían a las treinta familias que mandan en España desde hace 200 años. Son cosas que hay que contar.
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–¿Qué pensó cuando le invitaron a La Noche de los Libros?
–Que es una fiesta que debería hacerse en todas las ciudades. Cualquier cosa que consiga poner los libros en el horizonte, en un país donde se lee tan poco, es admirable. Igual que en otras cosas criticamos a las administraciones, en este caso hay que darles un aplauso cerrado. Habría que hacer que leyeran los niños. España solo tiene dos petróleos: el turismo y la cultura. Y no los hemos tratado bien. No tenemos minas de oro ni diamantes, pero somos el país de Cervantes, Góngora, Quevedo o Lorca.
–¿A qué se refiere con que no hemos tratado bien al turismo?
–Hemos maltratado a la naturaleza. A la gallina de los huevos de oro hay que darle bien de comer. Hemos levantado construcciones muy baratas, hemos destrozado los litorales y hemos destruido patrimonio cultural. El día que cuidemos de verdad nuestro país, esto será la leche.
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–¿Qué necesita Joaquín para volver a ser Sabina?
–Ha hecho una gira excesiva y le ha pasado factura. Aunque es Sabina, es humano. Está bien, preparándose para acabar este 'tour'. Es un artista impresionante, un escritor de canciones único, buena persona, leal y muy divertido cuando está de buenas. ¿Qué puedo contar de él? Es mi hermano.
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