
Humphrey Bogart, un tipo duro en el tablero
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La afición compulsiva al juego del ajedrez del actor pudo cambiar el final de 'Casablanca'MANUEL AZUAGA HERRERA
Domingo, 27 de octubre 2019, 01:55
Humphrey Bogart (1899-1957) tuvo una infancia de niño rico. Su padre, cirujano, y su madre, ilustradora de cierto prestigio, compraron una casa victoriana a orillas del lago Canandaigua, en el estado de Nueva York, con la idea de pasar allí los veranos. En esa casa fue donde Humphrey aprendió, adolescente, a mover las piezas, gracias al doctor Bogart. Muchos años más tarde, Bogie, que aún no había triunfado en su carrera como actor, se buscó la vida jugando al ajedrez en la Sexta Avenida de Manhattan, con apuestas de un dólar por partida, lo que le permitió obtener unos ingresos indispensables en una época difícil en la que todo se tambaleaba a causa del terremoto bursátil del 29. Su afición fue compulsiva. El periodista Paul Harvey Jr. documentó que Bogart «venció a cuarenta o más personas en un solo día». Eso sí, también se cuenta que lo que ganaba apostando se lo gastaba en garitos y borracheras. Sea cierto o no, el ajedrez estuvo presente durante toda su vida, y siempre en momentos clave. En 1934, mientras jugaba una de tantas partidas callejeras, se enteró de que su padre estaba muy enfermo. Salió corriendo a casa y, dos días después, el que fuera su mentor en el tablero falleció entre sus brazos.
Dos años antes de este episodio, Herman Steiner –un tipo extraordinario que fue boxeador, periodista y campeón de ajedrez de Estados Unidos– fundó en Los Ángeles el Club de Ajedrez de Hollywood. Por allí pasaron los artistas más afamados del mundo de la cultura, la música y el cine, así que Steiner, muy atento a la ocasión, decidió impartir lecciones magistrales de ajedrez a algunos de sus ilustres amigos. Entre el grupo de alumnos encontramos a Billy Wilder, a José Ferrer y a su esposa –la cantante Rosemary Clooney–, a Charles Boyery y, cómo no, a Humphrey Bogart, quien demostraba una y otra vez tener un talento especial para dar jaque mate a sus rivales. Era bueno, muy bueno. En la década de los noventa, uno de los hijos de Bogart, Stephen Humphrey Bogart, escribió un libro en el que recordaba que «Mike Romanoff era una de las pocas personas capaces de ganar al ajedrez a mi padre». Romanoff fue un excéntrico restaurador de origen ruso –se autoproclamaba príncipe– que siempre iba acompañado por sus dos bulldogs ingleses, 'Sócrates' y 'Confucio'. Para que se hagan una idea del personaje, basta con que les cuente que la revista 'Life' le coronó como «el mentiroso más maravilloso del siglo XX en Estados Unidos». Vaya pieza, ¿no? Pues a pesar de ello, Humphrey Bogart mantuvo una relación de estrecha amistad con él, y era muy habitual verlos juntos en el célebre restaurante que Romanoff tenía en Beverly Hills. Fue precisamente en este mítico lugar donde Bogart, en 1952, se enfrentó al campeón belga de ajedrez George Koltanowski, quien derrotó al actor en cuarenta y un movimientos ¡con los ojos vendados!
Bogart empezó a ser conocido tras su soberbia interpretación en la película 'El bosque petrificado' (1936), y dio el golpe en la mesa, con su labio roto y su voz estridente, en 'Tener y no tener' (1944), de la mano de Howard Hawks. En el rodaje del film conoció a una jovencísima Lauren Bacall, de tan solo diecinueve años, con la que acabó casándose al poco tiempo –tras un tercer divorcio que bien pudo acabar con su vida–. Realmente Bacall era muy distinta a todas sus parejas anteriores. Pero no solo por su belleza: también jugaba al ajedrez. En 1945, mientras se rodaba 'Agente confidencial', la revista 'Chess Review' publicó una fotografía de portada en la que aparecía Humphrey Bogart –aunque él no actuaba en la película, solo acompañaba a su mujer– jugando una partida contra Charles Boyer; en segundo plano, Lauren Bacall y Herman Steiner parecían charlar. La posición del tablero habla por sí sola. Es evidente que no es una pose, ni una lucha entre aficionados: es un final de torres bastante igualado, aunque todo indica que Bogart se llevó la victoria.
Pero hablemos de 'Casablanca' (1942) y de la influencia del juego-ciencia en esta joya indiscutible de la historia del cine. El productor de la Warner Bros, Hal B. Wallis, el alma creativa de la película, no lo tuvo fácil. En un principio, barajó varias opciones para la dirección –Howard Hawks rechazó la oferta, de ahí que el film pasara a Michael Curtiz, para su mayor gloria–; sufrió con algún brote de mal humor entre el reparto, y hasta discutió con el resto del equipo –sobre todo con los gemelos Epstein y con Howard E. Koch, los guionistas– acerca del posible final de la película. Humphrey Bogart, entretanto, se refugiaba en su camerino y mataba el tiempo jugando al ajedrez. De hecho, Bogart no perdía la esperanza de que su personaje, Rick Blaine, fuese en realidad un jugador profesional. Es conocida otra hermosa fotografía tomada en un descanso de 'Casablanca' que nos muestra a Humphrey Bogart (blancas) jugando contra Paul Henreid (negras), mientras Claude Rains sigue muy atento lo que sucede en la partida. Si el lector entiende algo –o mucho– de ajedrez, apreciará que Bogart jugó de un modo sólido, sin errores. También Henreid demuestra un buen nivel, a tenor de su posición en el tablero.
Hace unos días, durante un viaje en coche camino de un congreso de ajedrez y pedagogía celebrado en La Nucía (Alicante), le enseñé esta fotografía al gran maestro Miguel Illescas, ocho veces campeón de España. Illescas se sorprendió de la fuerza de juego de ambos. «Oye, estos dos sabían lo que hacían». Tras un silencio de menos de un minuto, Miguel dio con la clave:«Ya sé, Manuel, han jugado la defensa Nimzo-India». Subrayo aquí que, en ajedrez, los primeros movimientos que se realizan –lo que conocemos como apertura– derivan en posiciones que se han jugado miles, millones de veces, de ahí que podamos clasificar las partidas conforme a un árbol teórico de jugadas. Lo extraordinario no fue que Illescas adivinara el tipo de apertura exacta a partir de una fotografía realizada hace más de setenta años, sino que, pocos kilómetros más adelante, ¡había reconstruido la partida desde el primer movimiento! «Bogart acaba de capturar el caballo de Henreid en la casilla d6… y tiene ligera ventaja, apuesto a que le ganó». Pueden imaginar mi cara de asombro. «Me quito el sombrero con Humphrey, no solo era un tipo duro en la pantalla», añadió.
También jugó Bogart contra Michael Curtiz y, en más de una ocasión, invitó a su camerino a Koch, uno de los guionistas, con la clara intención de influir en el desenlace de la historia, pues a Humphrey le preocupaba bastante no cerrar bien la trama de la película. Se barajaron varios finales alternativos. En uno de ellos, Ilsa (Ingrid Bergman) decidía quedarse junto a Rick Blaine (Bogart) y dejaba que su marido, Victor Laszlo (Henreid), huyera a su suerte. Pero la moral de la época se impuso, y esta opción se descartó, ya que en aquellos tiempos no estaba bien visto que una mujer casada hiciera tal cosa. En este punto de los hechos, me parece que no exagero si afirmo que el otro gran final que propuso Koch pudo haber cambiado la historia del cine, sencillamente porque aquel lacónico «Siempre tendremos París» hubiera quedado fuera de guion, en el cajón del olvido cinematográfico, y no hubiera contribuido, por tanto, al imaginario mítico y colectivo del séptimo arte. La alternativa de Koch proponía que Rick amenazara con una pistola al jefe de la policía local, Louis Renault (Claude Rains). De este modo, Rick ayudaría a escapar a Laszlo para que pudiera reencontrarse con Ilsa, su mujer, en algún lugar de América. Esta versión de 'Casablanca' terminaba con una última escena en la que Rick y Renault se sentaban para jugar –ya lo adivinan– una partida de ajedrez. Y en algún momento, un primer plano se dirigía a Renault, que sentenciaba: «Ricky, tenías razón. Eres un sentimental». Pero, tras muchas dudas, los hermanos Epstein impusieron su tesis y el final quedó tal y como hoy lo conocemos: sin ajedrez y sin pistola, pero con el deseo compartido, que casi supone un eslogan, de encontrase de nuevo en París.
Bogart dijo alguna vez que la clave para una buena interpretación era la concentración. No resulta casual entonces que, la primera vez que vemos a Rick Blaine en 'Casablanca', lo encontremos ante un tablero de ajedrez jugando contra sí mismo. «Esto fue idea de mi padre», escribe su hijo Stephen, «porque era algo que hacía a menudo. Él creía que su concentración para el ajedrez era justo lo que necesitaba para sus actuaciones». Otras fuentes aseguran que Bogart tenía una memoria prodigiosa y que era capaz de memorizar sus líneas de diálogo con solo leer una vez el guion. La partida ficticia que juega Rick, por cierto, es en realidad una partida que Bogart estaba jugando –por correspondencia– en aquellos momentos con Irving Kovner, el hermano de un empleado de la Warner. Y la apertura elegida por Humphrey (negras) se conoce como 'defensa francesa', muy apropiada, sin duda, para el contexto narrativo y político del film.
En 1956, Humphrey Bogart estaba muriéndose, enfermo de cáncer. Algunos amigos pasaban por su mansión a visitarlo, pero el director Richard Brooks, rival de Bogie en innumerables duelos de ajedrez, no aparecía, lo que molestó mucho a Lauren Bacall. Bogart siempre le disculpaba hasta que, finalmente, Lauren habló con Brooks para convencerlo de que pasara por casa, aunque solo fuera una vez. Brooks acudió presto al reclamo y terminó jugando al ajedrez con Bogart, como en los viejos tiempos. Pero Humphrey tuvo que interrumpir la partida para vomitar y Richard, afligido, no quiso continuar con aquello. «¿Qué pasa, chico? ¿No puedes soportarlo?», le preguntó Bogie en voz alta. Me pregunto si se refería a su débil estado de salud, o a lo que estaba sucediendo en el tablero. En cualquier caso, Richard se marchó.
Poco después, el 14 de enero de 1957, Bogart murió en su casa acompañado por el amor de su vida, Lauren Bacall. Richard Brooks, al igual que otros muchos amigos, estuvo en el funeral y años más tarde confesó que nunca debió abandonarlo aquel día. Por su lado, Mike Romanoff, el príncipe que derrotaba a Humphrey, fue uno de los que portaron el féretro. Quién sabe si lo hizo acompañado, a golpe de ladridos, por sus fieles 'Sócrates' y 'Confucio'.
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