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Sr. García .
La ajedrecista fantasma

La ajedrecista fantasma

Cuentos, jaques y leyendas ·

Elizabeta Bykova, tercera campeona del mundo, es una de las grandes olvidadas de la historia

manuel azuaga herrera

Domingo, 12 de diciembre 2021, 00:18

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Hoy hablaré de muertos y fantasmas. Para ser preciso, hablaré de una muerta que es al mismo tiempo una fantasma, en singular femenino, una ajedrecista de la que poco conocemos, pues aún vive en la desmemoria colectiva, a pesar de haber sido campeona del mundo, la tercera de la historia. Este cuento es, en realidad, una búsqueda, una llamada desesperada para rescatar del olvido a Elizabeta Bykova -así se llama nuestra fantasma-, una mujer extraordinaria que deambula en silencio por los recovecos de un sueño convertido en amnesia. Llevo días y noches rastreando las huellas de Bykova, pero, con cada paso que doy, cuanto más me acerco a su figura, más se desdibuja su espectral silueta de polvo incorpóreo. Así que debo tener cuidado, el perfil de Bykova podría desaparecer por completo. Antes de que esto llegue a suceder, les contaré al oído todo lo que sé sobre ella. Empecemos por un momento realmente mágico, como en las buenas narraciones de fantasmas.

1948. Moscú. Campeonato del Mundo de ajedrez. Cinco ajedrecistas luchan por conquistar un título que no tiene dueño desde 1946, cuando el campeón del mundo Alexander Alekhine apareció muerto, posiblemente asesinado, en su habitación del Hotel do Parque de Estoril, en Portugal. La FIDE organizó entonces un encuentro del que debía salir un nuevo campeón. Los candidatos fueron el estadounidense Samuel Reshevsky, el holandés Max Euwe y los soviéticos Paul Keres, Vasily Smyslov y Mijail Botvinnik. El 9 de mayo de 1948, Botvinnik planteó un gambito de dama contra Max Euwe, que llevaba negras. En la jugada número 14, el soviético movió su peón blanco hasta la casilla b4 y, acto seguido, ofreció tablas. Euwe las rechazó. Movió una de sus torres. Nada más realizar esta última jugada, Euwe aceptó la oferta de Botvinnik (ahora sí) y se estrecharon la mano. Con este medio punto, Botvinnik se convertía en el sucesor de Alekhine. La hija del árbitro de la contienda le entregó a Botvinnik un ramo de flores y el público rompió a aplaudir, entre vítores y gritos exultantes. Entre la multitud, se encontraba Elizabeta Bykova, la campeona de ajedrez de la Unión Soviética.

El periodista Andy Soltis, en su magnífica obra 'The Life and Games of a World Chess Champion', cuenta que un cámara de cine soviético intentó grabar la histórica escena de Botvinnik mientras recibía la felicitación de Euwe y del presidente de la FIDE, pero no llegó a tiempo, lo que era un verdadero problema para la propaganda soviética, ya que no podrían presumir con la secuencia de una hazaña tan memorable. El ajedrecista Yakov Estrin era el encargado de manejar uno de los grandes tableros de pared de la sala y, por casualidad, llevaba un traje muy parecido al de Botvinnik. El cámara, ocurrente, dio con la solución: grabó un primer plano en el que Estrin movía el peón negro hasta la casilla b4. El peón, este es el detalle mágico, acabó en poder de Bykova, que lo quería como talismán, «con la certeza de que este peón la convertiría en campeona mundial femenina», escribió Botvinnik. «Y, de hecho, ocurrió».

Liza se trasladó con 12 años a Moscú, donde gracias a su hermano mayor Vladimir entró en contacto con el ajedrez

La revista '64' se convirtió en la palanca para impulsar la difusión del ajedrez como elemento unificador del país

Elizabeta Bykova nació en Bogolyubovo, un pequeño pueblo cerca de la región rusa de Vladimir. Sus padres eran campesinos. Con 12 años, Liza se trasladó a Moscú, donde, gracias a Vladimir, su hermano mayor, entró en contacto con el ajedrez. Casi todo lo que sabemos de Bykova se centra en su trayectoria como ajedrecista. Fuera del tablero, su vida es un misterio. En 1927 jugó un campeonato escolar. A pesar de ser la única chica, ganó el torneo, lo que le hizo sentir que tenía un talento especial para luchar contra cualquiera. En 1935 vio jugar en Moscú a Vera Menchik, la mejor jugadora del planeta, a la que admiraba profundamente. Tanto fue así que Bykova escribió, años más tarde, la primera biografía sobre la campeona, una obra descatalogada y solo disponible en ruso. En mi afán de búsqueda fantasmal he logrado la copia de un ejemplar. Me acerco a sus páginas con la emoción de encontrar algún detalle curioso, pero el libro está dedicado a la revisión pormenorizada de las partidas de Menchik. Poco más. Mucha propaganda soviética, eso sí. Quizás destaca una cita que Bykova atribuye a Vera y que había leído en otra fuente: «Antes jugaba para divertirme, luego para estudiar, pero ahora juego para crear».

La aparición de Vera Menchik en la vida de Bykova representó un estímulo decisivo. Hasta entonces, el conocimiento de Liza sobre el juego-ciencia era el de cualquier aficionado. Debo apuntar que la campeona del mundo quedó en último lugar en el torneo Moscú, pero Liza constató que, a pesar del resultado, Menchik podía luchar de igual a igual contra Capablanca, Lasker o el patriarca Botvinnik, así que decidió imitarla. A partir de ese momento, Bykova comenzó a frecuentar una escuela de tecnificación. «Las clases en la escuela de ajedrez», reconoció más tarde, «me dieron mucho. Empecé a mirar el ajedrez con otros ojos». Por la noche, cuando volvía del trabajo, Liza se afanaba en la lectura de libros sobre teoría de ajedrez. Leía con frenesí hasta que el sueño cerraba sus párpados.

Bykova no fue la única en mirarse en el espejo de Vera Menchik. Tras la visita de Menchik a la Unión Soviética, alrededor de 5.000 mujeres se inscribieron en competiciones de ajedrez femenino. Sin ir más lejos, en la Oficina Central de Estadística, donde Liza trabajaba como secretaria, se celebró un torneo entre las empleadas. Y Bykova, pueden imaginarlo, logró la victoria. Consciente de su notable progreso en el tablero, Liza decidió competir en torneos masculinos. La nación entera vivía bajo los síntomas de la fiebre del ajedrez. La revista '64', fundada en 1924, se convirtió en la publicación preferida de la clase obrera y se convirtió en la palanca perfecta para impulsar la difusión del juego como elemento unificador de un país multinacional. 'Ajedrez para las masas' fue el eslogan lanzado por el Gobierno. El gran maestro holandés Hans Ree describió con humor una atmósfera que se mantuvo hasta los años 90: «Cuando visito la URSS, me parece que cualquier conductor de tranvía juega al ajedrez mejor que yo».

Durante la Segunda Guerra Mundial, Bykova trabajó como contable. Al acabar su jornada, Liza recorría los hospitales militares de Moscú para jugar al ajedrez con los oficiales heridos. He leído en un diario ruso que ofreció hasta 340 simultáneas a las que asistieron 7.000 soldados. Me parece un dato increíble, pero hago la división y las cuentas me cuadran: en cada exhibición, se enfrentaba a 20 rivales, un número muy habitual en este tipo de demostraciones. Desde que supe de este gesto filantrópico, el fantasma de Bykova se me presenta día y noche. Encuentro en Internet fotografías en blanco y negro de Liza jugando al ajedrez. Son hermosas. Ella también lo era. Sin saber cómo, tropiezo con una nota de gran valor histórico. Dice así: «Los soldados y oficiales que estamos siendo tratados en el hospital de evacuación nº 5.004 expresamos nuestra gratitud a E.I. Bykova, quien, independientemente de la hora, imparte lecciones de ajedrez, organiza partidas y torneos clasificatorios. Visitó nuestro hospital 203 veces y pasó 800 horas en él. ¡Muchas gracias!». Esta dedicatoria realmente me emociona. Empiezo a enloquecer. Veo a Bykova en todas partes.

Tras la guerra, Liza alcanzó sus mayores logros deportivos. Conquistó tres veces el Campeonato Femenino de la Unión Soviética y demostró que estaba preparada para dar el gran salto: ser campeona del mundo. En 1953 llegó su oportunidad. La corona estaba en poder de Lyudmila Rudenko, otra heroína del tablero, digna heredera de Vera Menchik, quien había muerto en 1944 debido al impacto de una bomba V-1 del ejército nazi. El duelo entre Bykova y Rudenko se celebró en Leningrado. Se había previsto un total de 14 partidas, pero en caso de empate (7-7), Rudenko mantendría el título. El comienzo de Liza fue el peor de los posibles, pues perdió las dos primeras rondas. Sin embargo, se rehízo y llegó a la última de las batallas con un marcador favorable: 7-6. Esta partida, la definitiva, es una delicia. En una posición de doble filo, Bykova coordinó con técnica exquisita un caballo, una torre y un peón pasado, lo que obligó a Rudenko a abandonar en la jugada número 60. El público que abarrotaba la sala de juego se puso en pie y aplaudió con orgullo. Bykova, una mujer humilde de origen campesino, había obrado el milagro.

Después de aquello sucedieron muchas cosas. Bykova perdió su corona (1956) contra la moscovita Olga Rubtsova, aunque dos años más tarde la recuperó en un duelo de revancha. En 1962, Liza perdió el título de campeona del mundo ante la georgiana Nona Gaprindashvili, leyenda viva del ajedrez femenino. En la década de los 70, Bykova trabajó para la elaboración de contenidos en 'Escuela de ajedrez', un programa televisivo de divulgación. En marzo de 1989, la estrella de Elizabeta Bykova se apagó.

Hace unos años, el artista Ilya Shanin talló una figura de bronce de tres metros de altura con la idea de rendir homenaje a Bykova en Bogolyubovo, su pueblo natal. Las autoridades, sin embargo, aún no se han decidido a financiar la instalación de esta escultura. María Bykova, sobrina nieta de Elizabeta, lidera con fuerza un movimiento por la memoria de la que fue tercera campeona del mundo. Gracias a su empeño, se ha colgado una placa conmemorativa con la imagen de Bykova en el colegio donde estudió. En 2017, Nona Gaprindashvili visitó este lugar y entregó unas flores en honor a su antigua rival en el tablero. «Es muy bueno que la escuela no pierda la memoria, debería estar orgullosa de haber tenido una alumna como Bykova», sentenció Nona.

He visto el vídeo de esta visita de Gaprindashvili, junto a María Bykova, una y otra vez. Es difícil de explicar, pero hay algo en la escena que me pellizca y me turba. Nona lleva un bolso negro. Y ya sé que no son más que conjeturas, pero estoy convencido, no me pregunten por qué, de que dentro de ese bolso se esconde un preciado tesoro: el peón de b4 de Botvinnik. El talismán de Bykova.

Prometo salir de dudas y contarles si estoy en lo cierto.

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