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Dos piezas enormes dan la bienvenida como dos ventanas abiertas a un paisaje sombrío. También, quizá, como dos espejos imponentes donde ver reflejado nuestro lado menos favorecedor. La obra de la derecha muestra a un minero monumental, en realidad, uno de esos mimos que ocupan las calles de la ciudad en escorzo y, junto a él, un expositor con postales de Picasso con su precio en la cumbre (6 euros) y un usuario de esos patinetes eléctricos de ruedas con aerofagia. A la izquierda, la cola de un avión abierto en canal, depositado en el centro de un paisaje etéreo, al modo del Romanticismo alemán, pero más cercano. Al fin y al cabo, las calles, las escenas, resultan reconocibles a primera vista para cualquiera que esté familiarizado con el centro histórico de la capital malagueña.
Sólo que aquí la ciudad es la misma y distinta al mismo tiempo. Es 'La ciudad laberinto', título de la exposición de Rafael Alvarado inaugurada este viernes en el Ateneo de Málaga. El artista malagueño reúne en la institución cultural una selección de nueve obras sobre papel donde reflexiona sobre los efectos del turismo en el paisaje urbano para llevar esa mirada crítica hacia el modelo cultural y urbanístico desarrollado en los últimos años, justo ahora que la crisis sanitaria pone en jaque buena parte de esas estrategias.
«Habría que aprovechar esta situación para repensar el papel de la cultura y el turismo en la ciudad. Creo que volver a lo que había antes va a ser muy complicado y además, no creo que fuera el mejor camino. Nos tenemos que replantear si queremos seguir siendo una ciudad pensada 'hacia afuera', tanto en lo urbano como en lo cultural«, avanza el artista.
Con esos mimbres conceptuales, Alvarado (Málaga, 1957) presenta hasta el próximo 26 de febrero en el Ateneo una propuesta tan potente como contenida, tan crítica como simbólica. Marca la pauta cromática el uso del papel y del blanco y negro. «Me he decantado por esa gama en apariencia tan limitada para ir a lo más esencial, para que el color no distraiga al espectador del mensaje que quiero transmitir«, esboza el autor, figura esencial de la generación de artistas malagueños surgida en las últimas dos décadas del siglo pasado que comparte con creadores como Sebastián Navas, Francisco Aguilar o José Seguiri, entre otros.
Ya entonces, Alvarado dedicaría el proyecto de la Beca Picasso obtenida en 1991 a un proyecto en torno al paisaje romántico que sigue presente en su obra, como muestra esa pieza inaugural con un avión fracturado en medio de una escena indefinida. Esa nave surge además como icono recurrente en la obra reciente de Alvarado, si bien ahora cambia su trasfondo simbólico. La imagen mantiene su alusión al viaje, pero si en trabajos anteriores esos aviones estaban vinculados al fenómeno de las migraciones, ahora se detienen en la fractura (real en el caso del aeroplano pintado en esta ocasión) que deja una industria turística en el dique seco ante el avance del coronavirus. «En todo este proyecto subyace una reflexión, pero también una crítica hacia el modelo de ciudad y de cultura», abrocha el autor.
Así va ofreciendo sus senderos estéticos e intelectuales 'La ciudad laberinto' de Alvarado, que tiene al también artista Cayetano Romero como comisario de la muestra. «La primera idea –ofrece Romero– giraba en torno a un concepto expositivo que se podría catalogar como una exposición antológica, pero desde la particular visión de un coleccionista. Es decir, una obra elegida bajo un criterio ajeno al propio artista. Me parecía que esa otra visión mostraba sobre todo una mirada endogámica del propio artista hacia el arte (referencias a otros, recursos clásicos, lo expresivo y el dibujo como armadura) y se hacía muy presente la ausencia, o mejor dicho se hacía patente una escasa presencia en la colección, de una reflexión social que en la obra de Alvarado entendía yo consustancial. Descubrí entonces un Alvarado poliédrico que aunque fiel a sus principios a veces se distanciaba de sí mismo para reencontrarse una y otra vez con la historia del arte o con lo que es lo mismo, consigo mismo y el objeto artístico«.
Un ojo que Alvarado posa en lo más cercano para cambiar sus hileras de migrantes por colas de turistas ante museos vacíos, sus escenas románticas por planos de la ciudad rodeados de visitantes atolondrados y ratas siniestras. Destila esa esencia el escritor y director de la Casa Gerald Brenan, Alfredo Taján en uno de los textos que acompañan la muestra: «La ciudad de Alvarado está reconstruida, dibujada y pintada, una y mil veces, dejando una huella indeleble, facsímil imborrable que suscita pasiones huecas y modas olvidadas. Esta vieja Málaga que estuvo, hasta hace un instante, invadida por coches y autocares, por gente en busca del espejismo del sol, personas empeñadas en visitar nuestras ruinas para transformar a nuestra ciudad en una ruina, empeñadas en molestar a nuestros fantasmas, de los que hemos hecho negocio, esta ciudad es distinta y similar a otras ciudades«.
A modo de epílogo, remata certero Taján: «En realidad, la ciudad de Alvarado somos nosotros al final del laberinto«.
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