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Un grabado del cautiverio de Cervantes en Argel.
Tras los pasos de Cervantes en Argel

Tras los pasos de Cervantes en Argel

Ahora que terminan los actos del IV Centenario, el país norteafricano quiere impulsar una ruta turística por los lugares de cautiverio del autor de 'El Quijote'

Susana Zamora

Martes, 31 de enero 2017, 00:03

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Han pasado cuatro siglos desde aquel fatídico día; desde aquel 26 de septiembre de 1575 en que la vida de Miguel de Cervantes cambió para siempre; desde una fecha tan trágica para aquel desconocido soldado tullido de su mano izquierda en la batalla de Lepanto como trascendental para la literatura. Su destino estaba escrito.

«Cuando llegué cautivo y vi esta tierra/ tan nombrada en el mundo, que en su seno/ tantos piratas cubre, acoge y cierra/ no pude al llanto detener el freno».

Son las palabras con las que el propio Cervantes describe su primera visión al desembarcar en Argel, adonde llegó hace 442 años tras ser apresado junto a su hermano Rodrigo. Viajaban de Nápoles a España cuando la galera Sol fue asaltada por un grupo de corsarios frente a las costas catalanas. A partir de ese momento todo cambió.

A sus 28 años se asoma de pleno a la vida, irrumpe en ella de forma inesperada y eso le marca. Sus años de reclusión forjan su joven personalidad; lo convierten en un preso sagaz y, a la vez, paciente, que trata de sobrevivir en un territorio hostil y aguarda su oportunidad de huir a la Península Ibérica. Ansía libertad. Hasta cuatro veces intenta fugarse. Nunca lo consiguió. Los años de cautiverio calan en su espíritu, pero también en su producción literaria posterior. Será un tema recurrente en su obra: En tres de sus comedias, El trato de Argel, Los baños de Argel (Epístola a Mateo Vázquez) y El gallardo español; en los Trabajos de Persiles y Sigismunda; en dos de sus Novelas Ejemplares, como La española inglesa y El amante liberal, y en la Historia del cautivo, en El Quijote. En definitiva, sin Argel, Cervantes no habría sido Cervantes. Hoy, precisamente, el rey Felipe VI cerrará los actos que durante 2016 conmemoraron con escaso entusiasmo, según los críticos el cuarto centenario de la muerte del escritor.

De los cinco años que estuvo preso da buena cuenta el Instituto Cervantes de Argel, que desde 2012 organiza una ruta por los enclaves que marcaron su apresamiento. «Aquí, turismo hay poco, por no decir ninguno. Se necesita visado y eso es una cortapisa», lamenta su directora, Raquel Moreno. Asegura que lo que allí funciona es el boca a boca, pero a todas luces parece insuficiente para ganar viajeros extranjeros, tal y como se propone ahora el Gobierno argelino. Esta administración ya ha anunciado su propósito de integrar la ruta cervantina en un circuito turístico más amplio, que convierta Argel en un imán para los amantes del universo cervantino, pero también en una ciudad atractiva para quienes buscan destinos exóticos. Una empresa que se antoja difícil cuando desde el Ministerio de Asuntos Exteriores español se advierte que existe un «serio riesgo» de que se produzcan secuestros en todo el país y un «elevado riesgo» de atentados.

«Llevó Argel a América»

Pese a todo, cada mes de abril coincidiendo con el aniversario de la muerte de Cervantes más de 300 visitantes se sumergen durante cuatro horas en la historia y se trasladan a cuando la capital de Argelia era un nido de piratas bajo el dominio del Imperio Otomano, con más de 25.000 cristianos cautivos, que solo liberaban a cambio de rescates. Aquella época la conoce bien el historiador y profesor de Lenguas Orientales de la Universidad de Argel, Chakib Benafri, que eleva a categoría de «genio del marketing» a Cervantes, «pues gracias a él, Argel ha viajado hasta América Latina y su población ha sabido de nuestra ciudad gracias a El Quijote».

En el Argel de hoy aún quedan vestigios de aquel periplo vital del escritor. El recorrido discurre por callejones estrechos a través de la hoy arruinada casbah, donde antaño estaba el badistán, el mercado que exhibía a los cautivos antes de venderlos a los turcos. Cervantes pasó ese trago y se convirtió en un preso más, hasta que dos cartas de recomendación que llevaba encima en el momento de ser apresado y que debían de servirle de salvoconducto para una vida mejor al llegar a España vieron la luz y le salvaron, literalmente, la vida. «Estos documentos le sirvieron, por un lado, para hacer creer a sus captores que era una persona influyente y pedir el astronómico rescate de 500 ducados y, por otro, le libró de duros trabajos físicos y de ser ejecutado en sus reiterados intentos de fuga», arguye Raquel Moreno.

Apenas queda rastro de las murallas de la ciudadela ni de las seis puertas que en el siglo XVI hacían de frontera para los cautivos, a los que se les identificaba con una marca para controlarlos. Lo que sí se conserva y puede visitarse es el Bastión 23, un pequeño palacete con magníficas vistas al mar «probablemente, lo primero que divisase Cervantes al llegar a la ciudad», puntualiza Romero.

Otros expertos describen a Cervantes como un auténtico «superviviente». «Actuó como passeur, facilitando fugas a personas nobles. Un servicio que cobraría en el momento de su éxito y que le permitiría conseguir los ducados necesarios para su liberación y la de su hermano. Aunque eso nunca ocurrió. Hubo que esperar a que los padres trinitarios lo rescatasen», explica el catedrático de la Complutense y autor de La juventud de Cervantes, José Manuel Lucía Megías.

De camino a la bahía se mezclan los grises del puerto, en el que los cargueros han sustituido a las goletas, y los palacios que han devenido en museos y que tienen como ancla la gruta en la que penó el escritor, rescatada en 2006 por las autoridades españolas y la empresa Repsol. Cervantes y otros 14 hombres permanecieron casi seis meses en esta cueva, con forma de L, de nueve metros de profundidad y tres de altura. Allí esperaron el barco que les debía proporcionar su hermano Rodrigo ya liberado por la familia tras pagar por él 300 ducados para llevarlos de vuelta a España, pero que nunca llegó.

La gruta, situada en el distrito de Beluizded por el que discurre también el bulevar Cervantes, se ha convertido en todo un símbolo para la ciudad. «Forma parte del día a día de sus habitantes, aunque no todos conozcan la dimensión universal del escritor español», sentencia la directora del Instituto Cervantes en Argel.

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