
iñaki esteban
Domingo, 10 de enero 2016, 23:59
Las películas del Oeste se hicieron para pasar un buen rato y para fortalecer el patriotismo del país productor, Estados Unidos. Bajo esta última premisa estaba cantado que los indios acabaran perdiendo la guerra de guerrillas con los blancos conquistadores, no sin antes infligirles despiadados sufrimientos para destacar que en el fondo se lo merecían. La descripción como semisalvajes con ritos exóticos, adoración por sus jefes, hermosas mujeres y letal subdesarrollo en el armamento, con sus arcos y flechas, les situaba en un plano de inferioridad y presagiaba que nada podrían hacer contra los rifles de sus enemigos.
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Pero la historia no fue siempre así, como llevan años demostrando los estudios sobre los aborígenes norteamericanos, a los que en Canadá se considera como integrantes de Las Primeras Naciones. Ejemplo de este tipo de investigación ya purgada de patrioterismo, amena y a la vez rigurosa, es la que han realizado el periodista Tom Clavin y el militar Bob Drury en El corazón de todo lo existente. La historia jamás contada de Nube Roja (editorial Capitán Swing).
El protagonista del libro, el sioux Nube Roja, plantó cara al Ejército estadounidense en varias ocasiones entre 1866 y 1868 hasta que finalmente lo derrotó, y no sólo con la fuerza sino también con la inteligencia. En juego estaba una zona entre los estados de Wyoming y Montana. Retratado como un genio de la táctica por los autores, Nube Roja hizo creer a sus enemigos blancos que los índígenas seguían desunidos, peleados entre sí. Los militares yanquis pensaron que un grupo de 81 efectivos bastaría para derrotar a unos cuantos pieles rojas capitaneados por Caballo Loco, al que vieron a lomos de un caballo herido.
El capitán a cargo del destacamento se imaginó que aquello era un mero trámite hasta que descubrió a 2.000 indígenas esperándoles. No sobrevivió ninguno de los 81 soldados y sólo hubo 14 heridos por el flanco indio. Todo había sido un montaje urdido por Nube Roja. Al Gobierno de Washington no le quedó más remedio que firmar un acuerdo de paz, en 1868, en el que se incluían sustanciosos beneficios para los sioux. Además de un territorio, la tribu adquiría el derecho a una renta anual y a provisiones. El poder de Nube Roja fue en ese momento enorme, también porque supo unir entre aquellos 2.000 guerreros a los suyos junto a cheyenes y arapajoes, hasta entonces en conflicto permanente.
Clavin y Drury aseguran que el día de la firma fue el más feliz en la vida de este legendario jefe indio. Pero la felicidad le duró poco. El Gobierno empezó a incumplir lo pactado. Nube Roja fue a negociar a Washington y allí se dio cuenta de que se iba a ir de vacío. «Nos estamos fundiendo como la nieve en la montaña, mientras ustedes crecen como la hierba en primavera», le dijo al secretario de Estado de Interior.
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En el mismo viaje se acercó a Nueva York, donde le recibieron miles de neoyorquinos en las calles jaleando su nombre. Se había convertido en un personaje popular, aunque él sabía que eso servía de muy poco. Los desencuentros con el Gobierno condujeron a una nueva guerra, iniciada en 1876, en la que ya no participó directamente.
El corazón de todo lo existente indaga también en la personalidad, en la vida y en la cultura del líder sioux. Una cultura guerrera, en la que mostrar temperamento y matar sin contemplaciones estaban bien vistos según en qué circunstancias. Para un niño sin padre como él, mostrar valentía en los choques con otras tribus o con el Ejército era la única manera de ganar prestigio y poder.
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Corte de cabelleras
Los autores le caracterizan como un hombre de movimientos elegantes, cruel y arrogante. Relatan su sangre fría al matar primero a un chico de una tribu enemiga mientras cuidaba un rebaño de ponis y al volver al día siguiente al mismo sitio para matar a su padre. En un ocasión, vio a otro indio rival ahogándose en un río. Le salvó y cuando estaba en la orilla le cosió a navajazos y le cortó la cabellera.
Como mandaban los ritos sioux, practicaba el ayuno para conectar con los dioses y se infligía autotortura para ser capaz de aguantar el dolor en todas las circunstancias y como método de purificación. «Los guerreros sioux (y, en casos poco frecuentes, las mujeres) creían que sólo sometiendo el cuerpo a un sufrimiento físico atroz, un individuo podía liberar el espíritu apresado en la carne y llegar a comprender el verdadero sentido de la vida», escriben Clavin y Drury.
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Uno de esos sacrificios se llamaba La Danza del Sol y por lo general se celebraba en público. Los guerreros mayores perforaban la carne del voluntario a ambos lados de los pechos y le introducían unos pinchos de madera en los cortes. Luego ataban esos palos a un árbol y colgaban unos pesados cráneos de búfalo. Mientras los curanderos decían sus oraciones y las mujeres emparentadas gemían al ritmo de un tambor, el sioux daba vueltas al árbol para rasgarse la carne, a veces con un tirón final que le desgarraba por completo.
Gracias a estas muestras de valor, Nube Roja fue el jefe de su tribu, los Lakota, y el mayor líder de su tiempo de la comunidad sioux. Un hombre de su estirpe podía tener tantas mujeres como le fuese posible mantener. Él se casó con Lechuza Hermosa porque le venía bien emparentarse con su familia. Su plan consistía en acoger también a la que realmente le gustaba, Hoja de Pino, una vez pasado un tiempo desde su boda, celebrada con dos días de banquetes y danzas.
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A la mañana siguiente salió de su tienda y muy cerca vio a Hoja de Pino con una soga al cuello, colgada de una rama baja. El cruel jefe indio la tapó con una manta, informó a su familia y se fue a la tienda de su madre, se tumbó boca abajo en su cama y no se movió durante horas. A partir de ese momento, permaneció fiel a Lechuza Hermosa.
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