
Vecinos de Playamar denuncian la «pesadilla» de convivir con pisos turísticos
Residentes de la urbanización Azahar detallan un día a día marcado por ruidos, fiestas y amenazas que hacen «imposible» una convivencia normal
Los últimos compases del verano en la zona de Playamar y Los Álamos. El sol acaricia con una temperatura agradable, las palmeras marcan un sendero ... que parece sacado de una postal. El mar está como un plato e invita a un baño. La zona, hasta hace no tanto baldía, se está llenando de urbanizaciones nuevas que sugieren que lo que parece un paraíso también se puede comprimir entre cuatro paredes hasta convertirlo en un hogar. Esa idea fue la que sedujo a un grupo de residentes y le llevó a adquirir unos pisos en una urbanización que responde al agradable nombre de Azahar. Viviendas de dos o tres habitaciones y áticos en forma de dúplex, en ese frontera cuasi invisible que separa a Torremolinos de Málaga.
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Lo que era una ilusión y un sueño empezó a torcerse muy pronto. La razón está en los pisos turísticos que operan en la urbanización desde que se entregaron las viviendas en julio del año pasado. Un fenómeno que está dando muchos dolores de cabeza a la hora de conjugar bajo un mismo techo dos conceptos que chocan entre sí y que llevan a la desesperación a los residentes. «Esto podría ser idílico pero se ha convertido en una pesadilla», resume María. Es una vecina que en realidad se llama de otra manera pero pide que se le cambie el nombre por temor a las «represalias».
En la misma situación se encuentra el resto de vecinos que se han puesto en contacto con este periódico para denunciar una «convivencia imposible». El día a día estaría marcado por fiestas a deshoras, música alta, consumo de drogas y borracheras de aquellos que vienen a pasar unos días de fiesta en Torremolinos y eligen para hospedarse uno de los pisos turísticos que operan en la urbanización. Una noche en un bajo que da a la piscina cuesta en Airbnb 145 euros. Una vivienda de dos habitaciones se anuncia con capacidad para seis inquilinos. Si se divide el precio de la estancia, el resultado es un chollo si se compara con lo que cuesta un hotel. Un barrido por las habituales plataformas revela la existencia de numerosas viviendas de alquiler turístico en la zona.
María, que tiene unos 50 años y que convive con su marido, que está jubilado, tiene uno de estos pisos justo debajo del suyo. «En los dos meses de verano he visto un mosaico de comportamientos incívicos. Música a altas hora de la madrugada, fiestas que se organizan en los pisos, botellón en las zonas comunes, consumo de drogas en la terraza…», lamenta.
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En esta sucesión de hechos, los residentes se ven como claros damnificados de la ecuación. Ramón (el nombre también está cambiado), un maestro jubilado, vive con su pareja que está con tratamiento oncológico. «Desde abril empezó a intensificarse la actividad. Todos los días te cruzas con gente extraña. Los desvelos se han convertido en norma. Si no es porque alguien pone la música a toda pastilla en mitad de la noche es porque tocan al timbre de tu casa porque no saben utilizar bien el portero», explica.
Aún recuerda las amenazas que recibió de un grupo de alemanes y albanos cuando advirtió que no se podía consumir alcohol en la piscina. «Episodios así he tenido varios en estos meses. Hasta el punto de sentir miedo», resalta. «Al final, por triste que parezca, renuncias a bajar a la piscina».
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Esa sensación de sentirse como extraños en su propia urbanización es compartida entre todos los residentes. «Si te ocupan una vez el parking no pasa nada. A la segunda, pues tampoco. Pero cuando es algo estructural te das cuenta esto es algo que está modificando tu manera de vivir y eso no debe ser así», explica una de las vecinas más jóvenes.
Cada historia es un mundo pero todas tienen algo en común. El paso de la ilusión a la desesperanza. Algo que no hubieran imaginado cuando desembolsaron entre 500.000 y 900.000 euros por adquirir aquí un piso. «Nos lo vendieron como pisos de alto 'standing' y nos aseguraron por parte de la promotora que aquí no iba a haber viviendas turísticas», insiste María.
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«Sensación de estafa»
La sorpresa y el «jarro de agua fría» llegó el día que se constituyó la comunidad. «La promotora preparó hasta un catering. Quisieron hacerlo como algo festivo. Los residentes habíamos hablado entre nosotros que el primer punto debía ser fijar la prohibición de pisos turísticos en la urbanización. Cuando lo expresamos nos dijeron que ya había varias viviendas de este tipo, que se habían inscrito como tal el mismo día de la escritura», relata otro vecino que vive puerta con puerta con una vivienda turística. La sensación de «haber sido estafados se apoderó de todos», subraya.
La mayoría ha invertido todos sus ahorros o se han hipotecado por muchos años para comprar aquí. Hay algunos que ya han puesto su piso en venta. Cuándo se pregunta la razón, la respuesta sale disparada. «Veníamos buscando un hogar y no un hotel. Encima, un hotel en el que no existe nadie que vigile y castigue los comportamientos que van en contra de la convivencia», responde Ramón. Cualquier intento de mediar con los dueños de los pisos turísticos no habría servido de nada.
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Las esperanzas de estos vecinos ahora están puestas en el Ayuntamiento de Torremolinos. Han solicitado una reunión con la alcaldesa, Margarita del Cid, y esperan ser atendidos cuando antes. El Consistorio anunció el pasado mes de julio que prohibirá el uso turístico de viviendas sin entrada y servicios independientes. «Sería nuestro caso», precisa María por si acaso.
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