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En ocasiones, la vida nos pone retos, y está en nuestra mano el aceptarlos o el dejarlos pasar y perder, quizá, una oportunidad. Robert Lanstsoght ... júnior nunca quiso regentar un restaurante, su sueño era ser golfista profesional; y luchó por ello durante un largo tiempo, lo consiguió de hecho, pero como él mismo afirma, no tuvo la constancia suficiente que requiere ser deportista de élite. Eso sí, tuvo el talento y los medios. «Me he dedicado toda la vida a jugar al golf, he competido a nivel internacional desde los 18 hasta los 25 años, pero era un poco cabeza loca y el golf necesita que estés más asentado».
A pesar de lo que dicte su nombre, Robert o Roberto, como le llaman más frecuentemente, es malagueño. Eso sí, de padre belga y madre holandesa. Su abuelo belga fue un hombre distinguido, emprendedor, pudiente. Buscando un futuro mejor para sus hijos, una vez conoció la calidad de vida de la Costa del Sol, contribuyó económicamente a que sus descendientes directos adquiriesen una cada y un negocio aquí, concretamente en Fuengirola. Así nació Casa Roberto a inicios de los 70', aunque inicialmente se llamó Casa Bélgica y cambió su nombre por el actual en 1989.
Casa Roberto es uno de esos negocios imposible de pasar desapercibido. Con una llamativa fachada roja en pleno centro de Fuengirola y una peculiaridad más, algo que lo hace único en todo el mundo. En el interior de este restaurante de dos plantas pueden verse hasta 5.600 palos de golf colgados del techo. Los hay de todas las formas, materiales, años (el más antiguo es de 1.900), de mayor o menor valor, de diferentes colores, tamaños… Incluso, palos de renombre, que pertenecieron a reconocidos profesionales como Olazábal, Cañizares, Cabrera, Quirós o el propio Seve Ballesteros.
Nada más y nada menos que una colección que a día de hoy y desde 1992 (30 años) mantiene un Récord Guinness a la mayor colección de palos de golf del mundo. «A mi padre se le metió en la cabeza el Récord Guinness y a por él fue. El anterior estaba en alrededor de 2.900 en Sant Andrews. Y a día de hoy tenemos 5.600 colgados y tenemos más palos para hacer otro restaurante, tenemos otros 1.200 más», asegura el actual propietario, el hijo su fundador original, Robert Lanstsoght.
Él, a diferencia de su hijo, nunca fue profesional, pero tanto su mujer Emma Susana como él eran aficionados y jugaban en sus ratos libres. En 1989, éste empezó la colección gracias a una bolsa de palos que le regaló su hermana, ya siendo él adulto, con unos 50 años. Con esta nueva afición comenzó a darle una vuelta a su restaurante y a convertirlo en el templo del golf que ha sido y sigue siendo. En sus paredes no hay un hueco libre: hay firmas de todos los clientes que han pasado por allí hasta en los aires acondicionados, el techo o en los propios cuadros; por supuesto no faltan las cientos de fotografías de la familia, de clientes de honor que han pasado por allí (futbolistas, cantantes, actores, gente del mundo de la farándula…), cuadros relacionados con el golf, pelotas, zapatillas, bolsas, trofeos… «El primero que firmó en la pared fue en 1972 y fue el actor Steve McQueen, el que hizo la película Papillon», señala Robert Jr.
Donaciones
Fueron pasando los años y la colección nunca dejó de crecer. Roberto padre compraba palos, en su mayoría de segunda mano, pero también recibía donaciones de amigos y amantes de este deporte que ya conocían la fama de su restaurante. Incluso, algunos clientes aportaron sus propios palos a esta exposición. Historias que ya son parte de Casa Roberto, como la de un grupo de 'veteranos' en los que, cuando uno fallecía, traían un palo en su honor, para que siempre quedase en la memoria de este particular museo.
Por desgracia, nadie es eterno. Hace unos años, Emma Susana falleció a causa de un cáncer y, el pasado año, le siguió su marido. «Papá se murió de pena», cuenta, con los ojos vidriosos, quien tomó su testigo. Lo hizo años antes de hecho; dejó a un lado el golf para devolverle a sus padres una parte de todo el esfuerzo y el cariño que ellos le brindaron en vida. «Ellos siempre me ayudaron y los últimos años, cuando ellos ya estaban un poco más mayores, me puse yo a cargo del restaurante para que ellos pudieran descansar, se merecían disfrutar de la vida» . Movido por la ambición y el amor, ahora Robert quiere luchar para que Casa Roberto, algún día, pueda crear más locales por el mundo. Crear un legado en torno a este concepto para que la memoria de sus padres siga viva.
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