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Miguel Gámez
Martes, 26 de julio 2016, 00:06
José María Córdoba García (Córdoba, 26-07-1950) tenía 31 años cuando en 1981 pasó el verano en Mijas. No era la primera vez que acudía a la Costa del Sol a pasar sus vacaciones, ya que este pintor ya había acudido como turista, a principios de los años 70, al camping de Fuengirola, el llamado pueblo veraniego de los cordobeses. José María recuerda que la Villa Blanca, en particular, y la Costa del Sol, en general, «era un paraíso» y se dijo que algún día viviría allí. Finalmente, se decantó por Mijas, donde en 1981, el año que rememora, alquiló una casa denominada El suspiro del moro.
José María conoció a su mujer en la fiesta que dio en la casa de Mijas que alquiló para vivir, llamada El suspiro del moro, y a la que invitó a numerosos artistas extranjeros y españoles, con el fin de darse a conocer como pintor y relacionarse con todos, incluidos arquitectos, escritores, o diseñadores.
«Solo conocía en Mijas a una intérprete suiza, Michelle Lehman, y trabajé con un galerista holandés. Fue Michelle la que me introdujo en la colonia de artistas extranjeros residentes en ambos municipios, Mijas y Fuengirola, donde tengo casas en la actualidad», expresa con cierta nostalgia. Y es que diez años más tarde se trasladó a vivir a la zona de Pueblo López, en Fuengirola. Fue en El suspiro del moro donde decidió hacer una fiesta, tras comentárselo a Michelle, e invitar a los artistas que conocía, todos ellos mayores de edad que él, aunque ello nunca fue un obstáculo, sino todo lo contrario. Y fue, precisamente, en esa fiesta, donde conoció a su mujer, Anette Skou, danesa que, desde 1985 trabaja en el Departamento de Extranjeros del Ayuntamiento de Mijas y que ha hecho una gran labor desde entonces por el voluntariado en toda la Costa del Sol.
«Ana (a la que llama así por lo complicado que resulta para mucha gente pronunciar su nombre) tenía una galería de arte en Fuengirola llamada Sagitarius. Ella, junto a un socio, hacían exposiciones de arte. Yo le aporté contactos con grabadores de Sevilla y pintores de Córdoba, hice de puente con esos artistas. Fue un año de un gran choque cultural», recuerda José María, que ya había expuesto un año antes en París, donde vivió durante los seis primeros meses de ese añorado 1981.
«La fiesta fue una experiencia interesante. Entonces, los artistas eran muy generosos. Todos aquellos a los que invité, me invitaron a sus casas y así me fui relacionando. Tenían galerías en Europa. Creaban aquí sus cuadros y los exponían en Europa. España era un país barato para venir de vacaciones y a mí me ayudaron mucho a integrarme entre los artistas. En esa época apenas había actividades culturales en Mijas que tuviesen que ver con la modernidad, así que decidí crear eventos en mi casa», comenta.
Los eventos no se limitaban solo a exposiciones de pintura, ya que a José María le han interesado a su vez otras muchas facetas culturales. «Presentábamos desde la obra de un arquitecto nortemericano a los de una diseñadora de moda. Algunos de esos artistas estaban ligados a la movida madrileña, especialmente durante el verano. Eran años efervescentes, la Costa del Sol estaba en pleno desarrollo y todo por hacer en materia cultural. La mezcla de extranjeros y españoles, de la incipiente vanguardia y la cultural tradicional, era enriquecedora», sostiene con firmeza. Y es que uno de los aspectos que le llamó mucho la atención fue el contraste que apreció al trabajar como profesor de pintura en la Universidad Popular de Mijas, «no solo entre el alumnado, que era muy acusado, sino también entre profesionales de distintos sectores y campesinos, extranjeros y españoles. Era una experiencia docente que solo podía darse en la Costa del Sol. Nací en Córdoba, hice la carrera en Sevilla, estuve residiendo en París y decidí quedarme a vivir en la Costa del Sol. Fue un mundo de mestizaje extremo», cuenta con interés.
Este artista consagrado, que lleva residiendo en Mijas y Fuengirola desde aquel 1981, recuerda que en ese verano comenzó a adentrarse «en el mundo rústico, a conocer a la gente del campo. Un año les ayudé a diseñar una carroza y ganamos el primer premio. Visitaba sus huertas. Pero también conviví con la gente intelectual y bohemia. La pintura que hice esos años era muy alegre, una explosión de contacto con culturas antiguas, con cosas arcaicas». Una anécdota que le sucedió fue en el Bar Alarcón, en el Barrio de Santana, donde acudía a menudo y en una ocasión decidió hacer una exposición de arte, y colocó en una mesa un libro de opiniones. «Solo hubo una opinión, y ponía: Esto, con cal, yo lo pinto mejor. Cuando le pregunté al dueño por qué no opinó más gente, me dijo que la población no sabía escribir».
Entre los artistas que conoció entonces y que contribuyeron a su desarrollo profesional, estaban un pintor británico llamado Don Clarke, fallecido con 80 años, en 2012. «También había un escritor americano, cuyo nombre no recuerdo, y un arquitecto inglés, Paffard Keatinge Clay, de fama en Estados Unidos, que apenas salía de casa. Conducía un deportivo fantástico y acabó viviendo en el campo, con una ducha exterior, al estilo hippy. Entre los españoles no había esa relación intelectual en esos primeros años de los 80. Mi vecina, Irma, era secretaria de un general de la OTAN. Otra vecina, Luela, creó el Centro de Arte de Mijas y daba clases infantiles de cerámica», recuerda con nitidez.
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