

Secciones
Servicios
Destacamos
isabel bellido
Jueves, 6 de agosto 2015, 23:53
Francisca López contemplaba entre estupefacta e impertérrita desde la cocina de un primitivo chiringuito cómo su marido, Miguel Cerdán, salía apresurado de la casa cargando con los manteles, la cubertería y la vajilla que hasta ese momento formaban parte de su ajuar. Ambos se casaron en el año 1957, justo cuando la Costa del Sol vivía un incipiente y hasta ese momento desconocido- desembarco de turistas con el cabello tan rubio como el trigo, y con dinero en los bolsillos también. Precisamente por eso había que improvisar: toldos fabricados con «cuatro retales», hamacas repentinas, mesas con coloridos manteles de hule distintos entre sí, sillas que no tenían nada que ver las unas con las otras. «Al ser pobres, pues iban pescando nunca mejor dicho- de un lugar a otro hasta montar el chiringuito», cuenta Remedios Cerdán más conocida entre sus clientes y amigos como Reme, una de las socias del chiringuito Miguel Cerdán, el más antiguo de Torremolinos. Total, aquello no era nada en comparación con la aventura de comenzar un por entonces nos remontamos al año 1941 dudoso negocio a pie de playa que consistía en una suerte de estantería «un tinglaíllo» en la que Miguel Cerdán y su socio de la época, que un poco más tarde abandonaría aquello, servían cañillas botellas de vino a las que les introducían un cañizo para beber a morro y también los primeros espetos de sardinas. Francisca y Miguel son los padres de Reme, los mismos que fundaron el vetusto chiringuito incrustado en unas grandes rocas características de la zona de La Carihuela, o El Morro, como desde pequeños han llamado a aquello ella y sus cuatro hermanos, los actuales propietarios del restaurante.
Todo estaba por hacer en aquel entonces. Y ellos estaban solos, con excepción del cercano Hotel La Roca, cuyos dueños vendieron precisamente a Miguel Cerdán una parcela para que pudiese construir allí su chiringuito, que fue a la vez su casa, según explica otro de sus hijos, Juan Miguel. La playa, totalmente virgen, llegaba hasta las puertas del chiringuito. De hecho, fue Cerdán un trabajador nato, hombre sencillo y amante de las juergas flamencas, según lo describen sus descendientes el que construyó un amago de paseo marítimo. «Nos mandaba a por los chinos de la orilla», rememora Juan Miguel. Pasaron de servir copas de coñac para templar a los marineros a atender a cientos y cientos de turistas en la «época de las vacas gordas», como dice Reme. Y aunque el propio Miguel Cerdán ya había abandonado la faena en la mar por problemas respiratorios, algunas mañanas seguía yendo a «echar un lance». «Venían los copos repletos de pescado», recuerda su hija. Y eso era lo que desayunaban a diario mientras vivieron en la casa que construyeron sobre el negocio: «pescaíto frito todas las mañanas con café, o con un colacao», relata Reme entre risas. Los años iban pasando y la familia seguía creciendo («mi madre daba a luz en el hospital y volvía para seguir trabajando, entre uno y otro hermano no nos llevamos ni dos años»), pero la clientela y la carta también, que sumó páginas a base de ofrecer carnes, ensaladas, arroces o mariscos. Y ante tanta demanda, a veces el personal no era suficiente. «Mis padres muchas veces no daban abasto y echaban mano de nosotros», cuenta Reme, que recuerda cómo se bañaba con sus hermanos en la playa y, desde allí, veían bajar a su padre velozmente. «¡Que viene papá!», gritaban, a modo de juego. «Tú, tú y tú, parriba, que me tenéis que echar una mano», les apremiaba él desde la orilla. En ocasiones, Miguel subía a Reme sobre una caja de refrescos boca abajo para fregar los platos y después ella se iba a comprar chucherías con la propina que dejaban los guiris. «Lo hemos aprendido todo de ellos», afirma emocionada. De su afición a la guitarra también sacó provecho Cerdán. Por las fiestas privadas de su chiringuito pasaron -y todavía siguen acudiendo- figuras del mundo del flamenco y la copla como El Cigala, Pepe Bárcenas, Fosforito, Sara Montiel o el mismísimo Camarón «que en paz descanse», añade Reme con «unos 16 o 17 años, justo antes de hacerse famosísimo».
Así, atendiendo a generaciones enteras, han pasado los años. El chiringuito sigue en el mismo lugar, pero nada tiene mucho que ver con lo que era antes, aunque los hermanos Cerdán López aseguran que la calidad sigue siendo la misma y que hace mucho tiempo que no varían los precios. Cuando Reme (la quinta de los hermanos) cumplió doce años, la familia se mudó a un chalet en la torremolinense calle Casablanca para conseguir desconectar, al menos durante unas pocas horas, de ese trabajo muchas veces esclavo que es la hostelería. «Tienes que estar pendiente 24 horas», asegura Reme. Los edificios y los chiringuitos se alzaron a su alrededor y las playas de Torremolinos se masificaron. Dice Juan Miguel que el trato con los clientes antes era diferente porque «había más confianza». Su hermana lo corrobora: «todos nos conocíamos, había mucha alegría en el ambiente». Pero, aunque menos, los clientes fijos esos que son «como parte de la familia», según Reme siguen acudiendo a un lugar que ya suma más de setenta años de historia. Los sucesores de Miguel y Francisca siguen llevando bien alto el nombre del chiringuito, pero no sólo aprendieron de los aciertos de sus padres, también lo hicieron de sus errores. Ellos no cerraban ni un solo día, de forma que el trabajo se convirtió en su propia vida. Miguel Cerdán falleció hace 23 años, irónicamente, un 1 de mayo. Desde entonces sus hijos se han hecho cargo del negocio familiar, que cierran al menos un mes al año, coincidiendo con la Navidad. No se merecen menos aquellos que pusieron las primeras piedras de un paseo marítimo, literalmente.
Publicidad
Encarni Hinojosa | Málaga
Lucas Irigoyen y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.