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“De niñas que no podían jugar a referentes de Europa”: la transformación emocional de la selección española femenina
Durante años, ser futbolista en España era algo que se hacía en silencio. Hoy, esas niñas que apenas podían jugar lideran una selección que compite para ganar y que inspira sin pedir permiso.

“Nos decían que eso no era para chicas”. Lo recuerda una ex internacional que debutó en los 90, cuando llevar una camiseta de España era casi un acto de resistencia. No había focos. No había público. A veces, ni botas propias. Solo ganas de jugar, aunque no se pudiera.
Treinta años después, España ya está entre las ocho mejores de la Eurocopa. Y no solo eso: compite para ganar. La selección femenina ha vivido una transformación que va mucho más allá de los resultados. Es un cambio emocional, de identidad, de seguridad. De saberse capaces. De dejar de pedir permiso.
De la duda al orgullo
Durante los años noventa, formar parte de la selección femenina era un logro íntimo, pero no uno socialmente reconocido. La camiseta nacional no tenía detrás un ecosistema de élite. No había Liga profesional, ni estructuras sólidas, ni planes de preparación a largo plazo. Lo que sí había eran dudas. Dudas externas y dudas internas. Se salía al campo con miedo a fallar, a no estar a la altura, a confirmar los prejuicios.
Mar Prieto lo vivió en carne propia. En 1996, marcó el gol que clasificó a España para su primera Eurocopa. Fue histórico, pero apenas tuvo eco mediático. “Fue una alegría inmensa, pero nosotras sabíamos que no cambiaría mucho”, diría después. Y así fue: lo que para cualquier otra selección habría sido un punto de partida, en España quedó como anécdota.
Pese a todo, cada convocatoria, cada partido, cada concentración era una declaración de intenciones. Las jugadoras no solo competían. También resistían.
Las que empujaron sin atajos
En la década de los 2000, un nuevo grupo empezó a asumir que, si no se abrían puertas, habría que empujarlas. Verónica Boquete, Laura del Río, Ruth García, Sonia Bermúdez. Jugadoras que no solo destacaron en lo deportivo, sino también en lo simbólico: pelearon por derechos básicos, denunciaron desigualdades, pusieron voz donde antes había resignación.
Muchas de ellas se fueron fuera: a Alemania, a Estados Unidos, a Francia. No porque quisieran irse, sino porque aquí no había dónde quedarse. Se profesionalizaban en el extranjero mientras en casa seguían cobrando sueldos bajos, entrenando en campos compartidos y compaginando el fútbol con otros trabajos.
Boquete fue la primera española en jugar una final de Champions. Pero también fue la primera en hablar abiertamente de la brecha entre la selección y la RFEF. “Si nos callamos, esto no mejora”, dijo en 2015. Tenía razón.

La generación que rompió el techo
La consolidación del fútbol femenino español no llegó de un día para otro, pero el punto de inflexión fue evidente: el Mundial 2023. Por primera vez, una selección española no solo llegaba lejos, sino que ganaba. Con juego, con carácter, con autoridad. Ya no bastaba con participar: se salió a dominar.
La columna vertebral de ese equipo es la que hoy lidera en la Eurocopa 2025. Aitana Bonmatí, Salma Paralluelo, Olga Carmona, Teresa Abelleira. Jugadoras que no crecieron en el vacío. Que se formaron en clubes con estructura, con ligas cada vez más competitivas, con referentes previos que habían hecho el trabajo duro.
Lo que cambió no fue solo el nivel técnico. Fue la mirada. Ya no hay miedo escénico. Ya no se juega pensando en no molestar. Se juega para ganar. Sin pedir permiso. Con ambición sin culpa.

De niñas que no podían jugar…
En patios de colegio, en campos municipales, en parques de barrio: durante décadas, ser niña y querer jugar al fútbol era sinónimo de incomodidad. A veces de burla. Otras, directamente de prohibición. “En mi cole no me dejaban jugar con los chicos, así que me ponía debajo de la portería para que al menos me dejaran estar”, recordaba hace poco una futbolista profesional.
Esa realidad, vivida en silencio por generaciones, ha empezado a desmontarse. El cambio ha sido lento, pero firme. Hoy, las niñas juegan con naturalidad. Tienen ligas, entrenadoras, referentes. Y, sobre todo, tienen permiso social para soñar con ser futbolistas. Algo que hasta hace poco parecía impensable.
La selección es el espejo de ese cambio. Cada vez que una jugadora aparece en la televisión, firma un autógrafo o levanta la voz, está diciendo algo más que “yo estoy aquí”. Está diciendo: “tú también puedes”.

…a referentes de Europa
España ya no es una invitada en los grandes torneos. Es una potencia reconocida. Y ese cambio no se mide solo en estadísticas o en trofeos. Se mide en autoridad. En identidad. En cómo el país mira hoy a sus jugadoras, y en cómo ellas se miran a sí mismas. La transformación emocional de la selección no está escrita en los libros de historia. Pero se nota. En la manera en que pisan el campo. En cómo celebran los goles. En el orgullo sin estridencias con el que llevan el escudo. Son referentes. Porque lo han ganado. Pero también porque no se han rendido.