El hotel del siglo XI que fundó Santo Domingo para los peregrinos
El Parador de Santo Domingo de la Calzada conserva el estilo gótico de su fundación y representa una parada única para los amantes del Camino, la naturaleza y la cultura vinícola de La Rioja


La piedra es un símbolo de eternidad. Todo lo que ella alberga perdura como un testimonio de lo que aspira a ser eterno. Véanse esos castillos que tras cientos de años se mantienen, al menos parcialmente, intactos. O, mejor dicho, perviven y demuestran su grandeza, a pesar de que les falte una torre, una pared o el musgo los envuelva. La piedra narra. Y en Santo Domingo de la Calzada, una pequeña localidad riojana, cuenta una historia de santos, reyes y peregrinos. A este municipio no sólo se viene a conocer un patrimonio casi milenario, sino que es un punto neurálgico del camino: se viene a cruzar un umbral que lleva cientos de años abierto.
Entre sus calles pétreas, se ven todos los días —y no es una exageración de escritor— hileras de peregrinos que hacen el Camino de Santiago. ¿Por qué es tan importante este punto de La Rioja? Esta es su historia: Domingo García, el santo de la calzada edificó un puente, un hospital y un albergue para aquellos que se lanzaban a realizar el Camino de Santiago en una época en la que era toda una aventura, peligrosa a veces. Hoy, el edificio donde se hallaba el hospital destinado a atender a los peregrinos, es el Parador de Santo Domingo de la Calzada. El antiguo sanatorio se convirtió en hotel en 1965. Otra de las particularidades de este pueblo riojano es que cuenta con dos Paradores a menos de cinco minutos andando, el anteriormente mencionado y el Parador de Santo Domingo Bernardo de Fresneda.
“La historia de este establecimiento se mezcla con el camino, pero antes perteneció a los reyes de Navarra, que se lo cedieron a la localidad”, cuenta Pilar Iglesias, la directora del Parador de Santo Domingo de la Calzada. Resulta muy curioso que “un lugar para atender a enfermos y heridos tenga un estilo palaciego como éste”, comenta Iglesias. Y es cierto, pues el enorme salón central demuestra el carácter imponente de la realeza medieval. “Los arcos góticos y los muros evocan un pasado de cuento; es mi rincón favorito”, confiesa Pilar. La sensación que recorre a los huéspedes (y este reportero lo confirma) es la de una época pasada, muy lejana y muy atractiva. Pilar explica que es una “estancia perfecta para leer, tomar un café o simplemente escuchar el silencio”.

A pocos metros de la catedral, este testimonio del espíritu jacobeo, permite recordar a los caminantes que venían fatigados desde Nájera o Logroño, pidiendo refugio y algo de comida. El gótico del edificio se ha respetado en las sucesivas reformas, una sobriedad que no es menos imponente. Por dentro, los techos altos, los arcos y la calma consiguen ese aura que tanto llama la atención a quienes pasan por aquí. Pilar lo resume con claridad: “Este edificio nació para acoger y lo sigue haciendo”.
La fachada es discreta y está integrada con el estilo del resto de edificios que se ubican en la plaza, de ahí la sorpresa al cruzar su umbral y encontrar la grandeza de su interior. Tanto la escalera de piedra, como las piezas de imaginería sacra mantienen “la influencia jacobea que caracteriza a Santo Domingo”, según Iglesias.

Desde las habitaciones se puede ver la plaza de la catedral, fundada en el siglo XI. Es pequeña y encantadora y con una mezcla de estilos únicos que pasean cómodamente entre el románico, el gótico y el barroco. Contemplarla es una delicia y es al hacerlo cuando es menester evocar una leyenda a la que este templo se encuentra vinculado: la del milagro del gallo y la gallina. Según la leyenda, un joven fue mandado a la horca injustamente, pero gracias a la intercesión de Santo Domingo pudo salvarse. Fue entonces cuando un gallo y una gallina, ya asados, cantaron para demostrar la inocencia de este muchacho. Una historia que ha dejado una singularidad en este lugar. Esta catedral es única en el mundo porque esconde un gallinero; no existe otra en ningún lugar con tal permiso. Y es que el Papa Clemente VI dio su beneplácito para que en ella pudiese haber un gallo y una gallina en conmemoración del milagro.
Este lugar no sólo vive de un pasado único, sino que también es el destino de los amantes del vino. La Rioja es sinónimo de cultura vinícola (es, sin duda, una de las denominaciones más famosas del mundo). “Muchos huéspedes de este Parador vienen con rutas planeadas para acudir a las distintas bodegas de la zona”, explica Iglesias. A pocos kilómetros de Santo Domingo uno puede encontrar bodegas míticas y menos conocidas en las que descubrir el proceso de elaboración del vino, realizar catas e incluso comer allí.
Las recomendaciones de los que más saben...

SUBGOBERNANTA
María Magdalena Santamaria
Subgobernanta del parador de Sto. Domingo de la Calzada

RECEPCIONISTA
Eduardo García
Recepcionista del parador de Sto. Domingo de la Calzada

CAMARERA DE PISOS
Marta Torres
Camarera de pisos del parador de Sto. Domingo Bernardo de Fresneda

Un Parador hermano a 500 metros
Pasear por Santo Domingo de la Calzada es un placer, por la belleza de sus plazas, las calles empedradas y los comercios de productos típicos riojanos, sobre todo si uno es un gourmet empedernido. Por poco que se camine, será fácil toparse con otro Parador, el de Santo Domingo Bernardo de Fresneda. Éste se ubica en el convento de San Francisco. Su atmósfera es muy distinta a la de su hermano, pues el recogimiento y el espíritu monástico hacen de él un espacio mucho más íntimo y silencioso. El claustro interior, por el contrario, es muy luminoso, aunque mantiene la sobriedad propia de un convento. La elegancia de las habitaciones preserva la estética del edificio sin renunciar a las comodidades.
Según Pilar Iglesias, también directora de este alojamiento, “el Parador de Santo Domingo Bernardo de Fresneda recibe huéspedes que buscan una desconexión aún mayor y peregrinos que desean una serenidad absoluta o sentir ese recogimiento propio de un convento”. Su proximidad con el centro hacen de él una opción muy llamativa para aquellos que buscan ese extra de paz y tranquilidad, pero no quieren renunciar a las comodidades del pueblo.

Caminar o soñar
Los amantes de la naturaleza encontrarán un destino memorable si exploran los alrededores de Santo Domingo. En concreto, la vía Verde del Oja-Tirón, un antiguo trazado ferroviario que se ha reconvertido en camino rural. Une Ezcaray con Casalarreina en un tramo de más de 30 kilómetros, ideal para aficionados que no persiguen una experiencia demasiado exigente. Los viñedos, los chopos y la ribera del río crean un paraje inolvidable. Se puede recorrer a pie o en bicicleta. Además, en Haro se encuentran algunas de las bodegas históricas de la denominación de Rioja. Es un paseo en el que escuchar el agua fluir y los pájaros. Idílico, bucólico… onírico.
La sierra de la Demanda, por su parte, es un poquito más exigente, pero tiene su recompensa. En este caso los pinares y los hayedos son los protagonistas. Al ser un punto más alto , las vistas también son más poderosas. Por su parte, la estación de esquí de Valdezcaray es un punto de referencia durante el invierno.
Otra forma de disfrutar de la naturaleza es ‘darse una vuelta por el Camino’. ¿A qué nos referimos? Uno puede recorrer alguno de los tramos del Camino de Santiago que atraviesan la localidad. El más conocido es el que une Santo Domingo con Grañón; se trata de unos siete kilómetros de campos abiertos, ermitas y bancales. Este tramo es muy sencillo pero muestra el peso de una historia milenaria. Tras ese breve paseo se puede volver en taxi al Parador o disfrutando de un atardecer sobre el que se podrían escribir versos tan longevos como la piedra.
Hoy comemos…

El jefe de cocina del Parador de Santo Domingo de la Calzada se llama Joxean Manero, un chef con ascendencia riojana y vasca. “Desde pequeño —cuenta— me gustaba estar en la cocina con mi madre, una cocinera excepcional”. Fue con ella con quien descubrió “esa sensación de placer que no es disfrutar de la comida, sino ver a otro disfrutar lo que uno ha preparado”. Joxean tuvo que elegir entre ayudar a su madre en la cocina o ayudar a su ‘aita’ que era camionero. Fue entonces cuando Joxean descubrió esa “sensación” de la cocina a la que se apasionó; y quizá por eso es un hombre que siempre está pensando cómo puede mejorar un plato o su presentación. Explica que para él la cocina “es un estilo de vida”. La carta del Parador de Santo Domingo es como un “long play”. Hay una cara ‘A’, que representa la tradición que caracteriza la red de Paradores. Basada en la cocina típica riojana: el bacalao, las patatas o la menestra. Luego, tenemos la cara ‘B’, donde encontramos la parte más innovadora que, por supuesto, “respeta también la tradición, pero con esa vueltita para llamar la atención”. Un ejemplo pueden ser los raviolis rellenos de manitas de cerdo y aceitunas. Joxean explica que estos raviolis “son una forma excepcional de probar la casquería que, personalmente, me encanta”.
En este ejercicio de tradición-innovación, la cocina de Joxean se basa en el respeto a las recetas tradicionales y a la materia prima. “Mi cocina es sabor, ingrediente, temporada y presentación”, confiesa. Por eso, además de la carta, insiste en que se pregunte por las sugerencias, que suelen ser muy variadas. En sus platos siempre vamos a encontrar una presentación delicada y estética. Por ejemplo, su paté de alcachofas y anchoas con chips vegetales es un entrante que realza el sabor de la alcachofa de una manera que “seguro no te esperarías”, o la menestra de verduras. Manero explica: “Para mí la verdura, y más desde que vivo en La Rioja, es primordial”.
Esas verduras sirve para “abrir boca de forma suave”: los pimientos rellenos de bacalao con salsa verde es una opción maravillosa para empezar; luego el bacalao riojano con patatas del cura y pimientos del piquillo, con la salsa que prepara (intensamente naranja) consigue un sabor especial, fino y elegante. Después, “para continuar con una buena carne puedes probar el secreto, que lo hacemos a fuego muy lento y luego lo sellamos, con nabo, puré de lombarda y salsa de frambuesa”. El puré de lombarda es todo un descubrimiento que encaja con la carne de manera excepcional, consiguiendo una textura dulcemente evocadora.
¿De postre? ‘La pera que quería ser manzana’: se trata de una pera cocida, que se inserta en un molde de silicona con forma de manzana y se baña una verde y otra roja. Así, este trampantojo es un final dulce y llamativo. Para los más tradicionales pueden probar las peras cocidas, que se presentan con yogur y crujiente de almendra en una reducción y con helado de aceite de oliva. “Son peras al vino de toda la vida, pero con esa ‘vueltita’”, concluye Joxean.