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claudia san martín
Lunes, 9 de septiembre 2019, 00:16
La Segunda Guerra Mundial fue uno de los conflictos bélicos más destructivos de toda la historia. Arrasó campos y ciudades, y se llevó a su paso a millones de inocentes que dejaban pequeñas vidas desamparadas en el mundo; miles de niños se quedaron huérfanos y sin un lugar al que ir. Hermann Gmeiner, un austriaco que vivió un pasaje similar en su infancia, decidió poner algún remedio a esta situación realmente trágica. En plena etapa de estudio, especializándose en medicina, fundó con 30 años y el poco dinero que tenía la asociación Aldeas Infantiles SOS y la primera casa de acogida en Imst (Austria). Desde entonces, esta organización sin ánimo de lucro sigue en funcionamiento y sin parón alguno, aunque su cometido ha ido variando según el lugar y la necesidad de los niños y sus familias.
En Málaga, desde hace tres años, la barriada de El Palo acoge en sus inmediaciones otro Centro de Día de Aldeas Infantiles, el sexto en Andalucía. Allí nos recibe Antonio Rodríguez, coordinador de esta sede y psicopedagogo. Los esfuerzos de un equipo de las seis personas que lo hacen posible, y la ayuda de 10 voluntarios, hacen que cada vez más niños, niñas y familias puedan ser atendidos según sus necesidades. «Los Centros de Día se empiezan a crear en 2008, sobre todo para trabajar en el ámbito de prevención con las familias», explica Rodríguez. Como comentábamos en un primer momento, a pesar de que su modo de actuación haya variado, su cometido sigue siendo el mismo. Aldeas Infantiles trabaja, en este caso, codo a codo con los centros de estudio, servicios sociales y familias para la resolución de cualquier conflicto que puedan presentar en su entorno o para intervenir en su situación de vulnerabilidad. «Tenemos familias de muchos tipos, no todas tienen por qué estar en riesgo de exclusión social», aclara el director de este centro.
Sin perder de vista a los niños, es imprescindible mirar un poco más allá y trabajar directamente con sus familias para que la ayuda sea eficaz y se pueda atajar el problema desde la raíz. Por ello, dos educadoras del centro trabajan directamente, y si la familia accede, en su domicilio: «En sus casas es donde los niños se sienten más cómodos y donde las familias se pueden abrir más, pero no podemos entrar en sus casas si no hay vínculo y confianza», relata Rodríguez.
A pesar de que pueda parecer fácil, romper el estigma de que estas ayudas resulten 'una intromisión' en los hogares de las familias para actuar como trabajadores sociales ha sido difícil de mermar: «Obtenemos mucha información del espacio en el que conviven para poder trabajar mejor con ellos. Hacer estas terapias en las casas es algo voluntario, pero suelen acceder la mayoría».
El nuevo proyecto que Aldeas Infantiles en Málaga tiene entre manos, en colaboración con la Obra Social La Caixa, pretende construir una relación transversal en el que haya muchos agentes externos implicados: Los colegios e institutos, los trabajadores sociales, las familias y el centro de día de la ONG están solapados para ofrecer una ayuda personalizada. «En el primer momento en el que las familias se inscriben, les dejamos claro que el centro de día no es sólo para los niños y que las familias o sus tutores legales son un pilar fundamental».
A partir de este punto, comienzan a establecerse una serie de compromisos en los que los servicios sociales marca la intensidad según la familia que lo precise. «Se les hace ver la importancia que tienen en la vida de los niños, y se establecen rutinas con ellos, como citas mensuales o semanales. Algunas de éstas pueden ser sólo con los padres o en asambleas en las que también está el menor», asegura Antonio Rodríguez, quien ve de suma importancia que los pequeños y los adultos realicen actividades juntos para afianzar su vínculo.
Aldeas Infantiles está presente en un total de 136 países, y tan sólo en 2018 atendieron a 33.734 niños y jóvenes en toda España. En el Centro de Día de Málaga, por ejemplo, el rango de edad de los niños inscritos va desde los 5 años hasta los 16, por lo que su trabajo es muy específico según el caso. Ahora con la 'vuelta al cole', la ONG mantienen un nexo con los colegios e institutos de la zona para recibir a los alumnos que han sido expulsados. 'Espacios de cambio' es el nombre del proyecto en el que ayudan a estos jóvenes a tratar el tema de la expulsión desde una perspectiva de aprendizaje y de no reincidencia.
Un total de 35 familias son las que están inscritas en este nuevo plan, que desde la ONG presentaron a la entidad bancaria para conseguir parte de la financiación. Son muchas las actividades que llevan a cabo; desde talleres y actividades hasta excursiones al aire libre. Entre ellas, ofrecen clases de yoga y pilates, tienen un huerto en sus instalaciones que cuidan con mucho esmero y organizan salidas de ocio a museos o rutas de senderismo.
«La dificultad es que las familias tomen esto como una rutina, porque es voluntario, y cada vez vengan más e incluso traigan a amigos o vecinos a las actividades para crear un impacto en la comunidad». ¿La finalidad? Crear experiencias positivas que refuercen la relación familiar. Ahora que estamos a pocos días de la vuelta al cole, muchos niños se despedirán del Centro de Día por la mañana, y acudirán por la tarde para obtener ayuda en sus tareas, merendar y hacer algunas actividades en las que la gestión de las emociones son las indiscutibles protagonistas.
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Antonio M. Romero y Encarni Hinojosa
José A. González, Sara I. Belled y Cristina Cándido
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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