
ANTONIO GARRIDO
Lunes, 25 de noviembre 2013, 14:20
Nació el 12 de septiembre de 1902 como Luis Mateos Bernardo José Cernuda Bidón, y esa carga nominativa se antoja símbolo de una vida plagada de lastres. Solitario y reflexivo, trazó desde pequeño un universo paralelo a través del que distanciarse de una realidad tosca, marcada por la condición militar de su padre.
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Y si «carácter es destino», como escribió, el poeta sevillano forjó su personalidad a base de conflictos internos y externos. El sexo como una revelación aún confusa y el descubrimiento de la poesía marcaron sus años de adolescencia, antes de que se matriculara en Derecho más por inercia familiar que por propia convicción.
Los años universitarios, sin embargo, lo acercan a una figura clave en la estructuración de su biografía, la del poeta y profesor Pedro Salinas, quien lo introduce en sus primeras tertulias literarias. Con las lecturas de Andrés Gide, en el que reconoce su propia odisea interior, y de los surrealistas franceses, Cernuda despeja levemente su horizonte.
En 1927 publica Perfil del aire, pero las críticas que recibe por parte de algunos de sus compañeros lo deprimen y vuelve a su aislamiento inicial. Un año después muere su madre y abandona Sevilla para siempre. Recala en Málaga, Madrid y París. Conoce a Federico García Lorca, Gerardo Diego y Vicente Aleixandre.
Llega el amor de la mano de un actor gallego y también el desengaño, y con ellos la escritura de Donde habite el olvido y Los placeres prohibidos («Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, / como nace un deseo sobre torres de espanto»). En 1936 publica la primera edición de La realidad y el deseo, la obra que recoge su poesía completa. Es un momento de ilusión para el sevillano, pero sobreviene el horror de la Guerra Civil y Cernuda huye de España, «un país donde todo nace muerto, vive muerto y muere muerto». Durante su exilio viaja por ciudades como París, Oxford, México o Los Ángeles. Trabaja en las universidades de Glasgow y Cambridge, y en el Instituto Español de Londres. Traduce a Shakespeare y Hölderlin. Se deja fascinar por T. S. Eliot y Constantino Cavafis. Ya nunca volverá a España.
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