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PABLO ARANDA
Sábado, 9 de agosto 2008, 13:11
SEAMOS sensatos, es verano y, aunque la belleza no entiende de calores, puede darnos un soponcio subiendo la Cuesta de Gomérez para entrar como reyes en La Alhambra, así que sin renunciar a esta visita, hagámosla más tarde, cuando el calor se haga menos insoportable y la noche saque a relucir los encantos de Granada, la última capital de la España musulmana.
Con la línea que dibujan los picos más altos de la península anunciándonos la llegada con bastante antelación, o los cañones de Vélez de Benaudalla si elegimos el camino de la costa, siguiendo la ruta de Al Idrisi, ceutí nieto del último rey de Málaga, que en el siglo XII admitió la esfericidad de la tierra, aprovechando para darnos un baño junto a la isla que es Salobreña y sus casas blancas rodeando el peñón a pie de playa, llegamos a Granada, y buscamos el centro de la ciudad que fue el centro del mundo a finales del siglo XV, en 1492, el año en que Isabel la Católica pudo quitarse la camisa que prometió no mudar hasta la reconquista de Granada (qué peste) y el año en que se firmaron en Santa Fe (donde los cristianos establecieron su último cuartel en el sitio de Granada) las Capitulaciones, o sea: el contrato que permitía a Cristóbal Colón partir hacia las Indias siguiendo la ruta del oeste, si sería tonto, como si el mundo fuese redondo y Al Idrisi tuviese razón. Si fuera redondo nos caeríamos, pregúntenle a cualquier niño.
Paseo de los tristes
Dejando atrás la Plaza de Isabel la Católica llegamos hasta el río Darro, donde pasearemos absorbidos por la belleza mezclada con el esplendor de otras épocas. El ronroneo del río, las iglesias antiguas que se van sucediendo, los conventos en los que comprar dulces con nombres benditos y sabor a gloria, las casas encaladas de pueblo andaluz, el cañón por el que nos adentramos. A la izquierda comienza el Albaycín, cuyas calles estrechas y laberínticas van subiendo hasta la Iglesia de San Nicolás, y a la espalda de ésta, antes del precipicio por el que se derrama el Albaycín hasta el Darro, el conocido mirador, una plaza abierta al espectáculo de La Alhambra, ahí enfrente, con algunos de los tres miles de Sierra Nevada al fondo. Será inevitable sentarnos con los pies colgando hacia afuera y señalar, mientras admiramos, La Alcazaba, Los Palacios Nazaríes, Los Jardines del Generalife.
Luego, bajando entre cármenes, esas casas ajardinadas que dan a La Alhambra, llegamos de nuevo al Paseo del Darro, el cañón por el que paseábamos, con el Albaycín subiendo a la izquierda, y a la derecha, arriba, los rojos muros (Al Hamra) de La Alhambra. El mismo Paseo del Darro, siguiéndolo, se convierte en el Paseo de Los Tristes, con un retranqueo más adelante formando una plaza, donde tomarnos algo en silencio, a los pies de La Alhambra (bueeeno, podemos hablar, pero no digamos tonterías).
La Alhambra
La Alhambra era una auténtica ciudad dentro de la ciudad de Granada, con sus palacios, su corte, sus intrigas, sus trabajadores cubriendo las necesidades de servicio, reforma, alimentación, sus jardines de verano. Una maravilla que hemos de visitar. El recorrido suele comenzar por La Alcazaba (Al Kasba), la fortaleza, el castillo amurallado donde se cobija la guarnición militar que nos protege o nos amenaza, depende del momento y de las intrigas, con la subida al punto más alto de La Alhambra: la Torre de la Vela, con la famosa campaña cuyo tañido regulaba los regadíos de la vega, y con sus impresionantes vistas de Granada. Juguemos a localizar la catedral, el mirador de San Nicolás, los jardines de algún fabuloso carmen. Antes de entrar en la estrella de nuestra visita nos asomaremos al Palacio de Carlos V, uno de los más fabulosos palacios españoles de corte renacentista, genial pero que debería haberse situado en otro lugar, aunque nos permite disfrutar de conciertos en un marco incomparable.
Un quejío flamenco rajando la noche en pleno recinto de La Alhambra inevitablemente nos mueve algo por dentro. De planta cuadrada y patio circular, del Palacio de Carlos V salimos para entrar en los Palacios Nazaríes. Cómo resumir en unas líneas la sala de los embajadores, la puerta de comares, la sala de la barca (¿o será al baraka?), el patio de los arrayanes, la solemnidad del salón de comares, el bosque de columnas rodeando la fuente de los leones, la sala donde cuenta la leyenda que fue decapitada la familia de los Abenzarrajes (las manchas de óxido de la fuente serían restos de la sangre), las constelaciones y estalactitas llenando los techos que nos llevan al espacio exterior o al interior de una cueva, el sonido del agua por todas partes, los baños, o el paseo por El Generalife, necesario para ir asimilando tanta belleza, el despliegue de nombres y de historia y de que sea real eso que pisamos. Reservemos con tiempo y realicemos la visita nocturna.
Baños antiguos
Nos quedan muchas cosas por ver, pero es un plan para una noche, no nos atosiguemos que si no poco vamos a asimilar, paremos un rato y vayámonos de tapas. Podemos elegirlas o dejar al azar, pidamos algo de beber y las tapas que vengan junto a la bebida buenas serán, diferentes de las que acompañarán a la siguiente ronda.
En el Paseo del Darro quizá hayamos visitado los restos de unos de los baños antiguos mejor conservados, pero la propuesta es convencerse de que lo merecemos y entrar en unos baños que imitan los antiguos pero son actuales, por ejemplo los que hay justo antes de entrar en el Paseo del Darro a la izquierda, abrir los poros con el agua caliente y el vapor, que nos masajeen nuestros cuerpos cansados de turistas estresados, después agua fría, y más tarde salir como nuevos, conscientes de nuestro cuerpo, deseosos de comer algo o incluso ni eso: irnos directamente a dormir si pensamos pasar la noche, o comer algo para volvernos, estamos a una hora y poco, una distancia corta cuando no hay alcohol de por medio.
También podemos parar por el camino, todo un clásico de este viaje: unas truchas en Riofrío, o incluso llegar a tiempo para unos boquerones en nuestras playas, cualquier plan es bueno.
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