
MARIO VIRGILIO MONTAÑEZ
Viernes, 16 de noviembre 2007, 02:36
AYER, 15 de noviembre, fue un día extraño en los medios de comunicación alemanes. Se habló de un aristócrata, un barón, Claus Philipp Maria Graf Schenk von Stauffenberg, que ese día habría cumplido 100 años si no hubiera muerto con 37, y su recuerdo será objeto de emoción, homenaje y veneración, aunque ese hombre es recordado 63 años después de su muerte por haber puesto una bomba y haber sido asesinado justamente por eso. Ahora que tan justificada prevención hay acerca del terrorismo, recordamos a quien de terrorista fue acusado. Su nombre, con todo, es menos conocido entre nosotros que el de quien debiera haber sido su víctima: Adolf Hitler.
Publicidad
El hombre que en unos meses será Tom Cruise en las pantallas de cine (en 2008 se estrenará la película 'Valkyria' dirigida por Bryan Singer, aunque ya la misma historia fue adaptada en 2004 por Jo Baier bajo el título 'Operación Walkiria') medía 185 centímetros, era de impecables maneras y se distinguía por su interés por la cultura, llegando a ser un fiel lector y amigo del poeta alemán Stefan George, del que formaría parte de la guardia de honor del funeral de éste cuando murió en Suiza en diciembre de 1933.
Se opuso al dictador
Miembro de una familia de la nobleza bávara que remontaba sus honores hasta el siglo XII, y de la que formaría parte el mariscal prusiano August Neidhardt von Gneisenau del que tomaría el nombre la fragata hundida en Málaga en 1900, el conde Stauffenberg se unió al ejército en 1926, cuando Alemania vivía las consecuencias de la derrota en la Primera Guerra Mundial y las tensiones que llevarían al triunfo nazi sentían con vigor. Los sucesos de la Noche de los Cristales Rotos, en noviembre de 1938, llevarían al conde, hasta entonces un fiel oficial de caballería, a decidirse por la oposición al dictador.
El poco conocido movimiento interior de resistencia anti-hitleriana llegó a tener entre sus miembros a un hermano y un tío del conde Stauffenberg, e incluso inmensas ocasiones perdidas de eliminar al tirano: en marzo de 1943 falla una bomba, camuflada dentro de una botella, que debiera haber derribado el avión del Führer; días después el general von Gersdorff acude con dos bombas a una exposición que debe visitar Hitler, que abandona la sala antes de que llegue su verdugo. El teniente von Schlabrendorff, cerebro del atentado del avión, llega a esperar con seis oficiales, armados con pistolas, la visita de Hitler a su cuartel, pero el dirigente cancela el acto. Otro intento, a inicios de 1944 y urdido por el general Stieff, se suspende por un inoportuno bomabardeo aéreo.
El ejército, amante de las tradiciones imperiales y a la vez receloso del otro poder armado que eran las SS, se convierte en el caldo de cultivo de las conspiraciones. Son militares del ejército de tierra los que sueñan con interrumpir la guerra definitivamente firmando la paz con todas las partes y culpando de la guerra a la ciega voluntad de Hitler, mientras otro sector prefiere la paz sólo con los aliados para, unidos a ellos, volver todo el esfuerzo militar contra los soviéticos. Sea como fuere, hay un instrumento para ayudar a los conjurados: el plan Valkyria, previsto para el caso de una inesperada irrupción de ejércitos enemigos en territorio alemán y que incluía la toma del poder por parte del ejército. La muerte de Hitler también podría activar el plan, fortalecido por la noticia inventada de que el asesinato había sido tramado por la SS. Así, el ejército tendría en sus manos a esta nueva Alemania sin Hitler y aplastaría a la SS en los primeros momentos.
Publicidad
Reunión con Hitler
El atentado fue fijado para el 20 de julio de 1944. En esos instantes, el Reich comenzaba a tambalearse. El 6 de junio había sido el desembarco en Normandía, cuando dos días antes había caído Roma. El avance aliado por Francia estaba aún en sus primeros momentos, pero el peligro era notorio. El conde Stauffenberg es en estas jornadas de tensión el responsable del ejército auxiliar del interior, el que debería aportar refuerzos en caso de emergencia. Es desde esta responsabilidad que Stauffenberg es citado a una reunión con Hitler y otros militares en el cuartel general de 'La Guarida del Lobo' en Rastenburg. Este día Stauffenberg ya no es el oficial gallardo que fuera: un ataque aéreo sufrido en el Norte de África un año antes le ha hecho perder un brazo, un ojo y dos dedos de la mano superviviente. Aquella que porta ahora un maletín de cuero de tonos amarillos en cuyo interior, rodeado de papeles, acecha un paquete. Con tecnología británica y explosivos alemanes, el maletín le ha acompañado a otras reuniones con Hitler, pero su deseo era activar la bomba cuando estuvieran también presentes Himmler y Goering para así asegurarse la imposibilidad de continuación del nazismo. Esta vez, tampoco están presentes los otros objetivos, pero la decisión es firme.
El maletín queda bajo la pesada mesa en un pequeño barracón, con algunas ventanas abiertas dado el calor, en el que unas veinticinco personas discuten mapas de operaciones. Hitler está menos de dos metros de la bomba. Activado el dispositivo, el conde Stauffenberg pretexta que debe hacer una llamada telefónica y abandona la sala. Tres minutos después, estalla la bomba. Son las 12.14 minutos. Un taquígrafo muere instantáneamente, otras tres personas morirán después a consecuencia de las heridas. Stauffenberg y un cómplice huyen en coche, camino de un avión que los llevará a Berlín, donde se le espera para encabezar el golpe de estado. Ignoran los conjurados que el tablero de la mesa y el grosor de una pata, junto a la alteración accidental de la situación de la maleta por el pie de un asistente, han salvado la vida al dictador, que solamente recibe el daño de heridas superficiales, con el rostro tiznado de negro, los cabellos en desorden y llenos de fragmentos de vidrio y madera y la pernera derecha del pantalón destrozada.
Publicidad
Ajuste de cuentas
El resto de la historia es frustrante y rápido. Antes de doce horas, Stauffenberg y los cabecillas de la rebelión habrán muerto. De regreso en Berlín, el conde se reunirá con los conjurados que poco podrán hacer ante la duda de si Hitler ha muerto aunque Stauffenberg insista en desmentir lo que por la radio dirá a media tarde el ministro de Propaganda, Goebbels, que señala que el atentado ha sido fallido y que Hitler se ha reunido pocas horas después del atentado con Mussolini, con el que ha visitado el lugar de los hechos. La conjura se desinfla a pesar de aparentes éxitos como la detención, en París, de 1.200 miembros de la SS en una sola hora que serán liberados un rato después, cuando ya al inicio de la madrugada sea el propio Hitler el que por la radio denuncie a Stauffenberg y anuncie que los nacionalsocialistas ajustarán cuentas como ellos saben.
Tras la alocución, tropas leales entrarán en el escondite de los conjurados y en el patio de ese cuartel ejecutarán al conde Stauffenberg y a otros tres colaboradores. Las últimas palabras del conde, herido de bala en la detención, serán "¿Viva nuestra santa Alemania!".
Publicidad
A raíz de estos hechos, 135 personas serán ejecutadas y otras 14 serán obligadas a suicidarse, entre ellas el mariscal Rommel, el militar más popular de Alemania y al que se quería hacer encabezar el nuevo régimen que no llegó a nacer. Hitler sólo podría esquivar a la muerte menos de diez meses. Entonces, Alemania se libraría de él pero no de la derrota y el deshonor que Stauffenberg y sus conjurados quisieron evitar.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.