
FERNANDO MIÑANA.
Miércoles, 29 de agosto 2007, 03:25
Mayte Martínez es una mujer de corazón caliente. Para lo bueno y para lo malo. En cierta ocasión le dejó al borde del precipicio. El atletismo, por culpa de su ansiedad, parecía que se le escurría de las manos en vísperas del Europeo de Valencia, invierno de 1998. La española falló en la competición en la que se jugaban las plazas. La decepción fue tal que sufrió un severo estrés postcompetitivo. Su organismo acusó el golpe. Hasta siete meses después no descubrieron que, por culpa de esto, padecía unos vértigos que ya siempre viajarían con ella. Su corazón lo evitó. El amor por su entrenador, a la postre su marido, le hizo reconsiderar su decisión. «Le dije que era muy buena y que podía bajar de los dos minutos», apunta su esposo, apasionado del atletismo.
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En Osaka, 90 segundos después de darse la salida de la final de 800, su corazón empezó a palpitar con fuerza. Mayte Martínez iba séptima en la última curva. Seis rivales por delante. Cien metros hasta la meta. La sangre volaba por sus venas, alimentaba sus músculos sin tregua, movía sus extremidades a gran velocidad. Y Mayte volvió a hacerlo. De la calle 2 pasó a la 1. Y de la cuerda regresó a la 2. Mágico eslalon. Preciosa estampa. Zancada amplísima. Las rodillas altas. Una rival menos. Y otra más. Mutola que se rompe. Kotlyarova al alcance. El corazón como loco. Kotlyarova alcanzada. Tercera al fin. Bronce. Grande. Y, tic atlético, gesto instintivo, una mirada al cronómetro: 1:57.62, marca personal, a 17 centésimas del récord de España que logró Mayte Zúñiga en 1998, su año fatídico.
La progresión de Mayte Martínez impone. En su primer Mundial fue séptima; en el segundo, quinta; en el tercero, bronce. La vallisoletana, 31 años, una de las mejores competidoras del atletismo español tumbó su teoría. «No estoy para luchar por las medallas», había predicho. Pero Juan Carlos Granado, su marido y entrenador, había estudiado la carrera, las marcas, la historia de esta distancia en los Mundiales y había llegado a la conclusión de que había una posibilidad. Sólo una, pero había. Esta pasaba por conservar, ignorar el ritmo feroz de la keniana Jepkosgei, confiar en que las demás la siguieran y reventaran. La velocidad de Mayte en la recta haría el resto. Lo clavó.
La suerte, eso sí, le echó un cable. Mayte Martínez se quedó descolgada en los primeros 200 metros. Pero la fortuna, disfrazada de Hasna Benhassi, la fiable marroquí, salió en su rescate. La pequeña mediofondista, también retrasada, la condujo sin tirones hasta el grupo, que corría desbocado tras la estela de Jepkosgei. La keniana calcó la carrera de las semifinales. Las demás, las que intentaron cuestionar el triunfo de Jepkosgei, heptatleta en sus orígenes, se asfixiaron. Por algo fue el 800 más rápido desde 1993, mérito único y exclusivo de Jepkosgei, la primera de la historia en liderar la carrera desde el primer metro hasta el último.
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