Los antimodernos
ALFREDO TAJÁN
Sábado, 25 de agosto 2007, 03:42
HACE un par de años, la publicación de un ensayo sobre la Ilustración y la Revolución Francesa causó gran sensación en Francia, su título: 'Los antimodernos', su autor: Antoine Compagnon. Este interesante ensayo lleva unos meses disponible en español en la editorial El Acantilado, en excelente traducción de Manuel Arranz. El revuelo francés no se ha producido aquí y es lógico, aunque no debería ser tan lógico, viendo cómo está el patio político del conservadurismo democrático español, por cierto, el único posible tras la amnesia franquista.
En Francia este anti-relato se presentó como una revisión, si no profunda, sí radical, de los intocables filósofos enciclopedistas -Rousseau, Voltaire, el menos virulento Diderot-, que alimentaron desde sus alabados discursos ex cátedra los acontecimientos revolucionarios, regicidio incluido. Sin ir más lejos, este ensayo causó sensación hace un par de años porque París ardía de inmigrantes airados y hasta se hablaba de la refundación del sistema: la sexta república coronada, o presidencialista, en la suerte de dramatización escenográfica que tanto ensaya nuestra poderosa vecina. Pero llegó Sarkozy y no hizo falta refundar nada, sino ponerse a trabajar con menos retórica y más autoridad, veremos hacia dónde.
La cuestión es que 'Los antimodernos' de Compagnon define una actitud conservadora pero antireaccionaria. La tesis de Compagnon bebe de determinados autores, en ocasiones con éxito, por ejemplo cuando basa su tesis en textos del conde De Maistre, de René de Chautebriand, de Shopenhauer o de Stendhal; sin embargo, su refutación exige complicidad y esfuerzo cuando se desliza en temas estéticos y surgen párrafos inconexos en un cóctel de autores dispares como Proust, Saint-Beuve, Maurras, Paul Morand, Bataille, Steiner o el propio Roland Barthes, al que destruye y recompone, muy barthesianamente, con cierta frivolidad.
Ser antimoderno, según Compagnon, no es ser contramoderno; es decir, no significa negar el profundo cambio socio-cultural que se produjo tras el proceso revolucionario, sino formar parte de ese proceso pero con la conciencia crítica de su utópica demagogia. La contrarrevolución negó el progreso, la antimodernidad lo asumió para impugnar parte de su mentira, de sus errores, del fiasco práctico que supuso la declaración universal de los derechos del hombre, imposibles de aplicar tras los avatares históricos.
Por supuesto que resulta delicado mantener que el sufragio universal fue un error porque también fracasaron sus órganos correctores, véase el sistema educativo y la redistribución de la riqueza, que paradójicamente genera pobreza espiritual y delirantes expectativas materialistas; aun así la antimodernidad basa su razón de ser en el pesimismo, lo que es garantía de verdadero progreso, porque en él se alimenta la contradicción, la tesis y la antítesis encadenada, la verdad relativa pero firme, el valor moral objetivo de las cosas: dialéctica hegeliana en estado puro.
Indudablemente cuesta trabajo seguir las páginas de Compagnon cuando la llamada retaguardia de la vanguardia aborda términos como 'pecado original', al que le dedica un asombroso capítulo, o 'estilo natural'; aun así Compagnon ha puesto el dedo en la llaga del pensamientos único, sacralizado y sublime, tanto el de la izquierda como el de la derecha, lo que supone valentía especulativa y una poética digna de elogio.
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