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La lealtad bien entendida

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

Domingo, 19 de marzo 2017, 10:04

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Recientemente se ha extendido que los dos últimos secretarios generales del PSOE no han contado con la lealtad de todo el partido después de haber ganado sus respectivos congresos. Lo curioso es que se lo he oído a personas que conocen la historia del PSOE, y no porque la hayan leído, sino porque la han protagonizado. Lo cierto es que tanto Pérez Rubalcaba como Sánchez han tenido la misma lealtad del partido que tuvieron sus antecesores.

Por poner algún ejemplo, recuerdo que Felipe González tuvo que dimitir, allá por 1979, como consecuencia de su decisión de que el PSOE renunciara al marxismo. Por no hablar de las luchas internas en los primeros noventa. Si Joaquín Almunia tuvo que convocar unas primarias, que le ganó José Borrell, no fue precisamente porque sintiera especialmente consolidado su liderazgo. Respecto a José Luis Rodríguez Zapatero no mencionaré más que las críticas a la oposición útil, a la ausencia de proyecto, a la mansedumbre de Bambi, o los movimientos del 25 de mayo de 2011 para sustituirlo como secretario general mientras todavía era presidente del Gobierno.

Quizá lo que esté mal no sea la lealtad del partido hacia el secretario general, sino las expectativas de cómo debe ser obedecido por el partido. Recuerdo que el primer día que José Luis Rodríguez Zapatero llegó a su despacho, después de ganar el 35.º Congreso, me dijo: «Mira, a mí los compañeros me han elegido secretario general, pero no me ha elegido Felipe González, y no puedo esperar me hagan el mismo caso que le hacíamos a él, si lo hago bien me darán su confianza, y si no lo hago bien, no me la darán por muy secretario general que sea». Claro que él ya había sido secretario general provincial. Quizá algunos esperaban que, nada más ser elegidos los dos últimos secretarios generales, el partido los siguiera, no ya como seguíamos a Felipe o a José Luis en el esplendor de su liderazgo, sino como siguen los norcoreanos a Kim Jong-un. Y, claro, en el PSOE no tenemos costumbre.

Dice Albert O. Hisrschman en 'Salida, voz y lealtad' que cuando en las organizaciones hay problemas la respuesta más lógica es irse. Escapar de tu país cuando se ha convertido en una dictadura, dejar la empresa y buscarte otra, dejar de votar a un partido, o de ir a un restaurante, requiere menos esfuerzo que tratar de cambiarlos. En cierto modo, con pura y fría racionalidad instrumental, irse es lo más sensato. Salvo que metas un nuevo elemento en la ecuación: la lealtad a la organización. En ese caso la lealtad te obliga a quedarte para cambiarla, te obliga a usar la voz, a buscarte problemas, y por supuesto a serle incómodo al jefe.

Cuando, como jefe, lo haces mal, los leales a la organización, a la empresa, al partido, o al país, te pondrán a parir en lugar de callarse e irse. Esa es la lealtad en una organización democrática. Que la gente se calle ante los errores de los líderes, o se vayan ante sus amenazas, no es lealtad a la organización, es miedo, necesidad de supervivencia o sumisión al amo. A ver si nos entendemos, si eres secretario general del PSOE no puedes exigir lealtad y silencio al mismo tiempo.

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