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Libros del fondo antiguo de la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País.
Tesoros de papel que se custodian en Málaga

Tesoros de papel que se custodian en Málaga

Las centenarias bibliotecas de la Sociedad Económica de Amigos del País y la Academia Malagueña de Ciencias guardan miles de ejemplares históricos y con historia

Regina Sotorrío

Domingo, 8 de enero 2017, 00:17

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Luis Linares escudriña las estanterías en busca de un libro singular. Tiene la referencia apuntada en un papel, aunque después de diez años como bibliotecario muchos títulos están ya registrados en su cabeza. Detiene la búsqueda y señala una balda. «Estos de aquí son donaciones de mi madre, era farmacéutica. Me trae muchos recuerdos cuando los veo...», explica con la voz temblorosa antes de proseguir con su examen lomo a lomo. Es solo una anécdota en el recorrido por la vasta biblioteca de la Academia Malagueña de Ciencias (fundada en 1872), pero resulta reveladora. Demuestra que tras cada libro hay una historia, un relato que unas veces habla del propietario y otras de las vicisitudes de un archivo centenario. Como el de la Sociedad Económica de Amigos del País (1789).

Ambas instituciones son guardianas de un valioso tesoro en papel que refleja la evolución de la ciudad y las inquietudes de sus gentes. Conformadas a través de adquisiciones y donaciones, sus colecciones superan los 7.000 títulos cada una, con ediciones príncipe, rarezas, manuscritos, conferencias inéditas y un destacado fondo antiguo (libros hasta 1800). Ambas vivieron décadas de esplendor en el siglo XIX y principios del XX; sufrieron los despropósitos de la Guerra Civil; han superado inundaciones, traslados, censura y desapariciones;y las dos trabajan ahora por recuperar un legado de valor incalculable.

Pronto lo hará también la tercera institución centenaria de la capital, la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, de 1849. Cuando hace 19 años dejó el Palacio de Buenavista para dar paso al Museo Picasso, sus libros se embalaron en cajas con destino a un almacén. La apertura del Museo de Málaga les devolverá el espacio y dará lustre a una biblioteca que data del XIX y de la que apenas hay referencias. «Esa es una de nuestras tareas urgentes en cuanto entremos en la Aduana», confirma su presidente, José Manuel Cabra de Luna.

En la Sociedad Económica, unas vitrinas de madera de Flandes exponen bajo llave el fondo antiguo en su sede de la Casa del Consulado. Aún se leen los epígrafes Arqueología, Filosofía/Filología, Ciencias Eclesiásticas, Derecho... que clasificaban la que fue la primera biblioteca pública de Málaga. Creada en los años de la Ilustración, sentó sus bases en el trienio liberal (1820-1823) con la apertura de un gabinete de lectura y la compra de 600 ejemplares. Hoy hay entre 8.500 y 9.000. «Es de los fondos más importantes de la historia malagueña desde el siglo XVI a nuestros días», asegura su presidente José María Ruiz Povedano.

El número crecería con las donaciones de nombres célebres como el «obispo ilustrado» Cascallana; el marqués Jorge Loring y su cuñado Vicente Martínez Montes; el escritor e historiador Estébanez Calderón y el político Cánovas del Castillo. Era un archivo bibliográfico que fomentaba el libre pensamiento, moderno e innovador. De hecho, con el presidente Emilio Baeza Medina, primer alcalde de Málaga en la Segunda República, se puso en marcha una iniciativa pionera: la Biblioteca Circulante, préstamos de libros abiertos al ciudadano. Una práctica inédita entonces.

Sus vínculos con la República eran evidentes. Valga un dato: a diferencia de otras sociedades hermanas, la de Málaga no ostenta el título de Real. Pero eso mismo que la revalorizó a finales del XIXy principios del XX, la llevó al ostracismo durante el franquismo. La Sociedad resultaba molesta al régimen y sus fondos fueron depurados, desordenados y desperdigados. Como testigo queda el catálogo elaborado en 1927 por Juan Rejano y Luis Cambronero, con referencias de libros hoy inexistentes.

Tras esa «época desgraciada», la institución se reactivó en los años 50. Volvieron las actividades a su salón de actos y las exposiciones. La biblioteca, en cambio, quedó «detenida en el tiempo», un estado de congelación que ahora se quiere romper reordenando sus fondos y dándoles una misión: «Ser un depósito de conservación del patrimonio librario en Málaga. Darle visibilidad y una función pública». Pero siendo «pobres de solemnidad» añade su presidente, dependen de la renovación de acuerdos con las administraciones.

De momento, la ficha virtual de 2.800 libros está colgada en la red de Bibliotecas Virtuales de Andalucía (con la colaboración de la Junta) y se han digitalizado 300 folletos de temática malagueña inéditos desde el XIX (gracias a la Diputación). Pero es solo una mínima parte. Además, con «voluntad y voluntariado» con la ayuda de los archiveros-bibliotecarios Mari Pepa Lara, Antonio Lara y, muy especialmente, María Sánchez se ha restaurado el orden cronológico desactivado el siglo pasado. Una tarea a la que se han sumado alumnos de UMA en práctica, como Lucía Reigal. «La que más conoce la biblioteca», la presenta Ruiz Povedano. Durante meses se ha «ensuciado» las manos revisando los libros para «buscar una lógica dentro de la biblioteca y darle una identidad». Junto a sus compañeros, ha inventariado los 1.658 folletos de la institución y ha organizado el fondo antiguo, del año 1515 al 1799. «La materialización más importante de los cambios en el pensamiento», apostilla la joven historiadora.

Por el camino, además de descubrir todo tipo de notas y marcapáginas, ha realizado una primera labor de conservación, limpiando los ejemplares, uniendo las partes separadas por el tiempo y los descuidos y marcando aquellos que necesitan una intervención urgente.

Una labor que ha sacado a relucir joyas ocultas. Como un fuero de principios del XVI con encuadernación de pergamino; una edición príncipe de la Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada de Luis del Mármol Carvajal (1524-1600); y unas Constituciones Sinodales ordenadas por Fray Alonso de Santo Tomás, obispo de Málaga, en 1671. De 1661 es un curioso libro manuscrito del Abad Josef Arnolfini de Illescas que relata de manera novelada la conspiración y posterior encierro del príncipe Carlos, hijo Felipe II. Lo hace a través de sesiones públicas del rey, «lo que lo convierte en un documento interesante para el investigador», dice Reigal.

De las obras teológicas de los primeros años se pasa al pensamiento racionalista de René Descartes (Principia philosophiae, Las pasiones del alma), al método experimental que aplica Feijoo en el Teatro crítico universal y a la defensa de los derecos del hombre con El contrato social de Rousseau. En el siglo XVIII había inquietud por saber: tres volúmenes de un naturalista alemán de 1765 diseccionan con todo detalle el desarrollo de una planta, un crustáceo o un mamífero; mientras que el cosmógrafo de Luis XV describe y dibuja en un voluminoso libro de 1755 el mundo conocido (no aparece la recién descubierta Alaska, por ejemplo). No faltan rarezas, como un alfabeto hebreo de 1749 con encuadernación en cuero y broches de cierre hechos a mano en forma de concha.

Un salto en el tiempo revela una evolución de lo científico a lo social. De principios del XX es el llamativo ensayo Higiene Social. Mendicidad, vagancia y otras enfermedades sociales de Juan Rosado Fernández; y un folleto de Lázaro Cárdenas, presidente de México y dirigente del Partido Nacional Revolucionario, donde enumera Los 14 puntos de la política obrera presidencial con esta filosofía: «Los empresarios que se sientan fatigados por la lucha social pueden entregar sus industrias a los obreros o al gobierno. Eso será patriótico, el paro no».

Autores como Ortega y Gasset, Azaña, Pérez Galdós, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre y Narciso Díaz de Escovar integran el fondo moderno, pero poco más se sabe. Tras años de persecución y abandono, deben seguir «ensuciándose» las manos para sacar todos los libros a la luz.

De esa «travesía del desierto» tampoco se libró la biblioteca de la entonces Sociedad Malagueña de Ciencias, hoy Academia desde 2002. Queda como vestigio de lo que fue un antiguo fichero con un registro manual de todos los ejemplares que existían. «Y muchos han desaparecido», lamenta el bibliotecario Luis Linares. Fue víctima de la depuración y censura eclesiástica, y otros muchos libros se extraviaron. Algunos han aparecido en rastros (llevan el sello de la Sociedad), en librerías de viejo y los hay en departamentos universitarios, como el de Botánica, que aún hoy se resisten a devolver ejemplares que acogieron mientras la biblioteca se instalaba en su lugar definitivo. Fundada en 1873, su primer destino fueron las dependencias de la Sociedad de Ciencias junto a la plaza de la Constitución, después iría a los sótanos de lo que hoy es el Hospital Civil y en 1973 pasó a disposición de la UMA que, agradecida por el papel de la Sociedad en la creación de la Universidad, se comprometió a custodiar en una sala de la Biblioteca General esos valiosos fondos, «la mejor colección de textos histórico-científicos» de la ciudad, según los expertos. Jesús Castellanos y su equipo lideraron entonces su reordenación.

Allí, en la primera planta, se guardan hoy más de 7.000 títulos aunque en los años 60 y 70 se fijó en más de 10.000 que hablan de la evolución de la ciudad y su entorno en forma de libros contemporáneos y antiguos (237 son anteriores a 1800), manuscritos (144) y ejemplares de 183 publicaciones. Entre ellos, el único volumen que existe con la revista Andalucía Científica encuadernada. Solo se editó entre 1903 y 1904, pero se convirtió en el órgano de expresión de la Sociedad de Ciencias y en la materialización de sus objetivos: aportar conocimientos, fomentar el pensamiento crítico y contribuir al progreso. Asuntos de salud pública e higiene, las industrias andaluzas y, sobre todo, la agricultura y la viticultura acaparan buena parte de sus artículos. No hay que olvidar que a finales del XIX la filoxera había causado estragos en el campo, y la Sociedad se implicó activamente en la lucha contra la plaga. Prueba de ello es el minucioso mapa de las zonas afectadas de la provincia de 1882.

Pero, sin duda, la joya es una edición príncipe de Voyage botanique dans le Midi de lEspagne que se protege bajo llave. Lo firma a mediados del XIX Pierre Edmond Boissier, el padre de los pinsapos, el hombre que descubrió esta especie de la Sierra de Ronda al mundo científico. Perteneció a la biblioteca de Pablo Prolongo (adquirida por la Sociedad tras su fallecimiento), botánico y farmacéutico malagueño contemporáneo de Bossier, e incluye preciosas láminas hechas a mano para cada ejemplar.

Hallazgo

Hay volúmenes comprados, otros donados y algunos que llegaron por vías insospechadas, como Los suelos de la Península Ibérica de Huguet del Villar de 1937. Es una obra de referencia para los geólogos por su línea metodológica y su análisis sobre los suelos salinos del interior de la Península (que atribuía a factores geológicos y no climáticos, como se creía). Linares, geólogo de profesión, lo buscó para una investigación y cuando lo consiguió por un préstamo descubrió algo: en una nota añadida al prólogo se decía «algunas dificultades económicas han podido ser superadas merced al interés de la Sociedad Malagueña de Ciencias».

Rebuscó entonces entre las actas de la institución y halló el documento de la reunión que aprobaba un préstamo de 3.000 pesetas para su publicación. En plena guerra civil y cuando el saldo en la tesorería era de 884,95 pesetas. «Debió de ser una imposición del Gobierno de la República con el que Del Villar estuvo bien relacionado, porque dejó las arcas vacías», reflexiona. Pocos días después, las tropas franquistas entraron a Málaga y nada más se supo aquí del libro. En su indagación, Linares contactó con la biblioteca del Museo Nacional de Ciencias Naturales: hallaron dos ejemplares y regalaron uno a Málaga.

El fondo antiguo esconde curiosidades, como un libro de Juan de Navas de 1795 sobre los Elementos del arte de partear donde se advierten de «las señales de preñez simples» y de las «propiedades a que se ha de atender para escoger una ama de leche o nodriza». O un ejemplar de Flora española firmado en 1762 por Joseph Quer, cirujano de Fernando VI. Pero, ante todo, la biblioteca demuestra el empeño de la Sociedad Malagueña de Ciencias por descifrar su entorno. Ahí están los primeros estudios de minería en la provincia de Álvarez de Linera (1851) o un análisis de las aguas de Carratraca de José Salgado y Guillermo (1860), ambos editados en facsímil para su divulgación. Porque de nada sirve el saber si se archiva en estanterías. Y ellos lo saben desde hace más de un siglo.

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