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José Antonio Garriga Vela
Sábado, 4 de marzo 2017, 01:33
Aún no había cumplido los veinte años y ya era Samuel Beckett mi escritor favorito. Abro el libro de Barral Editores, Barcelona 1972, que contiene las obras de teatro Esperando a Godot, Fin de partida y Actos sin palabras. En la esquina superior de la primera página aparece el precio escrito a lápiz: 60. Cuarentaiún años después, cuando me dirigía a visitar la tumba de Beckett en el cementerio de Montparnasse, compré un periódico español con la foto de Roberto Bolaño en la portada y la noticia de su muerte el día 15 de julio de 2003. Una extraña sensación se apoderó de mí. Iba al cementerio a compartir el silencio con Beckett y me acompañaba el recuerdo de Bolaño. No sé por qué, precisamente hoy, me viene aquel día a la memoria.
Cuando me preguntan por mi libro preferido, no sé cuál elegir, pero durante años dije siempre el mismo: Primer amor de Samuel Beckett. Pienso en Suzanne, el amor de Beckett. Cincuenta años juntos, hasta que en abril de 1989 Suzanne murió. «A ella se lo debo todo», confesó. Él se fue en diciembre de aquel mismo año, no digo nos dejó, simplemente se fue con Suzanne. Una piedra de mármol gris cubre el recuerdo. Hay días que nunca se olvidan. Me acuerdo perfectamente dónde estaba y qué hacía el 11 de septiembre de 2001 cuando cayeron las Torres Gemelas. Existen fechas que evocan instantes concretos que jamás se olvidan. Cómo voy a olvidar la reacción que tuve cuando supe que Beckett había muerto. Como si Sam fuera un amigo íntimo, lo mismo que Buster Keaton, mi admirado Pamplinas. Me hubiera encantado verlos juntos por las calles de Nueva York en la película Film, guión de Samuel Beckett y reparto: Buster Keaton. Una película muda con un único sonido silencioso: ¡Sssh!
¿A quién esperan realmente Vladimir y Estragón en la obra Esperando a Godot?, ¿a quién suplanta Godot? Hay quienes lo relacionan con Dios. Sin embargo, yo prefiero la versión que cuenta que Samuel Beckett estaba un día al borde de la carretera para ver pasar a los ciclistas del Tour de Francia. Pasaron los corredores escapados y luego el pelotón, pero el grupo de espectadores que estaba a su lado permanecieron inmóviles. Beckett preguntó por qué permanecían quietos y uno de ellos contestó que esperaban a Godot. Godot era el ciclista más lento y también el más viejo, un hombre cansado que pasó al cabo de un buen rato y todos le aplaudieron. También aplaudieron los espectadores de la película Film durante más de cinco minutos el día que se estrenó en el Festival de Venecia, 1965. Allí estaban Fellini, Antonioni, Visconti, Godard; y yo, mientras tanto, ¡maldita ignorancia!, viendo la tele en casa.
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