Cabo sigue ejerciendo de controlador aéreo, aunque abandonó hace meses la portavocía del sindicato. En la imagen, en el Café del Espejo, un 'clásico' del Paseo de Recoletos de Madrid. :: ALBERTO FERRERAS
VIVIR

César Cabo: «Utilizaron mi físico para atacarme»

Fue el adonis y el demonio de la crisis de los controladores. Ahora prueba con un pequeño papel en el cine

FRANCISCO APAOLAZA

Domingo, 8 de enero 2012, 03:30

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Los españoles tenemos la curiosa costumbre de enriquecer constantemente nuestra vitrina de rostros famosos. Allí exponemos a personajes como el Rey, el presidente del Gobierno de turno, el presentador de moda, algún banquero de vez en cuando, la Esteban siempre, los deportistas de éxito y otros interinos de diverso pelaje que pasan de forma fugaz, pero intensa, por la picota de la popularidad. La notoriedad acaba por devorarlos como a Jean Baptiste Grenouille, protagonista de 'El Perfume'. Hay casos para no creer, pero uno de los más desproporcionados fue el ascenso y posterior linchamiento de César Cabo, el del rostro apolíneo, el portavoz de los controladores aéreos, guapo oficial del reino, objeto de deseo y malo malísimo de la película de terror que se estrenó en los aeropuertos españoles en diciembre de 2010.

'El guapo de la torre de control' fue la primera etiqueta que le pusieron a César Cabo (Madrid, 1972) cuando se asomó a los medios de comunicación como la cabeza visible de los controladores. Ahora se la verán en los cines, en 'El regreso de Elías Urquijo', una película de Roque Madrid en la que hace «un papelito» de farmacéutico en una historia montada alrededor de un triángulo amoroso.

Hace un año los aeropuertos llegaron a parecerse a 'Pearl Harbour': el conflicto laboral entre los controladores, Aena y el Ministerio de Fomento dejó a 300.000 pasajeros en tierra y al país en estado de alarma, con los militares al frente de las salas de control. «El 3 de diciembre de este año, cuando se cumplió el aniversario, tuve la sensación de volver a vivir todo aquello».

La fama de Cabo se disparó al tercer día de aparecer en un informativo. Facebook recogió el guante y, para suerte o desgracia del personaje, uno ya se podía hacer fan de páginas al estilo de 'Quiero que me controle César Cabo' o 'César Cabo, el guapo de la torre de control'. «Fue algo inaudito, algo surrealista que aún no me explico. ¡Si era un conflicto laboral!». Su prestigio personal permitió, en cambio, «que la gente me escuchara». La decisión del colectivo de abandonar el puesto de trabajo alegando motivos de salud aquel puente de diciembre, la crisis económica y los sueldos millonarios de aquellos tipos que se quejaban de que les recortaban la nómina, las vacaciones de los demás ciudadanos, que se sintieron tomados como rehenes... Fue como tirar una colilla encendida en un polvorín.

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Se explica en el Café del Espejo, en el Paseo de Recoletos de Madrid, en una mesa apartada en la que nadie hace por mirarlo más de la cuenta, al margen de los camareros que echan vistazos de soslayo. Hace poco más de un año, hubiera sido difícil mantener una hora de charla tranquila con un café -él, un té verde- por delante. Entonces le pedían autógrafos por la calle -«no firmé ninguno»- y hacerse fotos por diversos motivos, algunos cariñosos: «Es que le encantas a mi madre». Los más fuertes forman parte de una colección que guarda Cabo en su ordenador, con la que, según dice, podría escribir un libro. Vivió un proceso «extraño de fan-psicodelia-troll» en el que le pedían matrimonio, sexo, una cita a ciegas en el restaurante de Sergi Arola... Esos eran los fans. Ahora los trolls. Cabo recuerda uno en especial, que le avisaba amablemente que como no saliera su avión, iba a buscarlo y lo mataba.

En las redes sociales se repitió la historia. En Facebook (le abrió una cuenta ), en Twitter y en las webs de los medios de comunicación lo pusieron como el perejil. «La gente vierte mucha negatividad en los comentarios, ya sean de fútbol, de política... De lo que sea. Es como la guerra mundial 2.0, un fenómeno a estudiar».

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- A veces entro al trapo, pero en ocasiones terminan siendo seguidores aplacados. Hay personas que buscan llamar la atención y si se la das, se quedan tranquilos.

Realities y best sellers

Entre las propuestas más o menos decentes que le llegaron, rechazó participar en 'Acorralados', de Telecinco, ser tertuliano de algunos programas de televisión o escribir un libro sin tema concreto. Querían su firma en la portada. A todas dijo que no, pero hubo una que le picó la curiosidad. Quería ver cómo se vivía el cine por dentro, por eso aceptó participar en 'El regreso de Elías Urquijo'. «Aunque me costó mucho», confiesa. Tanto, que la actriz Laura More tenía que llevárselo a un apartado y tirarle de los mofletes para relajarle el rictus.

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Desbrozando su currículum vitae de elucubraciones nos encontramos a un tipo muy alejado del «pijo que habla con una patata en la boca». Y aparece un chaval de padre funcionario y ama de casa, que en segundo de carrera de Periodismo se pagó con sus ahorros un viaje a Canadá para aprender inglés. Después tuvo la suerte de no quedarse en casa el día en que su profesora de idiomas informó a los alumnos que se habían convocado unas oposiciones a controlador aéreo. En su piso guarda la carpeta con el teléfono de Aena apuntado a lápiz.

Casi nada pasa por casualidad. Entonces ya le gustaba viajar en avión y subirse a los sitios más altos de las ciudades para ver el mundo desde otra perspectiva. Por lo demás, se considera una persona «como cualquiera» que se levanta a las seis y media de la mañana para trabajar, que vive en un ático en el centro de Madrid, que no tiene tele en casa, que patina por el Retiro y al que la fama y 'la guerra del aire' le hicieron «más despierto, más escéptico». Al salir del café, los habitantes de las aceras de Recoletos ya no hacen fotos, pero todavía lo siguen de reojo.

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