
De los trabajos y faenas de los hombres de la mar
A la sombra de la historia ·
Los marengos realizaban un trabajo duro y agotador y llevaban una vida de escasez que soportaban con entereza y orgulloSecciones
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A la sombra de la historia ·
Los marengos realizaban un trabajo duro y agotador y llevaban una vida de escasez que soportaban con entereza y orgulloLa Historia también tiene que tratar temas cotidianos, de los de andar por casa, que no todo va a ser hablar de los Reyes Católicos y de Napoleón. Trataremos hoy de las cosas y tipos del rebalaje, del batallar cotidiano de los marengos, de las jábegas, de los cenacheros y de los calafates, del copo y de los espetos. El oficio de la mar dejó palabras preciosas, y casi todas ya desgraciadamente olvidadas, como bornoy, tralla, zambullo, pachapanda, sotarráez, amocael...
En Málaga, desde La Misericordia hasta El Palo, llamamos marengo a la persona que se dedica a la pesca y a otros oficios de la mar. Estos solían ser espíritus libres, independientes, inclinados a la soledad, de carácter filosófico y sentencioso. Esto podría ser consecuencia de su batallar cotidiano, muchas veces cargado de sufrimientos y de penurias. Vivían en la playa, en chamizos y villalatas. Eran gente descreída que, sin embargo, tenían una gran devoción por la Virgen del Carmen. Su deseo era el de morir con los pies en el suelo y, agonizantes, pedían ayuda a sus familiares para sentarse en la cama y poder apoyar los pies en el suelo. Una vez que habían hecho esto, ya podían morir tranquilos. No sabemos el origen de esta costumbre, pero quizá guarde alguna relación con las horas y horas que pasaban faenando y su deseo de tocar tierra.
Los marengos eran hombres fuertes, acostumbrados a tirar del copo y a remar, que andaban siempre descalzos, aunque fueran vendiendo el pescado por las calles como cenacheros. Dormían la siesta a la sombra de una jábega, mientras sus mujeres repasaban las redes sentadas en la arena. Hombres de mar, observaban con atención el color del agua, el tono del cielo, la dirección de la brisa, etc, para poder predecir los cambios de tiempo. En cierta ocasión, un marengo me dijo que el tiempo que hace la noche de San Juan es el que predomina todo el verano. También es conocida su máxima de que los terrales duran siempre un número de días impar.
La jábega es por antonomasia la barca de pesca malagueña. Siempre se ha dicho que su origen se remonta a los fenicios, con su ojo pintado en la proa, de tipo totémico. Su airosa y estilizada figura siempre llamó la atención de los forasteros. Hoy solo las vemos navegar el día de la Virgen del Carmen. Tienen entre siete y nueve metros y un número de remos siempre impar. Su tripulación estaba formada por diez o doce jabegotes que remaban mientras dos de ellos iban largando las redes y el patrón, que solía ser el dueño de la embarcación, gobernaba la nave con una espadilla o un remo, porque la jábega carecía de timón. Por la noche se sorteaban con una baraja los lugares de pesca del día siguiente. Para ello cada jábega tenía asignada una carta diferente.
En la orilla los calafates eran las personas que se encargaban de cerrar las junturas de madera de las jábegas, con estopa, brea o cualquier otra sustancia parecida, para que no entre agua en el barco. El padre de mi tatarabuelo, Antonio Oliva Sánchez, fue calafate en las playas de La Malagueta. Había llegado desde Cómpeta, hacia 1840, para aprender este añejo oficio en casa de su tía Ana Oliva. Este es el origen del apellido Oliva en Málaga.
El copo era un arte de pesca del que vivía mucha gente. A la salida del sol los marengos, con los pies curtidos y encallecidos, tiraban de una cuerda llamada beta a la que lanzaban la tralla, un cordel fabricado de lona o de tiras de alfombra vieja que se remataba con un corcho anudado en su punta. Tras arrojar la tralla sobre la beta, los marengos se la colocaban a modo de bandolera y sacaban el copo con esfuerzo y fatiga. Esta operación se realizaba sobre el rebalaje, que es el lugar de la orilla donde rompen las olas. El danés Dick Laan, casado con una van Dulken, grabó en 1930 una película, restaurada recientemente, en la que se refleja la vida en Málaga hace casi cien años y en la que se aprecia perfectamente el arte del copo. Está en Youtube y merece la pena verla para conocer cómo era la vida cotidiana en la Málaga de la época.
Hoy todo este mundo ha desaparecido, al socaire del progreso que todo lo desbarata. ¿Qué se hizo de aquellos marengos que sacaban el copo cada amanecida? ¿Qué fue de aquellos cenacheros que bailaban sus cenachos como el vaivén de las jábegas? Hoy solo son recuerdos de un tiempo ido.
El cenachero era un vendedor de pescado que llevaba su mercancía colgada de sus brazos en cenachos o espuertas de esparto, meciéndolas o bailándolas. Iba vestido con una faja roja y pregonaba su mercancía al grito de: «¡Vivitos y coleando los boquerones! ¡De la Caleta son, como la plata!». El cenachero es oficio hoy desaparecido y forma parte de la triada de símbolos malagueños, junto al boquerón y a la biznaga. También ha desaparecido el 'pateo' de las jábegas, que se hacía golpeándola con un remo en la proa, para llamar a los cenacheros a que viniesen a por el pescado. El espeto recibe su nombre de espetar o ensartar sardinas en unas cañas para asarlas con leña sobre la arena de la misma playa. Su origen es bastante humilde. Se debe a que los pescados más pequeños que salían del copo tenían difícil salida y eran los que se quedaban los marengos. Hoy ya no se asan sobre el suelo, sino en barcas espeteras. Y siguen siendo muy baratos. Yo los he tomado este verano en Pedregalejo por dos euros.
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