
«Miguel, perdón Manuel»: ¿por qué confundimos los nombres de nuestros hijos?
No tiene que ver con la edad, ni con problemas de memoria, ni siquiera con el parecido físico entre los vástagos; la explicación se encuentra en la región 44 del cerebro
Abraham, Daniel... José. A la tercera va la vencida. Cuántas veces los padres llaman a uno de sus hijos y hacen previamente un repaso por el nombre de sus otros retoños hasta que da con el correcto. O a quien uno de ellos no le ha dicho: «Mamá, yo no soy Clara, soy Carla». No hay que sentirse culpable, ni pensar que la memoria empieza a fallar o es por la edad. Este «despiste» tiene una explicación científica y se encuentra en la región 44 del cerebro.
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Esta zona constituye la llamada área de Broca que, como se explica en el estudio de la UMA 'Estructura citoarquitectónica de las áreas del lenguaje', «corresponde a una corteza asociativa motora que integra los aspectos activadores (límbicos) del lenguaje, los aspectos semánticos (conexiones posteriores) y los aspectos de planificación motora involucrados en la iniciación del lenguaje y del habla».
En lenguaje algo más coloquial, el cerebro almacena los nombres de nuestros seres queridos por categorías (hijos, familia, amigos, mascotas...). Como si se tratara de un ordenador, se ordenan en carpetas que se clasifican por tipo de contenido. Por ello, cuando se tira del ordenador vs cerebro para llamar a una de las personas que se encuentra dentro de una misma carpeta, puede que se acabe diciendo el nombre de otro de los seres queridos que también la integran.
Como explica el neuropsicólogo, el primer paso es la codificación. Una madre o padre con dos hijas, por ejemplo Marta y María, programa la región 44 de su cerebro para que pueda recordar ambos nombres. El problema radica en que, al integrarse ambas en la categoría 'hijas', se codifican en el cerebro de una forma muy similar. Como apunta Álvaro Bilbao, se relaciona ambos nombres con aspectos similares, por ejemplo: «María - No me hace mucho caso - es una niña pequeña - es mi hija - es parte de mis seres queridos», al igual que «Marta - no me hace mucho caso - es una niña pequeña - es mi hija - es parte de mis seres queridos».
Cuando el padre o la madre quiere llamar a una de ellas, hace un proceso inverso de descodificación que, al ser tan similar, puede provocar una confusión. Hay ciertos factores que influyen en este proceso, como el hecho de que los padres estén en ese momento enfadados, nerviosos o con prisas. En estos casos, «el sistema no funciona bien y ofrece a los progenitores ambos nombres», señala Álvaro Bilbao. Por eso, como aclara el neuropsicólogo, puedes acabar incluso diciendo: «Martía, ¡ven a cenar!». También este fallo se puede dar de manera más frecuente si los hijos son del mismo sexo, sus nombres comienzan por la misma letra o tienen un número de sílabas similar.
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Un estudio liderado por el profesor de psicología y neurociencias de la Duke University, David Rubin, publicado en la revista 'Memory and Cognition', apunta que «confundir los nombres es un error cognitivo que cometemos, lo que revela algo sobre quienes consideramos como parte de nuestro grupo». Cuando alguien llama a otra persona por el nombre equivocado, lo hace reemplazando el nombre por el de alguien que es parte del mismo grupo social.
Una confusión que tampoco tiene que ver con la similitud física entre hermanos. Los investigadores no consideraron que este factor influyera. De hecho, algunos de las personas que formaron parte de este estudio, en el que participaron 1.700 voluntarios, llegaron a confundir los nombres de sus mascotas con los de sus familiares, lo que pone de manifiesto que, en estos casos, los primeros se encontraban en el mismo plano que los segundos.
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