
fernando miñana
Lunes, 25 de enero 2016, 00:53
Junior Seau fue un magnífico linebacker de los 90. Disputó una docena de Pro Bowls el equivalente en la Liga de Fútbol Americano (NFL) al All Star del baloncesto y los Chargers de San Diego retiraron su número, el 55, cuando dejó este deporte en 2009. En 2012, con solo 43 años, se suicidó pegándose un tiro en el pecho. ¿Y por qué no se disparó en la sien? Por mantener intacto su cerebro para que pudiera ser analizado por la ciencia, para que un neurólogo pudiera averiguar si ahí dentro estaba la explicación de sus olvidos, su repentino mal humor, las noches sin dormir. Antes de acabar con su vida, dejó una nota en la cocina con versos de Who I Aint, (Quien no soy) la canción que compuso un amigo sobre un hombre que rechaza la persona en que se ha convertido.
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La vida le iba bien. Había triunfado en el deporte y tenía en California un restaurante, una línea de ropa con su nombre y tres hijos. Pero Seau había días que no se reconocía en el espejo y sufría depresión, insomnio y ansiedad. No sabía quién era y sospechaba que podía haberle pasado lo mismo que a Mike Webster, uno de los mejores center en los 70 y 80. Le llamaban Mike Iron por su dureza y al morir en 2002, con 50 años, se determinó que fue a causa de un infarto.
Hasta que apareció Bennet Omalu, un neuropatólogo forense nacido en Nigeria que sospechaba que detrás de las muertes prematuras de algunos jugadores de la NFL estaban los golpes sufridos en el cráneo durante los partidos. El doctor examinó el cadáver de Webster y encontró severas lesiones en la cabeza que le indujeron a pensar que el diagnóstico era otro. Omalu comprobó que aquella mole de 1,85 y 120 kilos que se había quedado sin blanca y pasaba las noches desorientado en la estación de tren, había sufrido daños similares a los de un enfermo de alzhéimer, lo que en los boxeadores se conoce como demencia pugilística. Omalu pidió más cuerpos y al final logró identificar una enfermedad degenerativa en los jugadores de fútbol americano que acuñó como traumatismo craneoencefálico crónico (CTE de sus siglas en inglés). Después de estudiar la materia gris durante años, publicó su teoría, en 2005, en una revista científica. Y detallaba que cuando un jugador de football recibe un golpe en la cabeza, el cerebro se agita o incluso rebota, produciéndose una despolarización de las células que afectan a los neurotransmisores e inundan la cabeza con alteraciones químicas dañinas.
Obama pidió medidas
La NFL, que amasa un negocio de 9.000 millones de dólares anuales, insistió en que su deporte era seguro y hasta intentó obligar a Omalu a retractarse. Pero el doctor nigeriano siguió estudiando la sesera de nuevos exjugadores que se habían suicidado, como Terry Long y Justin Strzelczyk, en quien descubrió un cerebro similar al de un anciano de 80 años con alzhéimer. Omalu insistió en que la NFL debía hacer algo para proteger a sus deportistas.
La Liga, en un final de película, como se ha demostrado ahora con el estreno de Concussion, donde Will Smith interpreta a Bennet Omalu, no aceptó la relación directa entre los golpes recibidos y el CTE hasta 2009, cuando se vio con todo en contra: desde una demanda colectiva de 4.000 jugadores hasta nuevos estudios, como el de la Universidad de California, que concluye que la tasa de depresión entre los conmocionados es tres veces mayor al resto, y que los exjugadores tienen 19 veces más posibilidades de tener alzhéimer que otras personas. Y no es una opción remota: el 60% de los jugadores sufre una conmoción.
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Hasta Barack Obama, en unas declaraciones que escocieron en la NFL, pidió revisar las normas por el CTE. «Si tuviera un hijo, tendría que pensármelo antes de dejarle practicar este deporte», declaró antes de una Super Bowl a The New Republic. Y añadió: «Los que amamos este deporte vamos a tener que afrontar el hecho de que cambie para reducir su violencia».
Poco a poco se fue endureciendo la normativa. Primero se confiscaba el casco de un jugador que había sufrido una conmoción para que no reapareciera en el mismo partido. Luego se le prohibía volver antes de dos semanas. Pero la ceguera de la NFL no era el único peligro. Había otros dos. Uno era el silencio de los jugadores para no perder el puesto, como le sucedió a Alex Smith, un quarterback de los 49ers que terminó quedándose sin jugar la Super Bowl.
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El tercer factor en contra es el culto a lo heroico que tanto apasiona en Estados Unidos, un país que idolatra a personajes como Ronnie Lott, de los 49ers, que en 1985 se aplastó el meñique y se lo amputó en la banda para no tener que pasar por el quirófano. Se debía creer tan duro como Mike Iron Webster.
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