¿Y por qué el odio? ¿Y por qué la muerte de nuevo en estos días santos? ¿Y por qué las cachicuernas por Málaga y los cinturones de explosivos en Bélgica? ¿Y por qué la sangre viene a desbordarnos el titular y la columna? ¿Y por qué esta Semana Santa de muertes consumadas o tentadas? ¿Y por qué el barrio, el aeropuerto, el Parlamento son, de repente, un cadalso? ¿Y por qué el ser humano es así? ¿Y por qué todo? ¿Y por qué la Semana Santa es de lo poquito que funciona bien en esta ciudad? ¿Y por qué Sevilla nos calla desde su tele autonómica? ¿Y por qué el miedo? ¿Y por qué el silencio? ¿Y por qué el hombre libre no puede volver a pasear libre por las alamedas? ¿Y por qué el fútbol está tan emponzoñado, desde la FIFA a la canchita más recóndita? ¿Y por qué la gente lleva la adrenalina a flor de piel? ¿Y por qué tiene que llover cuando más pecado hubiere? ¿Y por qué en Cuba cae la Guerra Fría y dicen que aquí tenemos ya la tercera guerra mundial? ¿Y por qué no me preguntan qué puedo hacer yo por mi país si ni siquiera tengo ni país? ¿Y por qué ese niño de Siria me mira y me traspasa hasta la habitación última de mi sangre?
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Porque hace algún tiempo me explicaron que la causa de todo odio, de toda rabia, viene de una gran falta de cariño. Unan alguna pulsión de la sangre y ahí estará todo. Qué poco se escribe de la vida y de la paz, ahora que por el confín de Europa se nos pide justicia social, humanidad y un saco de arroz con mantas. En el Domingo de Resurrección me quise asomar a esa cueva del Monte San Antón, donde yo, en mi Biblia de joven, situé el Sepulcro, me asomé a la bahía y olía a matorral fresco pero no resucitó nada. Ni mi nostalgia de caminante por los desmontes arriba de La Mosca.
Era Martes Santo cuando atronó Bruselas, y de nuevo la muerte campando por Bruselas, por Málaga, por el mundo. No se puede entender el odio, pero es que muy probablemente aquí ande uno en otros quehaceres, en otras tareas, y meterme en la sesera de un psicópata me resulte imposible.
Como en el poema que atribuyeron a Brecht, y que Brecht nunca escribió: «Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.». Hay lunes en que se abre el periódico y viene uno, como Pablo Neruda, a cansarse de ser hombre. Era Martes Santo y supe que la mitad aproximada de mis mejores amigos andaban por Bruselas malviviendo, en una buhardilla en la que nunca faltó la banderola del Málaga C. F.
Sabrás, lector, que hemos resucitado en lunes, que eres objetivo del mal, que vivirás con la culpabilidad de ser libre y de ejercer como tal. La primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Quizá sí, quizá con lirios rojos en el césped y un fuerte olor a muerto.
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Algo, no obstante, tiene que resucitar. Seguro.
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