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A CADA UNO LO SUYO

La noche de los generales

PEDRO MORENO BRENES

Lunes, 13 de julio 2015, 12:56

Omar Sharif, el enigmático egipcio que era capaz de llenar la pantalla en las dunas del desierto o en la Gran Rusia, ha muerto. Se sabe que en sus últimos años convivió con ese colador de recuerdos que es el mal de alzhéimer. Es una ocasión de oro para repasar sus películas, y entre ellas en 'Doctor Zhivago' tiene una interpretación magistral, pero me quedo con su papel de Mayor Grau en 'La noche de los generales' (1967), donde su director, el ucraniano Anatole Litvak, consiguió un elenco diverso de perfiles humanos con el acierto de ponerles las caras más adecuadas.

La película lleva al cine la novela de igual título de Hans Hellmut Kirstes y arranca en la Varsovia de 1942 cuando el cuerpo, destrozado con ensañamiento, de una mujer es encontrado en su apartamento y un asustado testigo confiesa a los policías alemanes que no pudo ver la cara del autor del crimen pero sí la raya roja del pantalón de su uniforme, algo que lo identifica como un general alemán. Un investigador del servicio de información interna del Reich, el mayor Grau, asume la investigación y tres generales alemanes destinados en Varsovia están en su punto de mira, dos de ellos, Gabler y Kahlenberge, reflejan el pragmatismo de aprovechar el momento, vivir de miedo y usar a sus soldados como piezas de un juego donde sus muertes les importa un bledo, algo que no les impide adaptarse a nuevos tiempos participando en el atentado contra Hitler aunque procurando dejar el menor rastro posible. El tercer general, Tanz (Peter O'Toole), es un asesino que arresta a su ayudante por tener las uñas sucias pero llena las suyas de las tripas de las mujeres asesinadas. Es un matarife a gran escala que hace trabajo al por menor en sus horas de permiso. Estremece la escena donde O'Toole, en la piel del psicópata Tanz, se queda mirando fijamente el autorretrato de Van Gogh y parece que descubre su propia locura.

La decencia, entre tantos cínicos y asesinos, la representa el tozudo policía que persigue a sus superiores hasta París, sus nuevos destinos, reclamando la colaboración, ante un nuevo asesinato, del inspector Morand (colaborador secreto de la Resistencia), que prosigue sus pesquisas años después en honor de su respetado colega alemán, el mayor Grau, autor de una frase de la película que resume el mejor Derecho procesal: «La Justicia es ciega... y no se detiene frente a una franja roja o un galón dorado. Tiene más en cuenta el grito de una mujer asesinada».

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