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Ángel Hernández, junto a su esposa, María José Carrasco, postrada por la enfermedad en un sillón. :: Mediaset

Un hombre ayuda a morir a su mujer, enferma terminal

Ángel, que quedó en libertad anoche, administró un fármaco letal a María José, que sufría esclerosis múltiple desde hace 30 años

MIGUEL ÁNGEL ALFONSO

MADRID.

Viernes, 5 de abril 2019, 00:06

«¿Sigues con la idea de que quieres suicidarte?». La voz de Ángel Hernández, de 70 años, suena cariñosa en un vídeo, pese a la gravedad de sus palabras. «¿Quieres esperar?», le vuelve a preguntar a su mujer, María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple desde hace 30 años, en situación terminal y totalmente dependiente de los cuidados de su marido y de la morfina que este le administra para paliar su dolor. Ella responde a duras penas con un hilo de voz: «No, que sea cuanto antes». Ella lleva una década postrada sin poder moverse. El martes Ángel puso en marcha un plan que llevaba tiempo meditando, el de «prestar mis manos a María». Un plan que contaba con la expresa aprobación de ella, como demuestra el vídeo. Le administró a su esposa pentobarbital sódico, un fármaco utilizado en los países en los que la eutanasia está permitida, que ella bebió.

Ambos se miraron a los ojos por última vez y se agarraron de la mano. En esa posición permanecieron hasta que, a las 15:00 horas del miércoles, agentes de la Policía Nacional, avisados por los sanitarios del Summa, acudieron al piso del barrio madrileño de Moncloa-Aravaca donde residía la pareja y arrestaron al marido por un delito de homicidio en su variante de cooperación al suicidio, penado con hasta diez años de prisión. Anoche, la magistrada del Juzgado de Instrucción número 36 de Madrid ponía en libertad sin medidas cautelares a Ángel. El detenido reconoció todos los hechos ante la jueza.

Ángel dejó grabado todo el proceso de la ayuda al suicidio como hiciera 21 años antes Ramón Sampedro -tetrapléjico por un accidente-. La pareja había luchado hasta la extenuación por la despenalización de la eutanasia, pero el adelanto electoral y el bloqueo de PP y Ciudadanos dejó en barbecho el texto. Ángel y María se cansaron de esperar. Finalmente acabaron emulando al pescador gallego y protagonizaron el primer caso conocido -desde el de Sampedro- en el que una persona revela cómo asiste a otra para suicidarse ante la incapacidad física de la enferma para hacerlo por sí misma.

Para la asociación Derecho a Morir Dignamente resulta «inaceptable e injusto que esté castigado en el Código Penal». Lo han definido como «un acto de amor». En España, la eutanasia no está autorizada, pero la ley reconoce el derecho de los enfermos a rechazar la atención médica y expresar sus deseos en forma de testamento en vida. De hecho, tanto la eutanasia como el suicidio asistido se consideran un delito, según el artículo 143.4 del Código Penal. El rango de penas va de los dos a los diez años de prisión, aunque se prevé una notable rebaja si hay petición expresa de la víctima y padece una enfermedad grave.

Dos vidas rotas

María José Carrasco tenía 62 años. Hija de un abogado y secretaria judicial de profesión, era aficionada a la pintura y la música. Cuando le diagnosticaron esclerosis múltiple en 1989 su vida se paró y se intentó suicidar sin éxito. «No lo hagas, te queda mucho por vivir», le dijo entonces su marido. Más tarde optaron por hacer testamento vital -documento en el que un individuo explícita las instrucciones que deberán tenerse en cuenta cuando su estado de salud no le permita expresarlas a él mismo- y solicitaron la entrada en una residencia pública, algo que la administración les negó.

Por todo ello, Ángel fue transformado poco a poco su hogar para atender mejor a María. Tiró tabiques, sustituyó la bañera por un amplio plato de ducha y eliminó cualquier obstáculo, como las puertas, para que pudiera circular la silla de ruedas sin problemas. Solo quedaron en pie un piano de pared y unos caballetes con cuadros como testigos de otros tiempos más felices. A diferencia de Sampedro, la pareja no decidió grabar el vídeo para exculpar a la persona que ayudó a quitar la vida, como ocurrió con Ramona Maneiro -que acabó siendo absuelta del delito-, sino para dejar constancia de una realidad que ellos mismos denunciaban.

Ángel dejó una carta fechada el 10 de marzo en la que reconoce que «los cuidados paliativos y de buena calidad como los que ha recibido María José deben ser un derecho de todos aquellos que los necesiten y demanden, pero también tiene que existir el derecho al suicidio asistido».

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