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Le pusieron Ribero porque apareció junto al cauce de un arroyo. El podenco, de unos dos años de edad, sin chip, vivía en Guaro con ... su anciano dueño y tras fallecer este (por causas naturales) hace dos meses se quedó en la calle. Desde entonces, vagaba por los alrededores de su antiguo hogar, donde un joven le llevaba comida. Hasta que, con la ayuda de voluntarios, consiguieron cogerlo y fue trasladado al Refugio de la Sociedad Protectora de Animales, en la zona de La Virreina de la capital.
Pero su estancia duró poco. Entró el 5 de febrero y el día 7 ya no estaba en el chenil. Se había escapado tras saltar una valla de dos metros. Lo que nadie se podía imaginar es que Ribero iba a aparecer de vuelta en su hogar el 18, esto es, once días después. Había recorrido unos 50 kilómetros, atravesando carreteras con mucho tráfico y caminos, hasta llegar al mismo sitio donde fue localizado por primera vez.
«En los pueblos hay muchos animales que están acostumbrados a entrar y salir libremente de las casas, pero cuando murió su dueño la primera intención fue rescatarlo y buscarle un hogar», explica Carmen Manzano, presidenta de la entidad. No le extraña esta habilidad, tratándose de un podenco: «Tuvimos otra que se llamaba Campanilla y que trepaba por las rejas», sonríe.
Visto lo visto, han cambiado de estrategia. «Puesto que allí se encuentra seguro, el chico que le estaba cuidando lo va a seguir haciendo, para que coja confianza e intentar que se acerque voluntariamente, porque está claro que no se va a acostumbrar al Refugio, y si lo metemos en una casa de acogida se va a escapar».
Este es el caso del perro recogido por la Protectora que ha llegado más lejos en busca de su hogar. Anteriormente, hubo otro que vivía en Campanillas con una señora mayor. Al fallecer esta, fue dado en adopción a otra familia de la capital, pero se escapó y apareció en su primera casa.
Manzano hace un llamamiento a alguna familia que tenga una finca o una casa grande vallada, con otros canes, una manada en la que Ribero se pudiera integrar, y que quiera hacerse cargo de él. «Es un animal que necesita estar al aire libre, sería lo ideal».
A la luz de este caso, la líder animalista llama la atención sobre la «lealtad, fidelidad y cariño» que muestran los animales de compañía de las personas que han perdido la vida durante la crisis del coronavirus. Y es que desde el inicio de la pandemia están llegando al Refugio muchos perros y gatos que se han quedado 'huérfanos' tras el fallecimiento de sus propietarios, con frecuencia personas que vivían solas.
Al tiempo, pone de relieve la importancia de los controles que la ONG lleva a cabo a la hora de seleccionar a las familias adoptivas: «Nos llaman radicales, pero es que no es lógico que una persona muy mayor adopte a un cachorro. Por eso, buscamos que el perro esté adaptado al horizonte de vida de la persona con la que va a convivir».
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