
Dio sus primeros pasos como notaria en Villamañán, un pequeño municipio leonés de apenas mil habitantes, donde el escaso volumen de trabajo apenas le daba ... para mantenerse. Han transcurrido 28 años desde entonces, varios destinos rurales más y una experiencia de siete años en una notaría de primera en su Badajoz natal. Así habría culminado su periplo profesional, porque, tras aprobar unas duras oposiciones, los notarios empiezan su carrera en plazas de tercera (municipios con menos de 18.000 habitantes), por población y volumen de trabajo, y van ascendiendo hasta terminar en capitales de provincia.
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Pero Florencia Tejeda (Badajoz, 59 años) descubrió que aquello no era lo suyo y que su sitio como notaria estaba en el mundo rural. Además, ya sin ataduras familiares, tomó distancia con su Extremadura de origen y decidió emprender una nueva vida en Andalucía, concretamente, en Málaga, «por su clima y calidad de vida». Primero fue en Colmenar, donde estuvo cuatro años (2015-19) y, desde hace dos, es la notaria de Alameda. «La mayoría trata de mejorar ganando más dinero y trabajando más, pero yo creo que cuando tienes tus necesidades cubiertas, se pueden buscar otras cosas. Una notaría rural tiene sus ventajas: se controla mejor el trabajo, el contacto con los clientes es más cercano y hay menos abogados intermediarios entre cliente y notario», apunta Tejeda.
Pero las notarías pequeñas también tienen sus inconvenientes, porque estos fedatarios públicos tienen consideración de funcionarios, pero a todos los efectos funcionan como profesionales autónomos y asumen todos los gastos de alquiler, seguros sociales y nóminas de sus trabajadores, así como gastos de luz y agua. «Las notarías rurales son pequeñas empresas con el personal justo y necesario en cada momento, difícil de sustituirlo en caso de baja», apunta Tejeda, quien aún recuerda cuando trabajaba en Colmenar y su único oficial cayó enfermo: «Me tiré tres meses trabajando como una negra», subraya.
Da fe de ello también María del Pilar Trujillo (Álora, 44 años), actualmente notaria de Colmenar. Hija de juez (su padre se jubiló como magistrado del Tribunal Supremo), agradece aquella advertencia que le hizo el secretario de sus oposiciones: «Pilar, aprende a hacer de todo». Lo que nunca imaginó es que fuera tan pronto y tan literal. En su primer destino, en Ugíjar (Granada) hace 12 años, y con un solo oficial que tuvo que ser operado de urgencia, se vio de la noche a la mañana cogiendo el teléfono, atendiendo a los clientes, escaneando los DNI, tomando datos, redactando escrituras, imprimiéndolas, haciendo las copias, remitiéndolas a la Junta de Andalucía e invitando a los clientes a entrar al acto notarial, donde ya procedía a la lectura de la escritura y a la rúbrica.
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Asumir la multitarea o perecer. Ese es el mantra de los notarios rurales, que en la provincia de Málaga son en total 12 (seis mujeres, cuatro hombres y dos plazas que están actualmente vacantes en Archidona y Alcaucín), la provincia andaluza con menos fedatarios en el ámbito rural junto con Cádiz, que tiene 11, según el Consejo General del Notariado. El mayor número se concentra en las provincias de Córdoba y Jaén, con 28 en ambos casos. En total, en Andalucía, hay 476 notarías (173 mujeres y 303 hombres), de las que 91 están en Málaga (21 mujeres y 67 hombres, más tres vacantes).
Pero, la labor de los notarios rurales no se limita a las funciones de escribanos y su imagen dista de aquella presente en el imaginario social de profesional entrado en años y distante. «En el pueblo y en otros municipios de alrededor todo el mundo me conoce, me preguntan siempre por mis hijos (acaba de ser madre de mellizos y tiene otro de corta edad) y el trato es siempre cercano y cordial», expresa Ana Isabel Quero (Málaga, 37 años), notaria de Teba desde hace seis años. «Esa confianza que se crea, nos permite asesorarlos de forma más personalizada. En muchas ocasiones, hacemos de confesores y de psicólogos», confiesa Quero.
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Todas coinciden en que sus clientes son personas respetuosas, nada exigentes y muy agradecidas. No hay etiquetas ni convencionalismos sociales. Lo mismo una clienta se levanta, tras una adjudicación de herencia, y le da dos besos a la notaria en plena pandemia de coronavirus, tal y como le ocurrió a Pilar Trujillo a dos semanas del estado de alarma, como se empeñan en dejar una propina por una simple consulta, como le pasó a Florencia Tejeda.
Recuerda esta notaria que, en una ocasión, un señor mayor que había acudido a ella en reiteradas ocasiones para que le asesorara en la realización de un testamento insistió en regalarle 500 euros. «Tuve tal cargo de conciencia, que acabé donándolos».
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Otras veces, la visita a una finca para comprobar unos linderos acaba en una situación comprometida para la notaria. Así lo vivió Pilar Trujillo cuando al preguntarle los propietarios si le gustaban las coles, la invitaron a que cogiera ella misma las que quisiera de su huerto. «Posteriormente, fui a otra propiedad que tenían chivos y me pasó algo similar, aunque en esta ocasión, evité el compromiso y dije que no me gustaba ese tipo de carne», bromea Trujillo.
El trabajo de estos notarios rurales se centra en parcelaciones en terrenos rústicos, testamentos, herencias, compra-ventas y, sobre todo, en inmatriculaciones (fincas que nunca han estado inscritas en el Registro de la Propiedad y carecen de escrituras). «Es habitual que acudan a la notaria a lo que ellos llaman 'arreglar los papeles' para sus hijos. Quieren vender y a veces solo traen un recibo de la contribución para acreditar que la finca es suya, sin saber que ese documento no da la propiedad», aclara Ana Isabel Quero, quien, aunque tiene despacho en Teba, también se desplaza a Cañete la Real y a Almargen cuando algún cliente no puede desplazarse hasta la notaría.
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Cada vez son más los vecinos de estos núcleos rurales que quieren dejar bien atado su patrimonio para que sus descendientes no tengan problemas cuando ellos falten. El compromiso que antes se adquiría con un apretón de manos y perduraba para toda la vida ahora requiere, cada vez más, de un notario que lo certifique. Aún así, hay costumbres, «como llevar el taco en el bolsillo», que no se pierden. «He visto a clientes traer 200.000 euros a la notaría para formalizar una compra-venta y verme obligada a advertirles de una multa del 25% del pago hecho en metálico del que responden solidariamente comprador y vendedor. Aunque son situaciones cada vez más excepcionales, recientemente he tenido que instar a algún cliente a ir al banco a hacer una transferencia o a traer un cheque para que haya un justificante del pago», relata Florencia Tejeda.
Su condición de mujer nunca ha supuesto un problema para ellas, aunque guardan en su memoria mil y una anécdotas, desde dirigirse al oficial siempre, pese a ser ellas las que hablaban, a confundirlas con la mujer del notario o, incluso, su hija. «Tras leerle a una familia una escritura, me preguntaron que cuándo iba a llegar el notario para la firma», rememora Florencia Tejeda de sus años destinada al municipio pacense de Montijo.
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Y es que cada vez son más las mujeres que acceden a esta profesión y así lo avalan las estadísticas. De los 91 nuevos notarios (12 en Andalucía) que superaron entre marzo de 2019 y enero de 2020 los cuatro ejercicios de la oposición, 55 son mujeres y 36 hombres. La mayoría empezará su carrera en una notaría de pueblo. No ganarán para hacerse ricos en dos días pero, como sostienen Florencia, Pilar y Ana Isabel, la calidad de vida que encontrarán no tiene precio.
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