Llega la procesionaria: qué debes saber ante las picaduras de esta peligrosa oruga

Los pelos punzantes de este insecto suponen su método de protección contra los depredadores y contienen toxinas que pueden producir problemas en la piel, los ojos y las vías respiratorias, especialmente en niños y perros

Sábado, 17 de marzo 2018, 01:13

Las primeras plagas de procesionaria se han adelantado a la primavera y ya han hecho acto de presencia en diversos puntos de la provincia de Málaga. Tras alimentarse durante meses en los árboles, estas orugas descienden al suelo en procesión, de ahí su nombre, y su veneno resulta peligroso para bebés y niños pequeños y mortal para los perros y otros animales. Veterinarios y empresas de control de plagas coinciden en advertir sobre el riesgo «serio» que puede suponer la procesionaria, ya que cada uno de estos insectos dispone de unos 500.000 pelos venenosos en forma de imperceptibles dardos o flechas. Su diminuto tamaño y la posibilidad de que se desprendan con facilidad aumentan el riesgo de urticaria e inflamación no sólo por contacto directo sino también vía aérea.

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Aunque es una plaga bastante conocida, sobre todo desde hace algunos años, hay varias peculiaridades y recomendaciones aún ignoradas por la mayor parte de la población. Su nombre científico es thaumetopoea pityocampa. Suele hacer sus nidos en los pinos y se alimenta de agujas y brotes. Cuando adquieren condición de plaga son capaces de dejar un panorama desolador de pinos esqueléticos y enfermos. Sin embargo, aunque el efecto visual es muy dramático, muchos de estos árboles volverán a brotar incluso con mayor fuerza. Los riesgos, sin embargo, aumentan cuando estas orugas o sus pelos entran en contacto con niños o animales.

Los pelos punzantes de la procesionaria suponen su método de protección contra los depredadores y contienen toxinas que se liberan cuando penetran en la piel, pudiendo producir distintas patologías como la afección cutánea, que se manifiesta normalmente como urticaria y dermatitis. Los pelos también pueden clavarse en los ojos, irritándolos, y penetrar por vía respiratoria, con posibles reacciones anafilácticas. Aunque las lesiones que producen no suelen ser graves en la mayoría de adultos, el dolor y el escozor deben tratarse con prontitud, con especial atención en el caso de padecer alguna alergia.

El mayor problema reside en los efectos de estas orugas sobre los más pequeños, a quienes a menudo llama la atención la forma de procesión que toman estos insectos. Resulta recomendable ayudar a los niños a identificar este tipo de orugas mediante imágenes y advertirles sobre la importancia de no acercarse a ellas para prevenir el contacto. También los bolsones de procesionaria, que tejen las propias orugas, son muy llamativos por su color blanco y por su tamaño, que puede superar los veinte centímetros. Los síntomas de picadura en los niños varían desde ronchas rojos en cuello, brazos, piernas y torso hasta irritación en los ojos o, con menos frecuencia, inflamaciones en las vías respiratorias. En este último caso hay que acudir inmediatamente a urgencias.

Con los perros ocurre algo similar que con los niños; por su curiosidad tienden a acercarse a estos pequeños animales, de modo que el riesgo de contacto es bastante alto. En cuanto a los síntomas, hay que prestar especial atención a la inflamación de labios y boca. Tras una picadura, los perros suelen rascarse y babear exageradamente, además de presentar otros síntomas más evidentes como vómitos y un cambio de color verdoso en la lengua. Este aspecto puede avanzar hacia un tono negruzco, propio de la necrosis. También puede producirse asfixia si el veneno ha llegado al tracto respiratorio o los bronquios. En caso de detectar algún síntoma, debe acudirse de forma inmediata al veterinario para tratar posibles efectos. También pueden aplicarse pomadas corticoides o antihistamínicas y frío para disminuir el efecto alérgeno.

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¿Por qué hasta hace algunos años apenas sabíamos nada de la procesionaria? Según los expertos, el avance de la oruga procesionaria en los últimos cuarenta años se ha visto favorecido gracias al calentamiento global, ya que se trata de un insecto que huye de los niveles elevados de humedad. De hecho, las larvas aparecen durante el primer cuatrimestre del año, entre enero y abril, a medida que las temperaturas medias empiezan a subir tras el invierno, y dependiendo de la zona. En comunidades autónomas como Andalucía son más frecuentes y suelen aparecer desde enero mientras que en el interior y el norte las primeras apariciones se retrasan hasta marzo o abril.

Entre las armas para acabar con estos insectos figura la eliminación a través de balines insecticidas y otros medios físicos o químicos del bolsón, o bien su perforación directa. Al someterse a una climatología adversa, las larvas mueren. Como medida preventiva, también se utilizan las trampas de feromonas para el monitoreo y control de las poblaciones de estas orugas. Los ayuntamientos suelen realizar labores de prevención en zonas públicas. En el caso de urbanizaciones o comunidades de propietarios privadas, hay que asegurarse de que la empresa elegida para atajar el problema esté inscrita en el registro oficial de establecimientos y servicios plaguicidas.

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