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Un viaje a Ámsterdam con sus amigos de toda la vida le abrió los ojos. Tras patearse la ciudad durante todo un día andando, su cuerpo le dijo basta. Fue la primera señal de auxilio. No hicieron falta más. «Me empecé a sentir tan mal y tan cansado que al día siguiente no podía moverme. Tuve que quedarme en el apartamento cuando lo que me apetecía era seguir disfrutando», recuerda David Pajarón. De eso hace ya seis años. Ahora, echa la vista atrás y confiesa que se siente otra persona. Esa fecha marcó un punto de inflexión en la vida de este malagueño de 34 años, del barrio de Huelin, concretamente. Hacía tiempo que su peso había traspasado todas las líneas rojas, pero nunca reparó en el momento en que su obesidad se convirtió en mórbida. «Cuenta mi padre que fue a raíz de la muerte de mi hermano por leucemia, pero yo no soy consciente de eso», aprecia Pajarón.
Dice que siempre fue un niño «gordito», pero que tuvo la suerte de rodearse de «buena gente». Nunca se sintió despreciado por su aspecto físico y creció feliz, muy feliz, aunque aventura cuánto más podía haberlo sido de no haber tenido que sacrificar otras experiencias por su sobrepeso. «Cuando uno tiene obesidad mórbida, se acostumbra a tener que pedir ayuda para encontrar un asiento cómodo en un avión, a dar por hecho que no puedes subirte en ciertas atracciones de la feria o algo tan básico y vital como correr detrás de tus sobrinos», apunta.
Por eso, tras volver a Málaga, este «ex obeso mórbido», como él mismo se describe en su perfil de Instagram, decide poner pie en pared y coger la riendas de su alimentación desbocada para intentar cambiar su vida. En paralelo, abre una cuenta en esa red social, donde paradójicamente abundan los perfiles de vidas artificialmente ideales que no representan en ocasiones a las personas que las proyectan, tal y como ha revelado recientemente un informe interno de Facebook sobre sus efectos adversos sobre los usuarios.
Lo hizo a modo de diario, para recordarse a sí mismo lo que le gustaría conseguir: «Así, en caso de olvidarme o darme por vencido tendría un lugar a donde acudir», relata. Pero la respuesta que recibió fue inesperada. No le faltó nunca el cariño y el apoyo fue constante (roza los 9.000 seguidores), «puedo contar con los dedos de una mano los comentarios negativos», afirma, aunque lo que más valora es que otros usuarios hayan seguido su ejemplo. Sus mensajes en positivo y sin paños calientes fueron calando en una parroquia cada vez más enganchada a las homilías de superación, cruda sinceridad y sentido del humor de este malagueño convertido, sin pretenderlo, en una especie de 'coach': «Lucha por convertirte en quien quieres ser o asume quien eres», repetía periódicamente. Sin pelos en la lengua relataba su día a día, como en sus inicios cuando tardaba 45 minutos en hacerse un desayuno: «Con lo fácil que era tomarse un puleva de vainilla y un bollycao», deslizaba en su perfil. Ese día tomó pancakes con aguacate y salmón, batido de espinacas, tomates, zanahoria, melón y chía. Además de una infusión de te verde y cola de caballo. Nada que ver con su vida anterior.
David Pajarón llegó a pesar 273 kilos, aunque cuando en 2015 inició su particular catarsis, pesaba exactamente 223. Al principio, tuvo que recurrir a dos básculas para poder pesarse: «el máximo eran 180 kilos». Pero en 14 meses logró perder 100, «una auténtica locura», se congratula. Lo logró de forma «natural y autodidacta», aunque reconoce que siempre es más fácil cuando alguien te marca el camino, ya sea nutricionista, endocrino o entrenador personal. Y en esa aventura en solitario, pocos secretos: «Mi principal clave para perder peso siempre ha sido ser honesto conmigo mismo, saber que tenía un problema de alimentación y que si estaba obeso era simplemente por llevar una vida sedentaria y no hacer una dieta saludable. Pero, sin mi familia y amigos, no habría podido superar este problema».
Una vez identificado, sabía que cualquier cambio que hiciera en su alimentación mejoraría su salud y condición física. Eliminó la ingesta de azúcares, harinas y fritos, y caminaba seis kilómetros diarios, muchas veces con rumbo al mirador de Gibralfaro, «el mejor lugar del mundo». Cuando comenzó a hacer deporte tardaba más de 15 minutos por kilómetro, a los cuatro meses ya los hacía en apenas nueve minutos. En un año ya estaba corriendo una carrera de 10 kilómetros y después se engancharía al crossfit.
Actualmente, pesa 122 kilos y recibe ayuda de un nutricionista en Madrid. Hace cuatro comidas al día (le encanta la lasaña), dos fuertes y dos ligeras donde nunca falta la fruta y algún fruto seco. ¿Su mayor renuncia en todo este tiempo? «La de todos, la comida. Amo comer», confiesa sin rodeos.
Con su 1,91 de altura, su objetivo es quedarse en 103-104 kilos una vez logre quitarse los 8 o 9 kilos de piel sobrante. Para eso habrá que pasar por quirófano, algo que podrá hacer cuando su economía se lo permita. En cualquier caso, reitera que el peso nunca le ha obsesionado y que su principal razón para perder peso siempre fue sentirse mejor cada día. «Hoy puedo hacer muchas cosas que personas más delgadas no pueden hacer».
Y en su caso no fueron solo palabras. Tras liberarse de los primeros 100 kilos, la confianza en sí mismo «se disparó». Una década después de dejar los estudios, los retoma matriculándose en la Escuela de Hostelería de La Cónsula. Con su título bajo el brazo, se vuelca en el idioma, «siento que para ejercer bien mi profesión necesito hablar inglés perfectamente». No lo había logrado aún cuando buscando empleo por Internet cae en sus manos una oferta de trabajo para un puesto de asistente de camarero en Disney Cruise Line. Pese a la dificultad de tres entrevistas en inglés, supera la prueba. Hoy atiende a SUR desde el mar Caribe, donde navega a bordo del crucero Disney Dream. Allí ha descubierto que los sueños también se cumplen en la vida real.
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