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Muchas veces no se valora algo hasta que se pierde. Y Málaga perdió hace medio siglo al mejor encargado de dar las horas en la Catedral. Los engranajes de una máquina que pesaba en torno a una tonelada se movían de forma precisa para no retrasarse ni adelantarse lo más mínimo. Era un Losada y logró hacer frente durante casi 100 años a los rayos que lo atravesaban y herían con cada tormenta. Había nacido para ser 'inmortal', pero requería muchos cuidados. El relojero, que vivía en la torre de 'La Manquita', tenía el cometido de velar por su salud. Manuel Roldán, que cobraba un sueldo de 30 pesetas, era el encargado de vivir allí y de subir cada día para engrasar y revisar la maquinaria.
Pero la suerte del Losada se vio truncada en 1973. “Nos convencieron para vendernos un reloj y dejamos a un lado esta joya”, recuerda Fernando Ramos, aparejador de fábrica en la Catedral. Pero antes de llegar a ese cambio, es necesario conocer la historia que se esconde detrás de sus manijas.
Corría el año 1797 cuando el pueblo leonés de Iruela veía nacer a José Rodríguez Conejero, quien tiempo después se cambiaría el apellido por Losada. Abandonó España, según algunos por una conspiración liberal contra Fernando VII, y se dirigió a Inglaterra, donde se casó con Hamilton Ana Sinclair, viuda de un relojero que aún mantenía la empresa. Allí, abrió un establecimiento bajo su apellido, en el 105 de Regent Street. La trastienda del local, conocida como 'La Tertulia de Habla Española', comenzó a ser frecuentada por pensadores y personas relevantes de la época, como el General Prim o José Zorrilla, quien le dedicó un poema. Su fama comenzó a despuntar y su pericia como relojero también, aunque existe una historia gris en torno al personaje.
“Losada hizo lo que hicieron muchos relojeros a partir de 1700, cuando la Casa Real se desentendió y España empezó a importar. La mayoría de relojeros con esa tecnología no eran españoles y Losada importó, pero no fabricó la tecnología, por lo menos en los relojes de torre”, explica Rosa María Villanueva, miembro de la Asociación para la Defensa del Patrimonio: Relojes de Torre.
Dejando a un lado si Losada fabricó el reloj o si por el contrario se dedicó a poner su marca en encargos realizados a terceros, como la empresa Gillet & Johnston, la máquina lleva su nombre y así se conoce. El éxito de este arquitecto de los mecanismos llegó hasta tal punto de ser nombrado relojero cronometrista de la marina militar y del rey, además de recibir la medalla de Caballero de la Orden de Carlos III.
En 1865, el reloj que hoy luce la Puerta del Sol, fue donado a la Villa de Madrid por Losada. Tres años después, al Cabildo de la Catedral de Málaga llegaban las quejas por los fallos del reloj que había por aquel entonces y el empresario Juan Larios Herreros decidió actuar en consonancia. “Había un reloj de Losada parado en el puerto franco de Cádiz que iba para Venezuela, pero al no haber sido pagado, Larios lo compró y lo donó a la Catedral”, explica Ramos, aunque otros comentan que directamente el empresario se lo encargó al relojero.
Fuera como fuera, el 6 de diciembre de 1869 las campanas de 'La Manquita' comenzaron a sonar diferentes. “Es un reloj más especial que el de la Puerta del Sol, ya que su sistema de escape es de gravedad y tiene dos áncoras en lugar de un solo péndulo. Hay muy pocos relojes fabricados de esta manera. Además de este tenemos el del Colegio Naval de San Fernando en Cádiz y el Big Ben de Lóndres”, explica el relojero malagueño Germán Gil.
El Losada requería de gran mantenimiento, sobre todo porque debido a su peso, al estar sobre un suelo de madera este cedía y eso repercutía en su funcionamiento, al igual que los cambios de temperatura o los rayos que sobre él caían en las fuertes tormentas. Estos fallos llevaron a que en 1944, el Avisador Malagueño publicara un artículo bajo el titular “En 24 horas el reloj de la Catedral se ha parado cinco veces”, según recoge Mª Victoria Campos en su investigación 'Matizaciones en torno a un reloj'.
Manuel Roldán de Gálmez, que se había encargado de su mantenimiento, contestaba a los dos técnicos del momento: “El reloj es único y durante los cuarenta años que ha estado bajo mi custodia jamás se ha atrasado o adelantado. Es de unas características tales que siempre que esté en marcha es para funcionar bien. Las interrupciones de estos últimos días son rarísimas”. Además, en una carta enviada al Cabildo, le explicaba que las apreciaciones 'equivocadas' de los dos técnicos eran perdonables ya que al ser un reloj tan especial, era muy difícil realizar un correcto mantenimiento. Gil, en perspectiva, explica que uno de los problemas que se dieron es que se “tendía a poner más peso con el objetivo de evitar las interrupciones, pero en realidad, eso era contraproducente para el reloj”.
Las críticas y fallos se fueron dando de forma constante durante años, hasta el punto de que en julio de 1954 llegaron a sonar hasta 57 campanas seguidas. Al final, se decidió cambiar por otro, aunque según Villanueva la elección no fue acertada: “Se quitó el Losada que era mucho mejor reloj, en lugar de repararlo, y se puso el Viuda de Murua”.
Desde 1973 hasta 2006, el Murua se encargó de recordar a los malagueños la hora, pero la tecnología avanzó y se terminó cambiando por uno electrónico. Ahora, los grandes engranajes de metal han dejado paso a pequeños relojes que son movidos por un sistema de automatismos que nada tienen que ver con sus predecesores. El gran torreón sigue sonando con la misma fuerza, pero en su interior, el corazón de metal ha disminuido.
Mientras tanto, en una de las capillas de la Catedral de Málaga sigue esperando regresar a la vida el majestuoso reloj que fue donado por Larios. “¿Veremos algún día al Losada sonar en la otra torre de la Catedral?”, se pregunta Gil desde el campanario de La Manquita.
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