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Pedro Luis Gómez
Domingo, 5 de marzo 2017, 00:48
SUR.es inicia hoy una serie de reportajes publicados en SUR sobre temas de interés general y que han sido vividos en primera persona por decenas de miles de malagueños, pero que otros tanto solo habrán oído hablar de ello. Aquí se repondrán los reportajes tal cual, sin añadir ni quitar una coma, bajo el título genérico de Historias de nuestra historia.
Por ella han pasado reyes, ministros y embajadores. En sus buenos tiempos llegó a tener cincuenta ventas. Bandoleros de cierta fama escogían sus lomas para escapar de la justicia. En tiempos más modernos era un continuo bullir, con idas y venidas de coches, camiones y autocares. Sus curvas eran tan famosas como temidas por los automovilistas, y al bajar por la carretera se veía a Málaga aparecer y desaparecer. «Vista y no vista bajando por la Cuesta de la Reina, aquí te pilló y aquí te escapas, plana y tendida, rodeada de montes moscateles, con los pies en el agua y la cabeza a pájaros de Gibralfaro», en palabras de Manuel Alcántara.
Hoy, la Cuesta de la Reina, la carretera de los Montes, tan popular como antigua, es una zona muerta desde que en 1973 se inauguró la carretera de las Pedrizas, nueva variante de acceso y salida de Málaga, obra necesaria como pocas pero que también tuvo sus costos: la muerte de otra carretera. De la vieja, popular, temida, nostálgica y romántica carretera de los Montes, que hoy ve cómo se ha convertido en auténtica pieza de museo, con la soledad como testigo, el abandono como norma y la añoranza de otros tiempos, cuando por ella circulaban espléndidos carruajes con reyes, ministros y obispos, industriales y generales. Hoy apenas unos cuantos cortijeros, otros despistados y algunos turistas circulan por ella.
La carretera de los Montes vio cómo de golpe y porrazo quedaba degradada en un santiamén. De carretera nacional pasó a comarcal, del bullicio al olvido. La variante, sin curvas ni «caracoles», también con ventas y gasolineras, le dio la puntilla. Hoy apenas quedan quince o dieciséis ventas que se mantienen firmes con su bagaje de historia a las espaldas esperando que vengan mejores tiempos, que no todo quede encuadrado en una excursión de domingo o en una cacería en época de veda. La que otrora fue una carretera llena de vida y bullicio hoy es una carretera muerta, con inequívocos síntomas de abandono y agonía. «Antes afirman sus convecinos, venteros y cortijeros había que esperar media hora para poder cruzar. Hoy esa media hora quizá se quede corta para ver pasar tres coches seguidos». Baches, maleza en los arcenes, gasolineras cerradas, ventas semiderruidas, escombros en sus laterales. La carretera de los Montes se ha convertido en algo así como en una especie de museo natural, donde solo quedan sus bellas panorámicas de una Málaga que crece, que ya no es lo que era. Ventas como Galwey, La Nada, El Mirador, El Boticario son historia viva, una historia que se mantiene y que mantiene a una carretera olvidada por las más recientes generaciones de malagueños que apenas si habrán pasado por ella o sabrán de su existencia. El Mirador María Gaspar regenta con su familia la venta El Mirador.
Ella pertenece a una familia cuyo trabajo siempre ha sido, desde hace tres generaciones, el mismo. «Los días laborables esto está muy mal afirma. Solo los domingos se anima algo la cosa, aunque no se nota en todas las ventas, porque las que están más arriba ni se dan cuenta. Yo llevo aquí veinte años. El Mirador, unos 23. Antes era otra cosa, pero desde que se abrió la carretera de las Pedrizas la cosa cambió como de la noche al día. Y conste que yo soy de las personas que piensa que aquella carretera era necesaria para Málaga, que no se podía seguir con un único acceso de entrada y salida, pero también hay que reconocer que es una pena que esta carretera esté tan olvidada, que mucha gente la haya olvidado».
María Gaspar tiene una memoria prodigiosa. Cuando hablamos con ella está su sobrino Francisco Hernández, quien le echa una mano en la venta El Mirador, una venta que, como su nombre indica, tiene unas bellísimas vistas de Málaga, de la Costa del Sol y, en los días claros, «hasta de la costa de Marruecos». «Yo aquí he visto pasar hasta coches de caballos. Recuerdo cuando subieron los primeros coches, los de Gaspar, Mateos y Castillo. Una de las primeras ventas que hubo fue la del Merendero, que la puso mi padre, y mi madre se pasó a la de Juan Cachorreña, hoy venta Bartolo, que la regenta mi hermano, Bartolo Gaspar. También era de mi padre la venta Santa Isabel».
María Gaspar recuerda con emoción aquella época, pero ella no se queja de la nueva carretera. «Era lógico que se abriese otro acceso», pero también afirma que se podía cuidar un poco más la carretera de los Montes, buscar algún tipo de atracción para el turista, para que el ciudadano fuese a ella. «Los domingos y festivos es cuando se anima algo esto agregay aún así hay que estar todos los días pendiente, al pie del cañón quince o dieciséis horas para poder sacar algo. Y conste que nosotros, afortunadamente, tenemos una buena clientela, pues todavía recibimos turistas de Marbella, Fuengirola y Benalmádena». «Cuando inauguraron la carretera de las Pedrizas -señala María Gaspar los tres días subía con la compra y se me cayó el mundo encima cuando comprobé la soledad de la carretera. Ni un coche, ni un alma... A los pocos meses, el MOPU puso unos carteles indicadores de zona turística, con vistas, y la cosa varió un poco. Se animó algo más, pero nunca volvió a ser lo que fue».
Los tres siglos de la venta Galwey
La venta Galwey, situada a veintiún kilómetros de Málaga, es sin duda la venta más antigua de la carretera de los Montes. Desde hace treinta y dos años es regentada por la familia de Eugenio Muñoz, pero ya en mapas de la Málaga de hace tres siglos, cuando se ensancharon los caminos de herradura para dar paso a los carruajes, hay noticias de la venta Galwey, tradición y solera, que era además la primera posta de la diligencia Málaga-Granada Madrid: «Después estaba la parada de la venta Alfarnate y seguía para arriba». María del Carmen Martín y Eugenio Muñoz hijo señalaron que «esto ya no es ni la cuarta parte de lo que era antes. Es una carretera muerta, que se ha venido abajo por completo.
No solo porque ya apenas si pasan coches por aquí, sino también porque la mayoría de los cortijeros se han marchado buscando mejores sitios». La venta Galwey es original en casi todo, Üueda poco de la primogénita, de la de hace tres siglos, porque una bomba en 1936 la destruyó casi por completo, pero es toda historia. No hay luz ni teléfono. Entre el puerto del León y la venta del Pinar no hay luz eléctrica ni línea telefónica. Se han quedado poco menos que aislados de la civilización'moderna y lo que es peor, «cuando vamos a preguntar qué solución hay, nadie dice nada, nadie sabe nada». Normal. a veintiún kilómetros, en Galwey apenas sí se notan los domingos y días festivos. Y sin embargo, allí siguen con su vino de los montes, su pan cateto y su lomo en manteca. Tradición hasta los huesos. La televisión funciona con una batería de coche. El frigorífico, con butano. Arreglos caseros ante la falta de la electicidad en pleno 1984.
Venta La Nada
Por aquello de que está situada Otras de las ventas con solera y la poca circulación en la carretera permite, incluso, el paso tranquilo de las cabras sobre las tres de la tarde tradición en los Montes malagueños es la denominada La Nada, construida en 1924 por Miguel Aguilar, como reza una lápida que hay colocada en la fachada principal. Miguel Aguilar y su esposa, Sebastiana, fueron también los propietarios de otra venta popular la Santa Clara, hoy en ruinas, y que estaba frente a la también desaparecida gasolinera. María Aguilar, sobrina del fundador, es la que regenta hoy los pasos de La Nada, y memoriza también aquellos tiempos en los que los camiones se agolpaban en la puerta para tomar un «tentempié» y seguir la larga ruta.
Hoy se cuentan con los dedos de una mano los que paran, porque son muy pocos también los que pasan por allí. «Esta venta explica-- fue quemada en tiempos de la guerra civil. Posteriormente la rehicieron y ha llegado hasta hoy». Los tiempos, pues, no son los mejores. La venta La Nada, por ejemplo, está abierta por tradición más que por otra cosa. Antes era negocio, incluso era fonda, ahora solo quedan recuerdos. Volviendo a la venta Galwey, la de mayor tradición, aún quedan descendientes vivos de la familia que la construyó hace ahora siglos. Viven actualmente en Melilla, pero pasan períodos de tiempo en Málaga. «Aquí paró a tomar una copa el entonces príncipe Juan Carlos señala Eugenio Muñoz. También recuerda mi padre que una noche pararon a cenar unos señores. Posteriormente recibió una carta en la que le agradecían los servicios que habían recibido. Eran los marqueses de Salamanca».
En torno a las ventas de la carretera de los Montes existen leyendas, historias más o menos fantásticas, pero que conforman toda una tradición del pueblo. Desde aquel José María El Tempranillo que acompañaba a una de las propietarias de la venta Galwey cuando iba a pagar los jornales a los trabajadores que realizaban obras en el local, «porque iba más segura con El Tempranillo que con los guardias para evitar que le salieran al paso los bandoleros», hasta románticas historias de amor. Leyenda, historia, lo cierto es que la carretera de los Montes está ahora en sus horas bajas. Los adelantos, las nuevas vías de comunicación, los tiempos que corren han encerrado en el baúl de los recuerdos una de las vía de mayor tradición y solera de Andalucía. Hoy queda como recuerdo de tiempos lejanos, como punto de cita de algunas parejas de enamorados, para las máquinas fotográficas de unos cuantos turistas que se quedan extasiados ante las extraordinarias vistas que desde ella se contemplan, o para un día de campo, los domingos y festivos. Es el ocaso de una carretera, una carretera que ha muerto para dejar paso a los tiempos modernos.
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