
Francisco Gutiérrez
Domingo, 14 de agosto 2016, 00:06
Su primer contacto con el mar fue siendo pequeño, en su Cartagena natal. No se acuerda desde cuándo sabe nadar, pero a su memoria llegan los neumáticos de color negro de los coches o camiones que servían de flotadores. Para José Felipe Foj es difícil entender la vida sin el mar: toda su vida, desde pequeño, ha estado muy ligada al Mediterráneo, que ve cada mañana desde su casa, en un sexto piso en El Palo, frente al mar.
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Sus recuerdos, en este verano en el que recorrerá el Mediterráneo a bordo de un crucero en compañía de su esposa, Concha Ortega, profesora universitaria, le llevan a aquellas playas de El Palo, cuando los chiringuitos aún se llamaban merenderos y las buenas notas del colegio tenían como premio sus primeros prismáticos. «No siempre fueron tan buenas», dice con modestia, pero con 11 o 12 años que tenía en la foto fue un regalo que le amplió los horizontes y los utilizó, y utiliza, para ver barcos en el horizonte.
Seguramente era domingo y paseaba junto al mar en familia, antes de almorzar en los históricos Casa Pedro o El Chanquete. No entiende su vida lejos del mar. Incluso las vacaciones de este verano han sido muy marineras, un crucero por el Mediterráneo con su esposa, además de un viaje por Alemania
Paquito es el nombre de la barquita donde se apoya mientras que un familiar le hace la foto que guarda con mucho cariño. «Seguramente era domingo y paseamos junto al mar en familia, antes de almorzar en los históricos Casa Pedro o El Chanquete», trata de recordar forzando la memoria.
Con su familia llegó a Málaga mediados los sesenta, procedentes de su Cartagena natal. Fueron de los que inauguraron la barriada de Portada Alta. «Eran los últimos años de La cochinita, el trenecito de carbonilla con el que desde el puerto llegábamos a las playas de El Palo y del Rincón». No estaba construido el paseo marítimo de El Palo y a los chiringuitos («término foráneo que no me gusta», aclara) se les llamaba merenderos. Para los domingueros de entonces los más conocidos eran El Chanquete, actual Tintero, y el desaparecido Casa Pedro. «En todos ellos, y según recuerdo, una parte era de construcción y otra de cañizo y las mesas estaban sobre la arena, bastante cerca del mar. Aunque más que de arena la playa era de piedrecitas muy pequeñas que se sacudían muy bien con la toalla. Otros domingos íbamos a pasar el día a la playa de La Misericordia, frecuentando el merendero Escribano.
De vez en cuando iba con su padre a La Rosaleda, cuando en el Málaga jugaban Montero. Martínez, Arias, Ben Barek,... En televisión los sábados por la tarde no se perdía Cesta y puntos y Viaje al fondo del mar, ni los domingos Bonanza. «Recuerdo que sólo había una cadena que por supuesto emitía en blanco y negro, pero a mis amigos y a mí nos tenía bastante enganchados. Era la novedad de entonces, como desde hace unos años lo es el móvil para los más jóvenes. Jugar al fútbol en un amplio descampado (que ahora ocupa el Instituto Portada Alta), a los cromos de diversas colecciones o con cajas de cerillas abiertas, a las chapas y a las bolas, completaban el tiempo que dejaban las clases y los estudios, por entonces en el Colegio Menor Mediterráneo del cercano Carranque. Guardo agradables recuerdos de las noches veraniegas de cine en el Portada Alta Cinema», recuerda.
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Por entonces la familia de José Felipe aún no tenía el 600 con el que a finales de la década «recorreríamos en familia la provincia y haríamos incursiones a Sevilla y Granada». Entonces no había autovía ni siquiera la antigua carretera de Casabermeja y el camino a Granada discurría por los Montes. Por esto «no era extraño que el coche se parara en la Cuesta de la Reina, por lo que era conveniente detenerlo unos minutos. Representativo de toda una época, con él nos desplazamos muchos veranos a Cartagena a visitar a una parte de nuestros familiares tras unas ocho horas de viaje. Otra parte de la familia residía en la provincia de Zaragoza y allí también en verano nos desplazábamos en tren. Se necesitaban dos días en ir o volver, siendo preciso hacer noche y trasbordo en Madrid. Para los chavales de los sesenta viajar era un acontecimiento», rememora.
Licenciado en Ciencias Económicas, tras un breve paso por la empresa privada se dedicó a la docencia, primero como interino y después como funcionario por oposición. Es coautor de uno de los manuales de Economía esenciales para los alumnos de primero de Bachillerato, además de otros libros de texto. Fue pionero en el uso de la red con fines pedagógicos, y www.econoaula.com fue premiada por su labor educativa en el fomento de la red. En el instituto de El Palo ha pasado 16 años y además de Economía ha inculcado a sus alumnos el amor por el mar, con una pionera escuela de remo de la que se siente muy orgulloso. «Algunos quedaron enganchados y hoy compiten en distintos clubes», dice.
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Ha participado en la directiva del Ateneo, como vocal de Patrimonio Antropológico. Ahora que tiene algo más de tiempo coordina, diseña y maqueta Cuadernos del Rebalaje, publicación de la Asociación de Amigos de la Barca de Jábega.
Muchos, días incluso en invierno, sale a la mar, solo o en compañía, en un kayak o en una barca de jábega, La Rompeola, de La Cala, con las que se reencuentra con un viejo amigo que le proporciona paz y serenidad.
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