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¿Qué hacemos con Palmira?

¿Qué hacemos con Palmira?

Los arqueólogos claman contra la rapidez con la que Occidente quiere levantar sus ruinas, en un país con millones de refugiados. «Parece que las piedras importan más que los sirios»

antonio corbillón

Lunes, 4 de abril 2016, 00:41

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Tras la liberación de Palmira de las manos de esa multinacional de la demolición de la historia que es el Estado Islámico (ISIS) el pasado viernes, el primer pensamiento del arqueólogo Miquel Molist fue para Khaled Al Assad. Entre los investigadores era conocido como Señor Palmira o el Indiana Jones sirio. Dedicó toda su vida a la ciudad y, por ser el director del sitio arqueológico, fue decapitado a los 82 años por el ISIS el 18 de agosto de 2015. Fue quien abrió para el mundo hace medio siglo aquel diamante por pulir que hasta 2010 atrajo a cientos de investigadores y disfrutaban 150.000 turistas al año.

Al Assad recibió a Molist cuando se integró en un equipo internacional que logró un permiso de excavación en 1978. «Nos enseñó la ciudad y nos alojó en la exquisita casa de arqueólogos junto al templo de Bel», recuerda este catedrático de Arqueología de la Autónoma de Barcelona. Un habitáculo que ya había inspirado a Agatha Christie durante su estancia en la ciudad para escribir Asesinato en Mesopotamia, en 1936.

Los asentamientos de toda Siria son para los expertos como las edades del hombre. Un repaso desde el origen de la escritura hasta los tiempos modernos. Y Palmira era su mejor enciclopedia de piedra. Por eso los integristas islámicos han usado su destrucción como una nueva forma de propaganda. «Quieren llamar la atención del mundo. Es una forma de venganza hacia todo lo anterior para decirnos que nos harán empezar de cero», clama Clara Sánchez, también arqueóloga y vicepresidenta de Oriens, Asociación de Estudios del Oriente Medio. Sánchez dedicó dos décadas a Siria e integró el equipo que creó Miquel Molins. El veterano experto completa el diagnóstico al considerar esta destrucción gratuita como «el deseo de justificar el conflicto Oriente-Occidente como una lucha de civilizaciones».

Desde que cayó en sus manos el 21 de mayo pasado, los barbudos de la dinamita y el pico y pala han mostrado al mundo su particular abecedario cultural. Han reducido a arenisca el Arco del Triunfo de la gran vía helenística, los templos de Baalshamin y Bel, la estatua del león alado At Lat o las torres funerarias que dominan las colinas de este oasis ubicado a 240 kilómetros de Damasco. Detrás de cada vídeo propagandístico, de sus escombros posteriores, llegaba el estremecimiento de la comunidad científica, que declaró a Palmira (Tadmor en árabe) Patrimonio de la Unesco en 1980.

Pero nada le dolió más al arqueólogo Molins que las cenizas del templo de Bel. Una construcción del siglo I antes de Cristo que, en 20 siglos, fue templo helenístico, romano, iglesia cristiana (siglos IV al VIII), luego mezquita y, después de los trabajos de Khaled Al Assad, monumento histórico abierto a todos. Presidía majestuoso el Tetrapylon, una avenida de 1.100 metros y poblada por 750 columnas. Al menos, éstas han sobrevivido milagrosamente. «Bel suponía la pervivencia de un edificio que va convirtiéndose en un símbolo y que siempre mantuvo su utilidad social», explica el arqueólogo catalán. Cuando las frustraciones por tanta destrucción y saqueo del patrimonio mundial (desde los budas de Bamiyán, a Mosul, Alepo, Tombuctú o Nínive) «te invitan a no hacer nada y dejarlo todo como está», el recuerdo de un lugar como Bel «nos exigía seguir luchando para que estos monumentos sean un símbolo útil para la concordia y no para el enfrentamiento».

Y ha tenido que llegar la liberación de Palmira para que se despliegue esa inusual fraternidad. Todo el mundo quiere ayudar aunque los primeros balances de las autoridades sirias creen que «está a salvo el 80%». Desde el presidente ruso, Vladimir Putin; la directora general de la Unesco, Irina Bokova, y el ministro de Bienes Culturales de Italia, Dario Franceschini, que habla de probar en Palmira los cascos azules de la cultura, un invento italiano de expertos civiles y militares que fue aprobado por la Unesco el pasado octubre con el apoyo de 53 países. Más descarnado muestra también su apoyo el alcalde de Londres, Boris Johnson, que cree que «restaurar la ciudad es más barato que bombardear al ISIS, y llevará en el largo plazo a la prosperidad económica y turística».

HISTORIA A SALVO

  • BIBLIOTECA DEL DESIERTO. La milicia islamista ocupó la ciudad en 2012 e instaló la sharia. Destruyeron mausoleos de peregrinación sufí. Tras la liberación fueron restaurados por la Unesco.

  • MUSEO DE BAGDAD (2003). Tras la liberación de Sadam Husein llegó el saqueo. Hubo robos de encargo por traficantes internacionales.

  • MUSEO DE MOSUL (2015). Un vídeo mostró los martillazos sobre la colección de piezas de las ciudades asirias de Hatra y Nínive.

  • CATEDRAL DE LOS 40 MÁRTIRES (ALEPO, 2015) Situada en el barrio armenio de la segunda ciudad de Siria, fue dinamitada por ISIS.

Las personas, primero

Los expertos coinciden en que «esa preocupación oficial es positiva». Pero, quienes han pasado largas campañas con la escobilla y el buril ayudados por legiones de trabajadores locales, son ahora militantes de la causa de las personas antes que la del patrimonio. «Parece que las piedras importan más que la gente. Me parece obsceno. ¿Aún no sabemos qué hacer con los refugiados sirios y ya vamos a gastar dinero en Palmira?», denuncia contundente el catedrático y presidente de la Sociedad Española de Historia de la Arqueología, Gonzalo Ruiz Zapatero.

Aún más obsceno cuando han sido los mismos civiles de Palmira quienes, antes de la invasión, salvaron las mejores piezas de su museo. Un espacio que los yihadistas han usado hasta ahora como cárcel. «Las columnatas y edificios se pueden recomponer, pero lo que había en el museo sería irrecuperable», sentencia el arqueólogo de la Universidad de Valladolid, Tomás Mañanes. Por eso y, al igual que todo lo recuperado del museo de Alepo, segunda ciudad del país, la mayoría de obras de arte están guardadas en Damasco, gracias al riesgo y el esfuerzo de docenas de habitantes del oasis de Palmira. Fue una operación que recuerda la realizada por la República en España en noviembre de 1936 para salvar las mejores piezas del Museo del Prado ante el avance de las tropas franquistas. Esos mismos habitantes se han enfrentado a los milicianos del ISIS advirtiéndoles de una posible revuelta civil si continuaban las voladuras.

Palmira es el vértigo de la historia al que se ha asomado un Occidente acostumbrado durante décadas a colonizar al resto del mundo, también desde la arqueología. Desde que irrumpieron en la zona los bulldozers, explosivos y mazas del ISIS han intentado borrar más de 2.500 iglesias, mezquitas y sitios históricos. Detener esta derrama empieza a convertirse en otro frente de guerra. A mediados de este mes de abril, la ONU celebrará la Semana del Patrimonio con la reproducción en 3D del Arco del Triunfo de Palmira en la Plaza de Trafalgar de Londres y en Times Square en Nueva York.

Los lugares destruidos son mucho más que la pérdida de señas de identidad local. La historia convertida en parque temático arqueológico ha ayudado a levantar la economía de muchos países. «Son pasados que sirven para construir su presente. Si les dejamos sin sus restos, les dejamos sin pasado. Pero también sin un trozo de su futuro», advierte Ruiz Zapatero.

La responsabilidad occidental va mucho más allá de ayudar en la reconstrucción. El museo de Bagdad fue saqueado en 2003 tras la entrada de las tropas de EE UU. El correcalles de ladrones con piezas fue cualquier cosa menos casual y caótico. «Un colega español dató hace algún tiempo varias piezas que el British Museum le compró a un marchante. Eran robadas en Bagdad», cuenta Cruz Sánchez. En Palmira esperan no tener que buscar en Londres sus raíces, como les pasa a los atenienses.

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