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La vida chula del fundador de Desigual

La vida chula del fundador de Desigual

Thomas Meyer guarda con celo casi enfermizo su vida privada. Con una empresa valorada en 2.565 millones, el dueño del cuarto gran grupo de moda español sigue yendo en bici a trabajar y nunca se pone corbata

irma cuesta

Viernes, 30 de enero 2015, 01:49

Hace unos días, un conocido periodista con el encargo de glosar la figura de Thomas Meyer envió un exhaustivo cuestionario a uno de sus jefes de comunicación. Era el enésimo intento por acercarse a un personaje que combina a la perfección un celo casi histérico por su vida privada con una transgresora forma de entender el negocio, pero el dueño de Desigual no contestó ni una sola pregunta.

De Thomas Meyer, como de Amancio Ortega o Isak Antic, se sabe el dinero que gana, los proyectos de expansión de la compañía, cada tienda que abre... o el revuelo provocado por su última campaña de publicidad. Pero casi nada sobre quién es ese señor de 55 años cuya trayectoria empresarial todos sitúan en las Islas Baleares, donde cambia los clásicos 'I love Ibiza' de las camisetas por manchas caleidoscópicas y recorta vaqueros para convertirlos en cazadoras.

Los padres de este tipo rubio, guapo y alto, nacido en Basilea (Suiza), se instalaron en Barcelona cuando él era aún pequeño y con el tiempo, como tantos otros por aquel entonces, encontró en aquellas islas el paraíso. Fue allí donde abrió su primera tienda y donde creó la marca que lo ha convertido en uno de los hombres más ricos de España. Cuentan que después haber dado salida a una partida de 3.000 vaqueros en forma de cazadoras casi sin darse cuenta, decidió arropar su proyecto con una marca; y que fue Isabel Coixet, la directora de cine, quien le propuso hacerlo bajo el nombre de 'Desigual. No es lo mismo'.

Muchos años después, 'La vida es chula' es la frase con la que el discreto empresario, amante del mar -comparte barco con un grupo de amigos con los que habitualmente realiza largas travesías-, del esquí y de la montaña, trata de insuflar optimismo a una sociedad mayormente alicaída, mientras riega el mundo con sus vestidos. Eso sí, siempre desde la trastienda.

Cuando en 2013 Desigual desfiló por primera vez en la New York Fashion Week, sin duda una de las pasarelas más importantes del mundo de la moda, todos en la casa creyeron que el responsable de semejante éxito no podría evitar un bien merecido baño de multitudes. Pero se equivocaron. Thomas Meyer ni siquiera se sentó en las primeras filas, esas que se reservan para las 'celebrities' o los gurús del momento; el artífice de aquel éxito, quien pasó de vender camisetas a dirigir un imperio con un valor estimado de 2.565 millones de euros -es la cuarta compañía española de moda por facturación después de Inditex, Mango y Cortefiel-, disfrutó del desfile entre el público. Nadie lo vio.

Quienes aseguran verlo cada día son los vecinos de la Barceloneta. Cada mañana, Meyer sale de su casa del Born, coge la bicicleta y pedalea hasta la sede de su empresa: unas oficinas que harían temblar de envidia al mismísimo Mark Zuckerberg, situadas junto al famoso, y carísimo, Hotel W.

Y como no hay problema en hablar de la empresa, los trabajadores confirman lo que cualquiera ya imagina cuando se planta en la puerta. Que aquel es un lugar fantástico para trabajar: tiene 24.000 metros cuadrados acristalados con vistas al mar e incluye, entre otras nimiedades, un circuito en el ático para que los empleados puedan correr en momentos de asueto; que el jefe es uno más: no tiene despacho, ficha al entrar como lo hace cada uno de sus empleados; y que en ese ambiente de pura armonía le gusta compartir con el resto del equipo sus ideas.

Vista su fortuna -acaba de incorporarse a la lista Forbes de multimillonarios-, nadie duda a estas alturas que el misterioso suizo es un hombre inteligente y especialmente astuto. Sin embargo, en su trayectoria no faltan las sombras. En la empresa todos recuerdan el follón que se montó cuando Ángel Custodio -conocido como Custo Dalmau-, el dueño de la otra gran firma de moda catalana, los denunció por plagio. Pero incluso aquello, que algunos interpretaron entonces como una estocada de muerte a los sueños creativos de Meyer, quedó en nada: Custo y Desigual redactaron y firmaron un tratado de paz y no se ha sabido de ningún otro desencuentro entre ambos colegas.

Ingeniería financiera

Tampoco parece hacer hecho demasiado daño la salida de su hermano Christian de la compañía, responsable durante unos cuantos años de la expansión internacional de la firma; ni siquiera parece haber hecho mella la de Manel Adell, su mano derecha y la persona a la que, dentro y fuera de la casa, atribuyen la remontada de la compañía tras la suspensión de pagos de 1988 y el espectacular crecimiento posterior.

Muy al contrario. Meyer acaba de cerrar una operación de ingeniería financiera que le permitirá seguir gritando al mundo que la vida es chula con conocimiento de causa: primero compró por 200 millones el 30% de las acciones que poseía Adell, lo que le permitió recuperar el control absoluto, y luego convenció a un fondo de inversiones francés -Eurazeo- para que se quedara con un trocito de la tarta (un 10%) a través de una ampliación de capital de 285 millones. Al fin y al cabo, si algo se sabe de este español de corazón, al que puedes encontrarte en una manifestación antisistema o en una cabaña al pie del Amazonas, es que sigue siendo intrínsecamente suizo cuando se habla de dinero.

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