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ANABEL NIÑO
Domingo, 19 de febrero 2023
La música y los constantes golpes a los sacos de boxeo se fusionan a primera hora de la tarde en la planta baja del Club Deportivo Rebel Pride. Un contrapunto a lo que ocurre tan solo unos metros más arriba, donde lo que reina es el más estricto silencio. Este únicamente es quebrantado por el sonido de los pies descalzos de los ocho alumnos que comienzan su calentamiento sobre el amplio tatami de color gris. A los estiramientos se les unen los saltos en el sitio, las carreras laterales y diferentes técnicas con nombres de animales que permiten que el cuerpo esté completamente preparado para el entrenamiento que tendrá lugar en los próximos minutos.
Las dinámicas de las clases de defensa personal, aunque siempre mantienen la misma organización, sí que sufren variaciones en su temática. Todo ello con el objetivo de colocar a los alumnos en diferentes situaciones de peligro en las que deben emplear diversos procedimientos de protección. «Hacemos técnicas normales de golpeo, utilizando puños, rodillas o codos. Pero también nos situamos en diferentes realidades, como puede ser que me ataquen con un palo, me agarren del cuello, de la solapa o que me den una patada. Posteriormente hacemos técnicas y respuestas ante esas agresiones», explica Paco Márquez, maestro de artes marciales.
Dentro de la defensa personal pueden emplearse distintas clases de artes marciales, ya que como bien detalla Márquez «cualquier estilo que esté enfocado a defenderte de una situación de agresión o de peligro te puede valer como protección». En estas clases se enseña kajukenbo, un arte marcial originario de Hawaii que agrupa el kárate coreano, el tangsudo –similar al taekwondo–, el judo, el jiu jitsu, el kenpō y el boxeo chino. La unión de todas estas disciplinas lo convierte en un «estilo de percusión», donde predomina el golpeo, pero también las luxaciones y los controles.
El objetivo principal dentro de este arte marcial es golpear muy rápido, en puntos precisos y débiles del oponente, como pueden ser los genitales, la garganta, los ojos, el oído o las cervicales. «En defensa personal se tiende a golpear en partes del cuerpo donde suele estar prohibido en deportes de contacto porque son sitios peligrosos. Pero hay golpes en ciertas zonas de la anatomía humana que te pueden sacar del problema», destaca este maestro de artes marciales.
Sin embargo, uno de los aspectos sobre los que más incide en las clases con sus alumnos es que la calle no es un cuadrilátero en el que existen unas reglas, un árbitro que supervisa que estas se cumplan o una puntuación final: «No puedes estar con la visión del deporte. No puedes meter un punto y creer que ya ha terminado el combate. En una agresión en la calle tienes que intentar salir lo más indemne posible», continúa resaltando.
Esta es una lección que los estudiantes tienen muy interiorizada. Saben que los conocimientos que adquieren en el tatami les son de ayuda, pero no les garantiza salir ilesos de una situación de peligro. «Ante este tipo de situaciones, más vale prevenir que curar. Obviamente siempre vas a tener más posibilidades cuanto más sepas, aunque para nada significa que te vayas a salvar. Pero si esa persona está sola y no espera el contraataque porque no va a saber que tú haces defensa personal, tienes más posibilidades», comenta Verónica, una de las alumnas, tras finalizar su tercer entrenamiento en lo que lleva de día.
Además de las propias técnicas de defensa, uno de los elementos determinantes ante una situación de riesgo es precisamente el factor sorpresa: «Si tu vida está en peligro, la reacción tiene que ser lo más rápida, directa y contundente posible. Sobre todo si nos encontramos con el caso de una chica a la que intentan violar o asaltar. Tiene que ser contundente, dar dos o tres golpes, y utilizar el factor sorpresa», comenta Paco Márquez.
Precisamente durante este entrenamiento ensayan una situación de asalto en la que la víctima es inmovilizada contra el suelo, con su agresor colocado entre las piernas mientras sitúa casi la totalidad de su peso sobre el pecho de la otra persona, bloqueando cualquier tipo de movimiento. «En ese caso buscamos colocar las piernas por detrás de la espalda del agresor y desde ahí emplear alguna otra técnica, como la del mataleón, que se utiliza mucho en defensa personal», explica Kalem, otra de las alumnas, mientras hace una demostración junto a su compañera Inma. Esta explica que otro de los métodos de defensa que más entrenan para hacer frente a una agresión es la de los 100 kilos, donde lo fundamental es «mirar la posición en la que te encuentres» ya que incluso contando con un peso muy inferior al del oponente «nosotras podemos dominarlo, simplemente apoyándote concretamente en la parte del pecho».
La mirada de Paco no abandona en ningún momento el entrenamiento que realizan sus alumnos, cuyos movimientos se encarga de supervisar y corregir constantemente para que estos queden perfeccionados e interiorizados. «Hacemos mucha repetición de la técnica y trabajo en estrés para que cuando te encuentres en una situación de tensión y angustia te salga rápidamente eso que has estado entrenando», detalla Márquez. Es lo que en kajukenbo se conoce como 'reflejos condicionados', que se consiguen gracias a la reiteración de la técnica, como ocurre en nuestro día a día con acciones tan cotidianas como cepillarse los dientes: «Hay gestos diarios que has repetido tantas veces que uno lo hace sin pensar. Pues eso es lo que intentamos conseguir en cualquier arte marcial enfocado a la defensa personal, de forma que tu cuerpo no se quede parado ni bloqueado», continúa explicando.
Y es que aunque las habilidades físicas son importantes, es la mente quien juega un papel fundamental a la hora de defenderse de cualquier tipo de agresión: «Es como una partida de ajedrez. Utilizamos muchísimo la mente y ejercitamos la memoria. Yo me voy a casa y por las noches me imagino las llaves y técnicas que hemos dado aquí», subraya Kalem. Su compañera Inma, con un tono más jocoso, explica que su imaginación sobre ciertas técnicas de defensa se despierta cuando transita lugares que antes no se atrevía a realizar sola y que ahora realiza sin problemas: «Antes siempre cogía las llaves de casa y me las ponía entre los dedos por si pasaba algo, pero ahora voy mucho más tranquila».
Aunque ha habido un ligero repunte en las agresiones hacia el colectivo femenino, Paco Márquez destaca que no por ello se ha producido un aumento en el número de mujeres que se apuntan a este tipo de clases: «Nuestra disciplina sigue dando bastante reparo. En el tema de las artes marciales mixtas intento transmitir el concepto de que esto no es la competición que uno está acostumbrado a ver en la televisión». Este es un aspecto que comparte Verónica, alumna de este club: «Creo que muchas chicas no se apuntan por miedo, porque piensan que van a venir aquí y les van a pegar o van a partirle la nariz, y no es así. Aquí venimos a entrenar, somos compañeros y nos respetamos», sentencia.
En lo que sí coinciden tanto Márquez como sus alumnas es que no es necesario que una mujer haya sufrido algún tipo de agresión o situación de riesgo para que decida apuntarse a clases de defensa personal. «Es bueno que casi desde niños se vaya aprendiendo cualquier arte marcial porque te enseña a estar tranquila».
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Josemi Benítez
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
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