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Sr. García .
Lasker, el campeón del mundo amigo de Einstein

Lasker, el campeón del mundo amigo de Einstein

Jaques, cuentos y leyendas ·

El físico alemán consideró al ajedrecista una de las personas más interesantes que había conocido

manuel azuaga herrera

Málaga

Domingo, 12 de abril 2020, 01:50

Érase una vez un judío alemán, hijo de un cantor religioso de la sinagoga de Berlinchen, hoy territorio polaco. Con cinco años, era capaz de calcular de memoria cualquier multiplicación con números de dos dígitos, ante el asombro de quienes presenciaban la increíble rapidez de sus respuestas. A los once, con la idea de que estudiara, sus padres lo enviaron a Berlín con su hermano mayor, Berthold, quien llevaba un tiempo en la ciudad centrado en su carrera de Medicina. Ahora cuidaría del pequeño sabelotodo, sería su maestro de vida. Pero no lo tuvieron fácil. Vivían de un modo tan humilde que durante un tiempo ni siquiera pudieron salir juntos de casa, debido a que sólo disponían de un par de pantalones. Lo poco que ganaban lo conseguían dando clases particulares, por lo que se vieron obligados a establecer turnos y mantener así una buena imagen. Pasado el tiempo, sin embargo, el chico del talento matemático se convertiría en el segundo campeón de ajedrez de la historia, durante casi veintisiete años, un récord que aún se mantiene en vigor y que será difícil que alguien supere. Como ven, este es un cuento de leyenda, es el extraordinario caso de Emanuel Lasker, uno de los más grandes genios del juego-ciencia.

Lasker es considerado el padre de la psicología del ajedrez. Miguel Illescas, ocho veces campeón de España, confiesa ser un gran admirador del alemán y define su estilo de juego como «universal y psicológico». Habla con conocimiento: «Lasker entendía el ajedrez como una lucha entre dos intelectos. Para él, lo importante era ganar, por encima de todo. Fue el primero en darse cuenta de que una misma jugada podía ser buena contra un determinado rival, pero no tanto contra otro». Illescas me muestra una partida que Lasker disputó en San Petersburgo (1914) contra José Raúl Capablanca, al que derrotó con blancas mediante un juego calmado, muy posicional, adaptándose en todo momento al propio estilo del cubano. «Si te fijas, Lasker parece Capablanca, al que se le ve incómodo porque, claro, no es fácil jugar contra uno mismo». Y recuerda: «Yo mismo, cuando jugaba contra Kárpov, intentaba complicar la partida, pues sabía que en una posición tranquila me iba a ganar fácilmente. En cambio, si me enfrentaba a Kásparov, intentaba justo lo contrario. A mi juicio, Lasker tenía razón: el secreto no es tanto dominar el juego como una ciencia, sino entenderlo como un deporte mental. Y él lo supo aplicar con mucho éxito, sin duda».

En aquellos tiempos de pubertad, en Berlín, Emanuel Lasker ingresó en una de las escuelas más prestigiosas de la capital. Su resultado en las pruebas de acceso fue tan excepcional que le permitieron matricularse dos cursos por delante. Fue por entonces cuando enfermó de sarampión y la cosa se puso tan fea que tuvieron que hospitalizarlo. No sería la primera vez en su vida. Años más tarde, recién coronado campeón del mundo, estuvo a punto de morir a causa de una fiebre tifoidea, como el griego Pericles. Mientras se recuperaba del sarampión, su hermano Berthold, con la idea de entretenerlo, le enseñó a jugar al ajedrez. Aprendió tan rápido que muy pronto empezó a alternar, en compañía de Berthold, por las cafeterías de moda de la noche berlinesa, donde jugaban a las cartas y al ajedrez. Los hermanos Lasker convirtieron el juego en un modo de vida gracias al dinero que apostaban en cada partida. Hasta que el dueño del Café Royal, uno de los lugares que más frecuentaban, les prohibió jugar si seguían desplumando de esa forma a sus clientes. Normal, no hacía caja. Algunas fuentes cuentan que Emanuel Lasker jugó contra Siegbert Tarrasch –otro de los grandes nombres de la historia de este deporte– en el Café Kaiserhorf, uno de los santuarios de la intelectualidad alemana de la época, con especial influjo de la comunidad judía.

En 1888, Berthold terminó sus estudios de Medicina y se separó de Emanuel, quien por esa fecha había decidido estudiar Matemáticas y Filosofía en la Universidad de Berlín. En el verano de 1889, Emanuel Lasker ganó el torneo anual del Café Kaiserhof sin perder una sola partida: 20 victorias sobre 20. Este triunfo tan contundente lo catapultó en su carrera ajedrecística, empezó a recibir invitaciones para participar en torneos importantes de Europa. El periodista austríaco Jacques Hannak publicó en 1952 la biografía 'Emanuel Lasker. La vida de un maestro de ajedrez', una obra imprescindible donde nos cuenta que Jacob Bamberger, heredero de una familia de banqueros, sintió tal admiración por Lasker que se convirtió en su protector y mecenas. Sabemos que Bamberger le pagaba a Lasker diez marcos al mes. Muchos años después, en 1911, la vida quiso cerrar el círculo entre los personajes de la historia y Lasker se casó con la hija del banquero, la escritora Martha Bamberger. Fue ella quien conservó el archivo de documentos privados de su marido y permitió a Hannak escribir la biografía que antes citaba.

En 1891, Emanuel fijó residencia en Londres, donde siguió demostrando su portentosa habilidad en el tablero. Derrotó a todos y cada uno de los mejores jugadores ingleses (Joseph Lee, Henry Bird, Henry Blackburne…) y esto le animó a pensar a lo grande: se propuso ganar el título de campeón del mundo. Así fue como viajó a los Estados Unidos y jugó en el mítico Manhattan Chess Club. También lo hizo en el Brooklyn Chess Club, donde ofreció una exhibición de partidas a la ciega. Su periplo incluyó una visita a La Habana y, finalmente, en septiembre de 1893, Lasker desafió al vigente campeón, el austriaco William Steinitz. El duelo se jugó en Nueva York, Filadelfia y Montreal. El primero en lograr diez victorias ganaría el título. Tras un comienzo muy igualado, el cambio de sede a Filadelfia alteró el curso de la batalla: Lasker se anotó cinco partidas consecutivas y allanó el camino que le llevaría a convertirse, el 26 de mayo de 1894, en el número uno del mundo. Steinitz se levantó de la silla y gritó: ¡Tres hurras por el nuevo campeón!

Al poco, Lasker le concedió una revancha a Steinitz pero la diferencia entre ambos ya era abismal. A partir de esta segunda derrota, Steinitz se volvió loco. En la prensa de la época leo: «…uno de los tres o cuatro invencibles ha perdido la razón. Atribúyase su locura a los efectos de una inesperada derrota sufrida en Moscú». En efecto, el primer campeón del mundo de la historia murió en 1900 en un hospital psiquiátrico de la isla de Ward (Nueva York). Algunos dicen que sufría alucinaciones y que se imaginaba jugando contra Lasker… o contra Dios.

Durante su largo reinado Emanuel Lasker puso el título en juego hasta en cinco ocasiones más, pero no perdió la corona hasta 1921, en Cuba, contra José Raúl Capablanca. Una vez se pactaron las condiciones para celebrar este encuentro contra el cubano, Lasker, con serios problemas económicos y dedicado a sus estudios matemáticos y filosóficos, renunció a su reinado antes de jugar y proclamó nuevo campeón a Capablanca. Sin embargo, el prodigio cubano quería ganar el título en el tablero, así que logró convencerle con una bolsa de premios irrechazable. Finalmente jugaron, pero Lasker, falto de ilusión y cansado (más tarde confesó que el clima de la isla le había perjudicado), se retiró antes de tiempo, sin ninguna victoria en catorce partidas disputadas.

Lasker siguió jugando torneos internacionales hasta el final de sus días, con un buen número de resultados dignos de mención. A pesar de su corta estatura, infundía el respeto de un gigante. Fumaba habanos sin parar y siempre fue un conversador audaz. Durante un tiempo, cuando aún era campeón del mundo, fijó su residencia habitual en Berlín, de donde tuvo que escapar, como tantos judíos, cuando Hitler llegó al poder. Vivió en el número 6 de la Aschaffenburger Strasse, a la vuelta de la esquina de la casa de Albert Einstein. Según una carta del físico a su madre, ambos se conocieron en otoño de 1918: «El otro día pude conocer al campeón del mundo de ajedrez, Lasker, un hombrecito sutil, con un perfil muy acentuado y un estilo muy particular de polaco judío, pero exquisitamente refinado. Desde hace 25 años mantiene el título de campeón del mundo de ajedrez y, a la vez, es matemático y filósofo. Se quedó sentado plácidamente hasta las doce de la noche, a pesar de que al día siguiente jugaba un torneo importante».

El encuentro entre Lasker y Einstein se produjo en la casa de un amigo común, Alexander Moszkowski, un autor de ciencia ficción que, por cierto, habló en 1922 de la existencia de los teléfonos móviles en su profética 'Die Inseln der Weisheit' (Las islas de la sabiduría). A partir de este primer acercamiento, Lasker y Einstein se hicieron buenos amigos. El ingente caudal de obras y textos de los matemáticos de la escuela alemana de Gotinga, a la que perteneció Lasker, influyó en la invención de la teoría de la relatividad. Sin embargo, Emanuel criticó duramente el concepto de tiempo que el físico desarrollaba en su célebre hipótesis. A pesar de ello, Einstein siempre colocó la relación de amistad con Lasker por encima de cualquier reproche teórico: «Llegué a conocerlo bien gracias a los muchos paseos en los que intercambiábamos opiniones sobre los temas más variados, un intercambio bastante unilateral en el que recibí más de lo que di. […] Estoy agradecido por las horas de conversación que este hombre siempre esforzado, independiente y sencillo me concedió».

No sabemos si ambos jugaron al ajedrez, pero apuesto a que sí. Se ha escrito mucho sobre el rechazo de Einstein al juego. En una entrevista que concedió a 'The New York Times' en 1936, confesó: «No juego a nada porque no tengo tiempo para eso. Cuando termino de trabajar, no quiero dedicarme a algo que requiera el trabajo de la mente». Sin embargo, circulan por internet algunas partidas suyas, una de ellas contra el físico Robert Oppenheimer. Pero hay más. He dado con una bella carta de Einstein a su hijo Hans Albert, de doce años, y la despedida es reveladora: «Aunque estoy aquí, tienes un padre que te quiere más que a cualquier otra cosa. […]¡Me gustaría ver por mí mismo cómo nuestro pequeño mocoso juega al ajedrez!».

Pues eso. Me parece casi imposible que Lasker y Einstein no jugaran, pero no puedo confirmar que lo hicieran. Quizás la escena se produjo, pero quedó atrapada en las profundidades del espacio y del tiempo.

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